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Preguntas

  1. ¿De verdad se puede ser feliz? 
  2. ¿Puedo aportar algo al mundo?
  3. ¿Cómo sé si Dios me llama?... ¿Y cómo saber a qué me llama Dios?
  4. ¿Qué tengo que hacer para saber qué quiere Dios de mí?
  5. ¿Seré capaz? ¿Con todos los defectos que tengo?
  6. ¿Y si me equivoco o cambio de opinión?
  7. ¿Tiene que ser algo que siempre me haya atraído?
  8. ¿Y qué pasa con la reacción de los demás?
  9. ¿Cuánto tiempo suele tardar?
  10. ¿Puedo decir que no a la vocación?

EXTRA: algunas ideas más sobre la vocación


1. ¿De verdad se puede ser feliz?

Puede ser que en tu vida hayas tenido problemas, algunos incluso muy dolorosos. La realidad es que las faltas y errores de los demás –los pecados–, y también los nuestros propios, nos hacen infelices. La buena noticia para los creyentes es que Dios está empeñado en nuestra felicidad, y es por eso que no le somos indiferentes. Él te acompaña a lo largo de tu historia y es capaz de sanar tus heridas –incluso darles un sentido– para que seas muy feliz aquí en la tierra, y luego con Él en el cielo. Y es que Dios, por muy complicado que sea lo que estés viviendo, nunca desaparece de tu lado. Al contrario, todo lo ha sufrido ya por ti –contigo– en la Cruz para alcanzarte esa felicidad que buscas. Esto es algo transformador que sólo se vive al experimentar de cerca el Amor que Dios nos tiene.

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2. ¿Puedo aportar algo al mundo?

    Todos deseamos que nuestra existencia deje un impacto positivo y único en el mundo. Pero, seamos sinceros: contando sólo con nuestras propias fuerzas, este sueño puede resultar en ocasiones difícil o inalcanzable. Por eso no hay que olvidar que, en las manos de Dios, un pequeño esfuerzo nuestro puede multiplicarse. Si alguna vez te desanimas pensando que no estás logrando todo lo que te gustaría, que tu vida no es todo lo perfecta que podría ser, recuerda lo que hizo Jesús con los panes y los pocos peces que un niño le dejó. Bastó con que aportara todo lo que tenía. Dios puso el resto de su parte, y ese día comieron miles de personas. Y es que, para dejar tu huella en el mundo, debes descubrir esos talentos que Dios te ha dado y hacerlos crecer. ¿Cómo? Poniéndolos en práctica y al servicio de los demás –recuerda la parábola de los trabajadores y los talentos–.

    Así que sí: tienes mucho que aportar al mundo y, con la ayuda de Dios, los frutos podrán ser increíbles.

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    El prelado del Opus Dei mons. Fernando Ocáriz con algunos jóvenes durante el UNIV 2024 en Roma.

    3. ¿Cómo sé si Dios me llama?... ¿Y cómo saber a qué me llama Dios?

      Antes de nada debes saber que todos los hombres y mujeres tenemos una vocación común por el Bautismo, que podríamos decir que es como el sueño de Dios para nosotros. ¿Y cuál es? Ser santos. En definitiva, vivir esta vida amando de tal modo que lleguemos al Cielo. Ya lo dijo san Pablo en su carta a los Tesalonicenses: «Esta es la Voluntad de Dios: vuestra santificación».

      Sin embargo, también hay una vocación específica, un camino único e irrepetible que Dios ha soñado para cada uno. Nos corresponde ir descubriendo esa vocación particular: un modo de ser, un trabajo concreto, un esposo o esposa determinado, unos amigos que nos ha puesto al lado... En ese camino propio, también puede pasarnos como a Mateo –y a tantas personas a lo largo de la historia– que Jesús nos diga: «Ven, y sígueme», y nuestra vocación bautismal se actualice en una vocación específica de entrega a Dios en el sacerdocio, como religioso, monja, consagrada, vocación al Opus Dei… Esta vocación particular tiene mucha relación con las preguntas anteriores, ya que es la manera en la que, acompañados por Él, podremos llegar a esa felicidad en la Tierra y ser santos.

      ¿Y cómo puedo saber que Dios me llama? Normalmente suele haber un deseo en el corazón de dar más a Dios, de hacer cosas grandes por Él. Es como una inquietud sana del alma de que podría dar más en mi vida, una presencia amorosa suya que está por concretar todavía y que habrá que ir descubriendo. San Josemaría lo explicaba así: “Si me preguntáis cómo se nota la llamada divina, cómo se da uno cuenta, os diré que es una visión nueva de la vida. Es como si se encendiera una luz dentro de nosotros; es un impulso misterioso, que empuja al hombre a dedicar sus más nobles energías a una actividad que, con la práctica, llega a tomar cuerpo de oficio. Esa fuerza vital, que tiene algo de alud arrollador, es lo que otros llaman vocación”.

