Don Álvaro era para Toni más que un amigo: era un padre en el que confiaba plenamente. “Al comenzar esta carta —le escribía Toni en 1976— soy consciente que el contenido más importante es usted mismo: lo que para mí significa tenerlo como padre.” Y en 1983, como retrospectiva de una visita: “Cada uno de los encuentros con usted me hace mucho bien, y muy especialmente el último me ha regalado mucho sosiego, me lo ha contagiado”. Esa compenetración interior tenía un fundamento muy profundo: la unión con don Álvaro era para Toni la misma que lo unía con san Josemaría.
Don Álvaro era para Toni más que un amigo: era un padre en el que confiaba plenamente.
Toni participó en el congreso general electivo del Opus Dei que, en septiembre de 1975, eligió a Álvaro del Portillo como sucesor de san Josemaría. Como entusiasta de la ingeniería jugó ahí también un papel técnico: llevó un aparato construido en Suiza, que él mismo instaló, que permitiría a los electores votar electrónicamente. La víspera de la elección, de pronto, se negó a funcionar. Toni hizo todo lo posible para solucionar el problema y se dejó incluso aconsejar por teléfono por el constructor suizo, sin éxito. Pero lo que el ingeniero no consiguió, lo logró el hombre de fe: dejó la dificultad en manos de Dios y he aquí que, sin hacer nada más, la instalación funcionó perfectamente a la hora de la verdad.
Cuando Toni visitaba a don Álvaro en Roma, siempre procuraba hacerle pasar un rato agradable. Le llevaba no solo un pequeño regalo de Suiza, sino especialmente noticias gratas y divertidas del trabajo apostólico, consciente de que así le daba la mayor alegría. Don Álvaro, por su parte, se conmovía no sólo por estas atenciones, sino también, y sobre todo, por la fidelidad y entrega sin reservas de Toni.
Desde la aparición de la leucemia en 1986, Toni estuvo rara vez en Roma. En cambio, don Álvaro se tomó tiempo para visitarlo una y otra vez en Zúrich. Nunca fue tan a menudo a Suiza como en aquellos años. Toni lo esperaba siempre con gran alegría. En una ocasión pidió a los médicos aplazar 24 horas el comienzo de una quimioterapia prevista, para poder estar con don Álvaro con mayor lucidez.
A través de las conversaciones en la habitación del enfermo y de las cartas que recibía, don Álvaro fue testigo del buen humor lleno de fe, con el que, sin llegar aún a los cincuenta, ponía su vida, que humanamente carecía de esperanza, en manos de Dios. Pocos meses antes de su fallecimiento, Toni le contaba por carta anécdotas de su círculo de amigos y resumía: “Usted ve: me divierto en grande”. Don Álvaro anotó al margen: “Y sabe que su enfermedad está en fase terminal y que en cualquier momento puede venir la caída”.
Don Álvaro fue testigo del buen humor lleno de fe, con el que, sin llegar aún a los cincuenta, ponía su vida.
Unas semanas más tarde, don Álvaro pudo hablar con él a solas en el hospital. Conmovido profundamente, salió de la habitación del enfermo y dijo: “Este hijo mío vive inmerso en Dios”. Toni le había mostrado su imagen de la Virgen y comentado que le conmovía profundamente que Dios ha tomado nuestra carne y no ha muerto “sencillamente” de leucemia, sino en la cruz, pues, en comparación, la leucemia es un sacrificio pequeño. Toni se mostraba en esa situación como quien saca su fuerza y su confianza de la fe, de la contemplación de la redención obrada por Cristo.
Todo esto llevó al beato Álvaro del Portillo a la convicción de que Toni había vivido y muerto santamente. Unos años después del fallecimiento sugirió iniciar el proceso de beatificación que actualmente está en marcha.