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"El poder lleva una gran responsabilidad ". No pasaba ni un solo día sin que mi padre me lo repitiera. Ahora he escuchado que la frase se ha puesto de moda con los superhéroes, pero ya desde hace dos mil años lo sabíamos. Mi padre fue un gran centurión romano; desde niño, me encantaba acompañarlo en sus labores y —cuando no se daba cuenta— jugaba con su uniforme, imaginando ser como él. Eso, hasta que Marco me descubrió jugando con una espada; sus gritos se escucharon seguro hasta Roma.

Marco era el jefe de la servidumbre de mi padre; no existe un hombre más fiel en todo el imperio. Siempre fue muy exigente conmigo, pero recuerdo perfectamente que —el día que a mí me nombraron centurión— sus ojos amanecieron sospechosamente hinchados y rojos. Claro, todos fingimos no notarlo.

Cuando mi padre murió, Marco pasó a ser mi mano derecha. Su cabello blanco era algo engañoso, pues no había en toda mi casa alguien más enérgico y fuerte. Sus ojos transmitían seguridad, lo que fue de gran ayuda en mi inexperiencia. Yo era muy joven y fue difícil aprender a ejercer mi autoridad con los soldados a mi cargo. Marco, siempre discreto y prudente, me enseñó a actuar con responsabilidad y confianza en mí mismo.

Preguntas para considerar en tu oración

¿Me doy cuenta de que Dios pone a personas a mi alrededor que me ayudan en el camino que Él tiene pensado para mí? ¿Quiénes son?

¿Asumo la responsabilidad de mis decisiones, acciones y omisiones?

    Un día, sin embargo, Marco no se levantó de la cama. Marco, siempre puntual, no llegó a la hora prevista para el pase de lista de la servidumbre. Marco, que nunca se quejaba, de pronto estuvo en cama con una fiebre muy alta que lo hacía delirar.

    Recuerdo que una angustia inundaba mi corazón. Mi madre había muerto cuando yo nací y, tras la muerte de mi padre, Marco se había convertido en mi única familia.

    Yo intenté continuar con mis actividades de siempre, pero cometí más errores que de costumbre. Mientras mi cuerpo estaba en mis labores ordinarias, mi mente no se despegaba de la cama de mi siervo. Recuerdo que una angustia inundaba mi corazón. Mi madre había muerto cuando yo nací y, tras la muerte de mi padre, Marco se había convertido en mi única familia.

    Al tercer día de la enfermedad de Marco, una criada judía pidió una audiencia conmigo. Movido por la curiosidad, accedí. La criada entonces me habló de un tal Jesús de Nazaret que, según ella, hacía milagros.

    Me mostré dubitativo. No tenía nada en contra de los judíos; su fe me llamaba la atención, y colaboré en la construcción de una sinagoga para ellos. Pero, para ser sincero, no era mucho de creer en milagros.

    Al quinto día, Marco empeoró. El médico, al visitarlo, se limitó a negar con la cabeza en silencio. Ese gesto es siempre sentencia de muerte. Por lo tanto, esa noche tomé una decisión y envié a unos siervos a buscar al profeta nazareno para pedirle la curación de Marco.

    Preguntas para considerar en tu oración

    ¿Crees que de verdad Jesús puede hacer milagros? ¿Hay algo específico que quieras pedirle en este momento?

    Los santos son grandes intercesores. ¿Qué tanto acudes a ellos?

      "El profeta viene en camino", me dijo uno de los criados que había enviado a buscar a Jesús. Recuerdo mi confusión. No esperaba que viniera, y me preocupé: al ser judío, si entraba a mi casa quedaría impuro. No quería obligarle a incumplir las leyes de su religión por mí.

      Así que tomé mi caballo y salí a su encuentro. Me impresionó Su serenidad; de hecho, en Sus ojos encontré algo de la sabiduría de Marco, lo que me sorprendió, pues apenas debía de ser algunos años mayor que yo.

      "¡Señor!", exclamé, mientras desmontaba mi caballo. "No es necesario que entres a mi casa; no soy un hombre digno. Estoy seguro de que —con que digas una palabra— mi criado quedará sano. Porque si yo, con la autoridad de la tierra puedo hacer que mis soldados actúen según mis deseos, Tú, con la autoridad del Cielo, puedes lograr lo que sea.

      El profeta escuchó atentamente y, por un momento, pensé que le había ofendido. Pero Él sonrió y dijo: "¡Qué grande es tu fe! ¡No he encontrado en Israel a alguien con una fe tan grande!" Muy bien, será como tú deseas.

      Jamás olvidaré, sin embargo, ese primer encuentro. Y, todos los días, le pido que aumente mi fe.

      Y con esto, el profeta siguió su camino, acompañado por sus discípulos. Al llegar a casa, Marco me esperaba en la puerta, totalmente curado, y, con gesto severo, me dijo: "¡¿Qué haces preocupándote por mí y descuidado tus obligaciones?!" Sí, estaba ya recuperado.

      Mi historia con Jesús no terminó aquí. Después, comencé a seguirlo y algunos años después me volví cristiano. Jamás olvidaré, sin embargo, ese primer encuentro. Y, todos los días, le pido que aumente mi fe.

      Preguntas para considerar en tu oración

      ¿Pides todos los días a Dios que aumente tu fe? Ahora es buen momento para hacerlo

      ¿Te das cuenta de que las dificultades son también una oportunidad que Dios nos da para que nuestra confianza en Él crezca? ¿Qué dificultades actuales estás viviendo tú? Cuéntale a Jesús de ellas.