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      4. ¿Qué tengo que hacer para saber qué quiere Dios de mí?

        «¿Qué me quiere decir Dios con esto? ¿Por qué estos anhelos e inclinaciones en mi corazón? ¿Por qué me inquieta a mí y no a quienes me rodean? ¿Por qué me amas tanto? ¿Cómo hacer el mejor uso de estos dones que me has dado?». Estas son algunas de las preguntas que pueden surgir si estás buscando cuál es tu vocación.

        Lo primero de todo es tener un diálogo sincero con Dios. Porque la vocación es una historia de dos: Dios y tú. Nadie puede decirte cuál es tu vocación o qué debes hacer. Es una decisión personalísima. Y para poder conocer mejor cuál es el deseo de Dios tienes que hablar de tu vida con Él y también aprender a escucharle.

        Para avanzar en este camino te pueden ayudar estas tres cosas: la oración, la frecuencia de los sacramentos y buscar una persona que te acompañe en el proceso vocacional, que te ayude a conocerte mejor y que pueda aconsejarte en este camino. También pedir luz al Espíritu Santo es un buen modo de comenzar. Puedes repetir frecuentemente: «Dame luz para ver y fuerza para querer». Porque aunque la pieza más fundamental de tu vocación es Dios, Él necesita que pongas de tu parte. Dios quiere amigos que se decidan a seguirle con plena libertad.

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        5. ¿Seré capaz? ¿Con todos los defectos que tengo?

          Una de las primeras cosas que se te pueden venir a la cabeza cuando te planteas la vocación es la excusa de que tienes muchos defectos, o que hay gente mucho mejor que tú, más preparada y con más virtudes. Esto no debe preocuparte para nada. Dios no elige a los preparados, sino que prepara a los que elige. Si Él te acompaña y te ha llevado hasta donde estás ahora, nunca te dejará solo si te decides a seguirle. Recuerda que Dios es tu Padre, y un padre que te quiere con locura no puede dejar de ayudar y cuidar a sus hijos.

          Eso sí, igual que cualquier otro cristiano, tendrás que luchar contra tus defectos durante toda la vida. Pero esto no puede desanimarnos, porque precisamente en eso consiste la santidad: en una lucha de paz permanente por parecerse a Jesucristo, por ser ‘otros Cristos’ para los demás, como decía san Josemaría. Una vez más, los medios que pueden ayudarte con esto son el trato frecuente con Dios, los sacramentos y el acompañamiento espiritual.

          Y si te decides a seguirle pero el futuro se te hace un mundo, céntrate en vivir en el presente, que es lo importante y lo único que tenemos. Tú trata de ser santo hoy, de amar más a Dios y a los demás en este día, porque no sabes ni siquiera qué pasará mañana.

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          6. ¿Y si me equivoco o cambio de opinión?

          Como se suele decir, el camino se hace al andar. Si has respondido con un sí valiente a Dios, no pienses que ya está todo hecho. En todo camino vocacional suele haber un proceso que se llama discernimiento, y que es un tiempo de prueba en el que comprobar si, viviendo tu llamada, es efectivamente eso lo que Dios quiere para ti.

          Algunas personas pueden dejar el camino en este periodo de discernimiento. Pero igual que el noviazgo no está hecho para siempre, sino para saber si quieres casarte o no con esa persona, tendrás que pasar un tiempo en el que descubrir si efectivamente es ese tu lugar. No es un drama ni una traición a tu vocación dejar un camino empezado durante este tiempo, al igual que no es un fracaso dejar un noviazgo con una persona con la que vas viendo que no deberías comprometerte en el matrimonio para toda la vida. Al final, como ya hemos dicho, tu vocación es el camino para que seas feliz y santo: es el nombre que Dios te ha dado, y que te corresponde descubrir y vivir.

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          7. ¿Tiene que ser algo que siempre me haya atraído?

          A lo mejor Dios te sorprende y te anima a seguirle en un camino que no te habías planteado como una posibilidad jamás. Como dice la sabiduría popular: si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes. Y es que muchos sacerdotes o mujeres en la vida contemplativa descubrieron una vocación que seguramente no estaba en sus planes iniciales. Evidentemente, debe ser una cosa que te parezca buena y bella, que te atraiga y que te haga tener deseos de entregar el corazón. Es normal tener un poco de vértigo o que impresione dar el paso, aunque si te estás planteando algo que te causa mucho rechazo y no te da paz, seguramente eso no sea lo que Dios quiere para ti. Recuerda que Él está empeñado en tu paz y tu felicidad, y la vocación es un medio para ello.

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          8. ¿Y qué pasa con la reacción de los demás?

