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¿Alguna vez te pasó esto de llegar a un lugar y no conocer a nadie? Un amigo te invita, vas con él, y en cuanto llega, se mezcla entre la gente y te quedas solo. Y te quedas sin saber muy bien con quien hablar, si quedarte o irte, esperarlo, o seguirlo… en fin, confundido.

Hasta que llega milagrosamente ese desconocido, buena onda. Se presenta, pregunta sobre ti, qué te gusta hacer, cómo llegaste a ese lugar. Y pasas la tarde o la noche entera sintiéndote incluido por esa persona. Es como si te hubiera “salvado”. Además es una persona buena, agradable y realmente se nota preocupado e interesado por lo que te pasa. De alguna forma sientes su bondad y su afán de querer hacer el bien contigo.

Pasamos entonces de estar perdidos, desconcertados, como quien viaja en auto por la noche, a ser incluidos, sentirnos importantes (o más bien, que por lo menos a una persona le importamos).

Y esta experiencia tan pequeña que seguro todos hemos tenido alguna vez, da pie para mostrar una característica de Jesús.

A Dios le importas. Dios quiere que en lugar de sentirte solo y perdido, te sientas incluido, importante

 Antonio Pérez Villahoz, A Dios le importas


Él más que nadie es quien desea verte feliz, sonriendo, con el corazón lleno y realmente sintiéndote como una persona querida.

Hace poco leí un post que decía algo parecido a esto: “Si dobla este papel 206 veces, será más grueso que el universo”. Es decir, si lo doblas 206 veces por la mitad, será más grueso que el tamaño del universo conocido, unos 88 000 000 000 000 000 000 000 km.

Este dato que fácilmente podría aparecer en un vídeo de “30 cosas que no sabías hace 5 minutos” sirve para compartir una idea: si doblas un papel periódico 206 veces, su tamaño no podrá superar el amor que Dios tiene por ti. Es realmente difícil mostrar cuánto te ama Dios en un texto de pocas palabras, pero para que te hagas una pequeña idea, te ama más que el tamaño del universo entero…eso te lo podemos asegurar.

Pero, ¿cómo sabemos que Dios nos ama? Mejor dicho, siendo más personales… ¿cómo sé que Dios me ama a mi? Pues porque murió por ti en la cruz. Y no es que murió por un grupito selecto de personas en el que casualmente estabas tú, sino que murió por ti, con nombre y apellido. Si estás leyendo esto y te llamas Juan Pérez, entonces Jesús murió por Juan Pérez. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.” (Jn 3, 16).

De hecho, si en aquél momento solo hubiera estado en la tierra Juan Pérez, Dios hubiera muerto igualmente en la cruz por él.

¿Cómo sé que Dios me ama a mí? Porque murió por ti en la cruz

Entendiendo esto, antes de continuar, queremos extenderte una invitación: Hazte ateo.

Pero "hazte ateo de ese Dios aburrido que tienes en la cabeza" (A Dios le importas, Antonio Pérez Villahoz). Porque, además de que no existe, nadie podría ser capaz de enamorarse de Él. ¿Alguna vez has visto alguna persona enamorada de alguien aburrido?

Hazte ateo de ese Dios controlador, policía, que lleva un excel milimétrico de todos tus pecados y de todas tus acciones. Hazte ateo de ese Dios lento y pesado al que solo las monjas y los curas mayores le hacen caso. Hazte ateo de ese Dios al que sólo hay que visitar los domingos para cumplir el mínimo requisito indispensable. Hazte ateo de ese Dios desabrido. Te aseguramos realmente, que ese Dios no existe.

Y en cambio entonces, te invitamos a conocer a Jesús.

A conocer a un Dios verdadero, que está vivo, y sufrió el dolor de la cruz; para que tú, que estás leyendo esto, puedas sonreír y ser feliz. A conocer a Cristo, que desea ser tu mejor amigo, ese confidente al que le cuentas las cosas más insignificantes, y también las cosas más significantes. Las cosas malas que te hacen daño, y las cosas buenas que te hacen bien. Cuando te sientes feliz, y cuando te sientes triste. Cuando estás orgulloso y cuando estás decepcionado.

A ese Cristo te invitamos a conocer, al que te ama, y se dejó la piel para que nunca estés solo

Conocer a Jesús parece difícil, porque no lo podemos ver físicamente. No es como este amigo que nos salvó en la juntada, al que podemos ver y escuchar cuando habla. Jesús es más bien callado. Está tranquilo en el Sagrario, esperando.

Escribe Santo Tomás de Aquino, en una oración llamada “Adoro te Devote”, que literalmente empieza con la frase “Te adoro con devoción, Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas apariencias”. Jesús de alguna forma “engaña los sentidos”. Porque no lo podemos ver, escuchar, tocar… pero está ahí, realmente, en el Sagrario de forma eucarística, y en la misa.

Una vez un sacerdote le preguntó a un grupo de alumnos de primaria cuál es la diferencia entre una imagen de Cristo crucificado y un Sagrario, a lo que uno de los chicos respondió: “Que en la cruz parece que está, pero no está. Y en el Sagrario parece que no está, pero está”.

La invitación es entonces a conocer a ese Dios callado, que engaña nuestros sentidos, pero está realmente ahí, en el Sagrario, con muchas ganas de escucharnos y de hablarnos. De que le contemos de nuestra vida y que realmente lo hagamos formar parte de nuestro día a día, de todo lo que nos pasa.

Él ya sabía que iba a ser un poco difícil buscarlo y encontrarlo, y más en un mundo de tantos estímulos y tantas alarmas que nos rodean. Él ya sabía que la pelota iba a estar de nuestro lado, y eso también lo dejó dicho: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá (Mt 7, 7-8).

Pero a pesar de esta pequeña dificultad, conocerlo realmente implica una aventura fascinante que atraviesa toda la vida. Es vivir una vida de amor, de alegría, de gozo indescriptible porque estás acompañado por quien más te ama en todo el mundo.

El Señor realmente te quiere muchísimo, y nunca vamos a ser capaces de experimentar todo el amor que tiene por nosotros. ¿Te imaginas el amor que tiene una madre por su hijo recién nacido? Bueno, el amor que Dios tiene por nosotros durante toda nuestra vida es más grande: ¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti. (Isaías 49:15).

Una sola cosa queremos que recuerdes. A Dios le importas. A Dios realmente le importa lo que haces, lo que te pasa, cada una de las cosas pequeñas de cada día, le importan. Y le importan tanto que quiere formar parte de ellas, todos los días.

A Dios le importas

Y además de que le importas tanto, te ama, con locura. Porque nadie moriría por ti en una cruz si no te amara con locura.

Vivir una vida siguiendo a ese que murió por ti, y que además le importas tanto, es… realmente fascinante, y nunca alcanzará la vida para disfrutar de tanta alegría que Dios nos quiere dar.