Parece que fue Groucho Marx el que dijo “que se pare el mundo, que yo me bajo”. Es un deseo que a veces nos viene a la cabeza cuando comparamos lo que poco que podemos hacer cada uno para arreglar lo mucho que se estropea a diario en el mundo: guerras, abusos, enfrentamientos, egoísmo, desprecio a los más vulnerables. El panorama más visible a veces resulta desesperanzador. «Un secreto, a voces: estas crisis mundiales son crisis de santos», escribió san Josemaría (Camino, 301).
A lo largo de la historia, esa oscuridad ha sido iluminada por la vida de los santos: «el contacto con la palabra de Dios ha provocado, por decirlo así, una explosión de luz, a través de la cual el resplandor de Dios ilumina nuestro mundo y nos muestra el camino. Los santos son estrellas de Dios, que dejamos que nos guíen hacia aquel que anhela nuestro ser» (Benedicto XVI, Homilía, 6–I–2012). Eso es exactamente lo que podemos ver ahora a la luz de la vida de Carlo Acutis.

Cuando se publicó TOTALMENTE, el libro en el que recojo 18 historias de "juventud, alegría y santidad", Carlo Acutis ya había sido declarado beato. Posteriormente, el 23 de mayo de 2024, el Papa Francisco aprobó el milagro para su canonización, que iba a tener lugar el 27 de abril de 2025 en el marco de la celebración del Jubileo de los Adolescentes. El fallecimiento del Papa Francisco ha obligado a posponer la ceremonia, que queda ahora supeditada a la agenda del futuro nuevo Papa.
Tras su beatificación, los sagrados restos de Carlo Acutis se trasladaron a la iglesia Santa María la Mayor de Asís
La sencilla vida de Carlo nuestra que para tomarse la fe en serio no hace falta tener 80 años. Disfrutar de los 15 años y procurar hacerlo cara a Dios es posible, y él lo demostró. La muerte es un requisito necesario para la canonización, pero no para disfrutar de la vida plenamente, ni para seguir el rastro de su ejemplo.
Cada vez estoy más persuadido: la felicidad del Cielo es para los que saben ser felices en la tierra. (san Josemaría, Forja 1005)
A los siete años Carlo manifestó su deseo de recibir la Eucaristía, a la que llamó «mi autopista hacia el Cielo». Desde su primera comunión tuvo procuró asistir todos los días a misa, y a menudo lo hacía acompañado, de forma que esa costumbre suya fue prendiendo entre familiares y amigos. En una ocasión dijo: «Si nos acercamos a la Eucaristía todos los días, vamos directos al Paraíso». Rezó el rosario también todos los días, se confesaba una vez por semana y participaba en el catecismo para los niños de su parroquia.
No todas sus actividades tenían que ver con su intensa piedad. Su espíritu de servicio y su optimismo encontraban también cauce en sus gustos y aficiones: tocaba el saxofón, le entusiasmaban los videojuegos, le encantaban los dulces y las pizzas... Era un muchacho deportista, sano y bastante alto: medía 1,82 m con quince años. En resumen, Carlo era un chaval normal, con las mismas aficiones que muchos otros. Cultivó una vida espiritual muy intensa, que le llevó a preocuparse por los más necesitados y a compartir a través de internet su amor a la Eucaristía.
Mostró interés por las tecnologías de la información y la comunicación y, como aficionado a la informática, tras dos años de investigación y viajes en los que también participaron sus padres, elaboró una exposición virtual sobre los milagros eucarísticos en el mundo. Su trabajo recogía un total de 136 milagros eucarísticos reconocidos por la Iglesia católica, con fotografías y descripciones. La exposición se inició en un sitio web; posteriormente se prepararon también versiones en soporte físico, en paneles impresos, y se han difundido por los cinco continentes en más de veinte idiomas (http://www.miracolieucaristici.org/). Por la enorme difusión de estos materiales se ha pensado en él como posible patrono de internet.
Carlo entendió que su vida normal y corriente era mejor cerca de Jesús, y sin dejar de ser uno más entre sus amigos y compañeros, igual a cada uno de nosotros, a todos los chicos de 15 años del mundo; no tuvo miedo de ser distinto en lo que fuera necesario. El Papa Francisco lo explica muy bien: «Es cierto que los miembros de la Iglesia no tenemos que ser “bichos raros”. Todos tienen que sentirnos hermanos y cercanos, como los Apóstoles, que “gozaban de la simpatía de todo el pueblo” (Hch 2,47; cf. 4,21.33; 5,13). Pero al mismo tiempo tenemos que atrevernos a ser distintos, a mostrar otros sueños que este mundo no ofrece, a testimoniar la belleza de la generosidad, del servicio, de la pureza, de la fortaleza, del perdón, de la fidelidad a la propia vocación, de la oración, de la lucha por la justicia y el bien común, del amor a los pobres, de la amistad social» (Christus Vivit, 36).