          Si has decidido entregar tu vida a Dios, puede que no todo el mundo lo entienda ni lo comparta. Sin embargo, la gente no suele criticar otras decisiones que tomas y que también suponen mucho compromiso. Lo cierto es que la opinión de los demás, aunque en ocasiones sea dura, no debería condicionar tu decisión, que como hemos visto, debe ser personalísima entre tú y Dios. Y la experiencia dice que, aunque la primera reacción de algunas personas pueda no ser muy buena o no entiendan, con el paso del tiempo acaban viendo lo bueno que hay detrás y compartiéndolo.

          Jesús dice en el Evangelio: «Deja que los muertos entierren a los muertos, tú ve a anunciar el Reino de Dios», y también, «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es digno del Reino de los Cielos». Con esto quería decir que no podemos dejar que las reacciones de los demás influyan en nuestra decisión de seguir a Cristo en nuestra vocación.

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          9. ¿Cuánto tiempo suele tardar?

          En las cosas de Dios, Él lleva los tiempos. Lo primero es que veas con calma y honestidad en la oración y en el acompañamiento espiritual a qué podría llamarte Dios. Si tienes un deseo sincero de servirle, no dejará que esa pregunta se quede sin respuesta. Si hay algo que quieres, ves que es bueno y que no hay ningún impedimento, ¿por qué dilatar la decisión?

          A lo mejor tienes la tentación de querer probar y conocer otras cosas antes. Sin embargo, si estás enamorado del hombre o la mujer de tu vida, ¿te haría falta conocer más gente para dar el paso y casarte? Probablemente no. Si es una decisión que compromete tu felicidad plena, no dejes esperar mucho; aunque como siempre, cada caso es cada caso, y lo mejor será que una persona que te conozca bien, por ejemplo tu director espiritual, te pueda aconsejar sobre qué es mejor hacer.

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          10. ¿Puedo decir que no a la vocación?

          Al final, la libertad es una pieza clave en la vocación. No se trata solamente de saber qué quiere Dios, sino de ponerlo por obra. Como decíamos, la vocación se puede ver si es verdadera o no al vivirla. Por eso empiezas un noviazgo con una persona, porque sin un trato más cercano y frecuente no podrías saber si esa relación puede funcionar en un matrimonio.

          La llamada de Dios es una intuición que, con la gracia de Dios y la respuesta libre del hombre, se va configurando a lo largo de la historia personal. Es importante que termines de afirmar con tu sí, como hizo la Virgen María con el anuncio del arcángel Gabriel. Por supuesto, puedes decir que no a Dios. Él nos ha creado libres para que decidamos con la plena libertad del amor.

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          EXTRA: algunas ideas más sobre la vocación

          La vocación es un encuentro entre dos libertades: Dios y el hombre. Podemos decir que la vocación es una realidad que Dios crea -es Dios quien llama-, pero contando siempre con la respuesta libre del hombre. Y dentro de ese encuentro, hay “zonas de la vocación” -por decirlo de alguna manera- que son queridas por Dios de modo claro y que no se pueden rechazar, sin rechazar la voluntad divina (por ejemplo: los mandamientos de la ley de Dios, luchar por ser santo, elegir el amor y la verdad siempre, etc…), ya que son aspectos de la propia identidad que Dios quiere para todos los hombres (la vocación bautismal). Pero cuando nos referimos a una vocación específica o particular, hay una “parte” que Dios deja a la libertad del sujeto: el Señor propone, invita, pero no impone. Queda en manos de la libertad del hombre la posibilidad de abrazar un tipo de camino u otro. Por eso, la percepción subjetiva de una llamada a una vocación particular no es algo evidente: Dios insinúa, inquieta, pero siempre sin invadir, respetando delicadamente la libertad del hombre. Habla tan suave, que su voz podría no escucharse. Por eso, para entregarse a Dios en una vocación específica, es necesario que el hombre abrace ese camino con total libertad, ya que sólo entonces -desde un sí libre- Dios puede configurar entonces esa vocación.

          En este sentido, en la Carta sobre la vocación, el Padre escribe: 

          El Señor siempre quiere que nuestra libertad –con la gracia, que no nos quita la libertad, sino que la perfecciona– tenga un papel decisivo en la respuest y, por tanto, en la configuración misma de la vocación.
          (Carta pastoral 28.X.20. n. 2)

          En concreto, la vocación al celibato sólo es auténtica cuando nace del amor (y no, por ejemplo, del miedo a rechazar la voluntad divina). Una manera de entenderlo podría ser esta: pudiendo decir que no a la invitación de ser célibe y seguir igualmente en el camino de la santidad, decido decir que sí a amar a Dios con un corazón célibe. Sólo entonces es cuando nace una vocación divina llamada a ser fecunda y llena de gozo. Al mismo tiempo, sin ese sí del hombre, Dios no podría configurar esa vocación particular.

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