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Acompañemos a la Sagrada Familia en su recorrido hacia Belén.

No sabemos qué ruta recorrieron José y María para ir de Nazaret a Belén, pero por los estudios sobre los caminos de la época podemos pensar que sería la del Jordán y calcular que demoraron casi una semana.

A lo largo de este tiempo de Adviento vamos a acompañar a la Sagrada Familia en su caminar, junto a breves puntos para hacer oración con San José y con un escrito, audio o video para meditar y así preparar el corazón para el nacimiento de un Niño que es Dios. Jesucristo, mi Salvador.


Cuarta parada:

De Jericó a Belén

  • Inicio: a las afueras de Jericó
  • Cantidad de kilómetros: 44 km
  • Tiempo de viaje a pie: 11 horas
  • Número de jornadas: 1
  • Lugar de descanso: Una gruta en los alrededores de Belén

En la recta final

El camino comienza a ponerse seriamente cuesta arriba. Los últimos 40 kilómetros es el tramo más duro del trayecto y, a la vez, el que recorren con mayor ilusión. Desde el deprimido valle en el que han pernoctado, suben casi mil metros hasta llegar a Jerusalén. La subida se hace aún más ardua porque ya llevan cinco días de camino. Y ni hablar para María, que está pronta a dar a luz. El burro también acusa la dificultad de la cuesta empinada y los días de andadura, por lo que José tiene que ir tirando del ronzal para que apriete el paso. Pasado el mediodía llegan al pie del Monte de los Olivos: ya está ante sus ojos la Ciudad Santa.

José golpea las puertas de las casas de Belén. No hay lugar. No hay….

Al igual que los otros caminantes, María y José comen y descansan en los alrededores de la ciudad, sin entrar dentro de sus murallas, pues el tiempo apremia. Al atardecer abandonan Jerusalén y, tras recorrer los últimos 10 kilómetros, llegan a Belén.

El sol se ha ocultado. Empiezan las primeras señales del parto y también la búsqueda de un lugar donde pasar la noche. Pero no hay lugar para ellos en la posada: todo está atestado. José golpea las puertas de las casas de Belén. No hay lugar. No hay…

María sabe que no es una noche cualquiera y pide a José ir a las afueras de Belén. En el camino ha visto lo que parecía ser un establo. – ¿Un establo? ¿Para el rey de reyes?

José se entrega, nuevamente, a los planes de Dios. Y allí, a medianoche, mientras las estrellas brillan en el cielo, nace Jesús. Se cierra el Antiguo Testamento. La espera ha terminado. Ha nacido el Salvador. Una estrella se posa sobre la Sagrada Familia. Una luz que ilumina el caminar de los hombres y mujeres desde esa noche gloriosa.


Para rezar

La noche está estrellada. Silenciosa. Es un momento único en la historia de la humanidad. De la creación. Lo imposible, la locura divina, es ya patente. Junto a María y José hay un Niño. Es el Mesías anunciado. El Salvador. Mi salvador. Antes, la noche del pecado. Ahora, la esperanza, el amor encarnado, la Gracia.

Ha sido providencial no encontrar habitación en una posada, pues habrían estado rodeados de extraños, en un lugar ruidoso. María y José están solos en una gruta. No tienen nada, pero lo tienen todo. María acurruca a Jesús en sus brazos. Es su Madre. Lo besa, lo acaricia. Es un Niño que necesita ese amor, esos besos. Su cuidado. Su alimento. Depende totalmente de su Madre y de José. Tras un rato de intimidad que José no se atreve a interrumpir, María levanta la mirada y le entrega al Niño. José lo toma con infinita ternura. Lo siente tan propio. Tan débil y necesitado. Es un niño que llora, que tiene hambre, al que hay que arrullar para que pueda dormir. José le canta una canción de cuna. Le canto yo. Cántale tú.

  • Dios se humilla para que podamos acercarnos a Él, para que podamos corresponder a su amor con nuestro amor, para que nuestra libertad se rinda no sólo ante el espectáculo de su poder, sino ante la maravilla de su humildad. (Es Cristo que pasa, 18).
  • No alcanzaremos jamás el verdadero buen humor, si no imitamos de verdad a Jesús; si no somos, como Él, humildes. Insistiré de nuevo: ¿habéis visto dónde se esconde la grandeza de Dios? En un pesebre, en unos pañales, en una gruta. La eficacia redentora de nuestras vidas sólo puede actuarse con la humildad, dejando de pensar en nosotros mismos y sintiendo la responsabilidad de ayudar a los demás. (Es Cristo que pasa, 18).
  • Dios está aquí. Esa verdad debe llenar nuestras vidas: cada Navidad ha de ser para nosotros un nuevo especial encuentro con Dios, dejando que su luz y su gracia entren hasta el fondo de nuestra alma. (Es Cristo que pasa, 12).

Del prelado del Opus Dei:

Quitar obstáculos a la venida del Señor

Meditación de mons. Fernando Ocáriz sobre Adviento, en que considera los efectos del ‘Fiat’ -el “así sea”- de la Virgen y de cómo ella se preparó para acoger a su Hijo.

Extracto:

El Adviento es una espera y una preparación, no una espera pasiva, sino una preparación para la llegada del Señor.

Un tiempo de espera activa. Nuestro caminar hacia Belén tiene que ser un buscar a Jesús en todas las dimensiones de nuestra vida ordinaria. Pero para eso hay que “enderezar sus sendas”. ¿Qué significa “enderezar sus sendas”? Significa, para nosotros, quitar obstáculos a la venida del Señor a nosotros, a nuestras almas, a nuestra vida.