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Segunda parada:

Del sur del mar de Galilea a Perea

  • Inicio: Senabris
  • Cantidad de kilómetros: 62 km
  • Tiempo de viaje a pie: 7 horas cada día
  • Número de jornadas: 2
  • Lugar de descanso: Perea

Un panorama profundo y nuevo 

José se ha levantado al alba para llevar agua fresca a María. Tras comer unos higos, pan y un poco de leche, emprenden nuevamente la marcha. En este segundo día, lo primero que hacen es cruzar al otro lado del Jordán, entrando así en la zona de la Decápolis, que recibe ese nombre por las diez ciudades que la conforman, al sur y al este del Mar de Galilea. Han tenido que subir un poco y, tras encaminar sus pasos hacia el sur, dejan el lago a sus espaldas. A partir de ahí el camino ya no tiene tanto desnivel y recorren unos 27 kilómetros por caminos más planos. Al caer la tarde llegan a la ciudad de Pella, que está al mismo nivel del mar. Es un buen lugar para reponer provisiones y pasar la noche.

Quienes van en la caravana han ido entonando cantos durante el día y al atardecer, antes de retirarse a descansar, recitan juntos las oraciones tradicionales y piden al Señor lo que han venido rogando como Pueblo escogido durante siglos: envíanos al Mesías, el Salvador.

Todo hombre tiene una misión. Pero ¿quién soy yo para esta misión? María ha dicho Hágase. José lo repite también en su interior.

José mira a María. María siente la vida en su seno. Ambos se retiran, recogidos en oración. Y a José, antes de caer rendido por el sueño, se le cruza por su cabeza un pensamiento: esta es mi misión. Todo hombre tiene una misión. Pero ¿quién soy yo para esta misión? María ha dicho Hágase. José lo repite también en su interior. Y entonces, qué paz. Un panorama profundo y nuevo se despliega ante sus ojos.

El tercer día la caravana deja la Decápolis y entra a Perea por la orilla oeste del Jordán, justamente del lado opuesto a Samaria. Después de un descenso de casi 300 metros bajo el mar, el camino que ya bordea el río se torna más plano. Es la primera vez que tendrán que dormir en un lugar descampado. Se organizan las carpas. Los niños intentan ayudar y los mayores les dejan… aunque es poca la ayuda que pueden prestar. Es como Dios con los hombres, piensa José. Nos pide poner un poco, pero es Él quien pone el todo.

José agradece haber encontrado un lugar digno para descansar. No es como las posadas de los días anteriores, pero su esposa descansa bien en esa carpa y las vecinas le cuidan su sueño: es que hay algo en María que no se puede explicar. Es tan niña, pero a la vez es tan Madre con todos.


Para rezar

En medio de un paraje desértico, José piensa en el Niño que está por nacer. ¡Qué ilusión! Tendrá los ojos de su madre, su sonrisa, su voz.

Y tú y yo encendemos la segunda vela de adviento, mientras pedimos: Ven Señor que te esperamos, ven Señor no tardes más. Es el clamor de los judíos y que en Adviento repetimos los cristianos. Con esperanza, con alegría.

  • Ha llegado el Adviento. ¡Qué buen tiempo para remozar el deseo, la añoranza, las ansias sinceras por la venida de Cristo!, ¡por su venida cotidiana a tu alma en la Eucaristía! —Ecce veniet! —¡que está al llegar!, nos anima la Iglesia. (Forja, 548).
  • "Yo quisiera, Señor, recibiros con aquella pureza, humildad y devoción con que os recibió vuestra Santísima Madre, con el espíritu y fervor de los santos". Comunión espiritual que le enseñaron a san Josemaría para preparar la Primera Comunión.
  • La vocación enciende una luz que nos hace reconocer el sentido de nuestra existencia. Es convencerse, con el resplandor de la fe, del porqué de nuestra realidad terrena (Es Cristo que pasa, 45).
  • El tiempo de Adviento es tiempo de esperanza. Todo el panorama de nuestra vocación cristiana, esa unidad de vida que tiene como nervio la presencia de Dios, Padre Nuestro, puede y debe ser una realidad diaria.                                             Pídelo conmigo a Nuestra Señora, imaginando cómo pasaría ella esos meses, en espera del Hijo que había de nacer. Y Nuestra Señora, Santa María, hará que seas alter Christus, ipse Christus, otro Cristo, ¡el mismo Cristo! (Es Cristo que pasa, 11).

De san Josemaría

Homilía de Adviento, Vocación cristiana 

Extracto:

Un día —no quiero generalizar, abre tu corazón al Señor y cuéntale tu historia—, quizá un amigo, un cristiano corriente igual a ti, te descubrió un panorama profundo y nuevo, siendo al mismo tiempo viejo como el Evangelio. Te sugirió la posibilidad de empeñarte seriamente en seguir a Cristo, en ser apóstol de apóstoles. Tal vez perdiste entonces la tranquilidad y no la recuperaste, convertida en paz, hasta que libremente, porque te dio la gana —que es la razón más sobrenatural—, respondiste que sí a Dios. Y vino la alegría, recia, constante, que sólo desaparece cuando te apartas de Él.

Nos ha escogido, desde antes de la constitución del mundo, para que seamos santos. Yo sé que esto no te llena de orgullo, ni contribuye a que te consideres superior a los demás hombres. Esa elección, raíz de la llamada, debe ser la base de tu humildad. ¿Se levanta acaso un monumento a los pinceles de un gran pintor? Sirvieron para plasmar obras maestras, pero el mérito es del artista. Nosotros —los cristianos— somos sólo instrumentos del Creador del mundo, del Redentor de todos los hombres.