En 1966, durante una tertulia en Villa Tevere, algunos de los que vivían con san Josemaría le cantaron esta canción entonces popular en Italia, Aprite le finestre[1]. El fundador les comentó que le gustaría que se la cantaran con alegría en sus últimos momentos de vida en esta tierra, luego de recibir los últimos sacramentos.
La canción celebra la alegría de la primavera, cuando las flores vuelven a brotar, las aves regresan de su migración, y el sol entra por las ventanas y llena de luz los hogares. Sus versos invitan a abrirse a nuevos sueños y a una vida que comienza de nuevo.
La prima rosa rossa è già sbocciata Aprite le finestre al nuovo sole | La primera rosa roja ya ha brotado Abran las ventanas al nuevo sol |
A san Josemaría le agradaba cantar, y solía recordar una frase de san Agustín: «El que canta, reza dos veces». También decía que le gustaban «todas las canciones del amor limpio de los hombres, que son para mí coplas de amor humano a lo divino»[2]. Por eso, no es extraño que viera en esta canción algo más que una sencilla imagen de la primavera. Al desear que se le cantase al final de su vida, puede intuirse que la leía como una metáfora del paso hacia la vida eterna: la muerte no como final, sino como un despertar sereno y luminoso. ‘Abrir las ventanas’, abrir el alma —como lo hizo él durante toda su vida— al Amor de los amores, al encuentro definitivo con Dios, «para siempre para siempre…, para siempre» (Camino, 182).

El sol —símbolo de Jesucristo en la tradición de la Iglesia— se ofrece con suavidad al hombre, y entra cuando este, libremente, le abre la puerta o las ventanas de su vida.
En ocasiones, san Josemaría soñaba con ese encuentro definitivo con Dios: «Me ilusiona cerrar los ojos, y pensar que llegará el momento, cuando Dios quiera, en que podré verle, no como en un espejo, y bajo imágenes oscuras... sino cara a cara»[3], no como algo repentino porque «constantemente estamos buscando y esperando a Dios. La muerte repentina es como si el Señor nos sorprendiera por detrás, y, al volvernos, nos encontráramos en sus brazos...»[4].
Sin miedo a la vida y sin miedo a la muerte. Así procuró vivir todos los días de su vida, porque como decía, «no sabemos cuál va a ser la última pelea, porque nos podemos morir en cualquier momento... No os preocupéis: detrás de la muerte está la Vida y el Amor»[5].
Sul davanzale un piccolo usignolo È primavera, è primavera | En el alféizar, un pequeño ruiseñor Es primavera, es primavera |
Y ese pequeño símbolo de los enamorados, el ruiseñor en el alféizar, golpeando con ternura el cristal, quizá puede entenderse, siguiendo la idea de fondo que gustaba a san Josemaría, como la gracia —el Amor— que viene a preparar el alma para su encuentro largamente esperado? Para abrir, por última vez, la ventana al más bello de los sueños: la vida eterna.
Alle speranze, all'illusione | A las esperanzas, a las ilusiones |
El 26 de junio de 1975, Josemaría Escrivá falleció repentinamente de un infarto. Se cumplió aquel otro que había pedido a Dios: la gracia de morir “sin dar la lata”, evitando ser un “estorbo” a sus hijos e hijas del Opus Dei.
«Llegará aquel día, que será el último y que no nos causa miedo: confiando firmemente en la gracia de Dios, estamos dispuestos desde este momento, con generosidad, con reciedumbre, con amor en los detalles, a acudir a esa cita con el Señor» (Amigos de Dios, 242).
«En el cielo, entre nubes de plata, la luna ya ha fijado una cita». La Virgen, como la luna que refleja la luz del sol, refleja la imagen de Dios y guía a los cristianos en los momentos de oscuridad. A san Josemaría lo acompañó desde sus primeros años, y también estuvo con él al final de su vida: en sus momentos finales en la tierra, dirigió su mirada a una imagen de la Virgen de Guadalupe, confiado en que Ella lo acompañaba en ese paso definitivo hacia el cielo. Cinco años antes, al contemplar un cuatro de la Virgen de Guadalupe dando una rosa a Juan Diego, en Jaltepec, y dijo en voz alta: «Así quisiera morir: mirando a la Santísima Virgen y que Ella me dé una flor…»[6].
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En una de las biografías del Fundador se recoge una historia de familia de ese día[7]. Severino Monzó, que estaba pasando unos días en una casa situada cerca del santuario de Torreciudad, recibió la noticia del fallecimiento de san Josemaría y recordó aquellas palabras que le había dicho una década atrás en Roma sobre esa canción: «Tú me la cantarás…sin lágrimas».
Se dirigió al tocadiscos del salón y puso Aprite le finestre. Comenzó a cantarla con la ilusión de cumplir el deseo del Padre. Hizo un esfuerzo por contener la emoción, pero no logró del todo cumplir esa segunda parte. En un momento, la voz se le quebró y tuvo que detenerse. Se recompuso y la terminó hasta el final. La canción completa dice así:
Italiano | Español |
La prima rosa rossa è già sbocciata Aprite le finestre al nuovo sole Lasciate entrare un poco d'aria pura È forse il più bel sogno che sognate La, la, la… Sul davanzale un piccolo usignolo È primavera, è primavera Alle speranze, all'illusione Nel cielo fra le nuvole d'argento La, la, la… | La primera rosa roja ya ha brotado Abran las ventanas al nuevo sol Dejen entrar un poco de aire puro Quizás es el más bello de los sueños [Estribillo] La, la, la… En el alféizar, un pequeño ruiseñor Es primavera, es primavera A las esperanzas, a las ilusiones En el cielo, entre las nubes de plata La, la, la… |
[1] Celaya I., en Recuerdos de san Josemaría.
[2] Conversaciones, 92.
[3] Sastre A., Tiempo de caminar, capítulo XII.
[4] Cfr. Testimonio de Encarnación Ortega Pardo, RHF 5074.
[5] Íbid.
[6] Cejas J.M., Cara y Cruz: Josemaría Escrivá, capítulo XXVI.
[7] Urbano P., El hombre de Villa Tevere, capítulo XIX.