Toni Zweifel provenía de una familia de buena posición económica. Esto se reflejaba en su porte exterior y no pasaba inadvertido a sus amigos y conocidos. Viajaba, por ejemplo, en un coche deportivo de dos plazas que su padre le regaló cuando cumplió 18 años. Poseía una cámara fotográfica de alta calidad para aquel tiempo, que poca gente se podía permitir. Consumía a diario café con una máquina construida para servir dos tazas, que él —como buen ingeniero y con un espíritu algo individualista— arregló para que vertiera el café solamente en una.
Durante sus estudios de ingeniería en el Politécnico de Zúrich, conoció a algunas de las personas que estaban a punto de poner en marcha una residencia de estudiantes: Fluntern. La orientación cristiana de la residencia fue encomendada al Opus Dei. Curiosamente, en 1961 Toni decidió vivir allí, aunque prácticamente ya había terminado la carrera. Dejó su piso para compartir una habitación con otros dos estudiantes.
En marzo de 1962, pidió la admisión en el Opus Dei. Comprendió enseguida el espíritu de pobreza y de desprendimiento de los bienes materiales que se requiere a todo cristiano coherente. Lo puso en práctica inmediatamente y con pleno convencimiento. Se desprendió en primer lugar de la máquina de hacer café, que él calificó entonces como expresión de su egocentrismo; la cámara fotográfica la puso al servicio de la residencia y el deportivo de dos plazas lo cambió por un coche de siete plazas, que sirvió para muchas excursiones con los residentes. Además, siendo un excelente y apasionado conductor, no tuvo inconveniente en ceder, a veces, la guía del coche a otros, que evidentemente no estaban a su altura, incluso aunque alguna vez hubieran tenido un pequeño percance.
Esos detalles, se puede decir que eran sólo el reflejo externo de su espíritu de desprendimiento, porque su día a día estuvo desde entonces impregnado de sobriedad, con elegancia y naturalidad. Era consciente de que santificarse en el ejercicio de su profesión implicaba seguir sirviéndose de distintos medios materiales, como sus demás colegas y amigos, pero sin apegarse a esos bienes y poniéndolos al servicio de Dios y del prójimo. Cuidaba con esmero todos los instrumentos que manejaba, de forma que pudiesen durar mucho tiempo. Para las excursiones al monte usaba lo imprescindible: por ejemplo, los pantalones de excursión y el “Anorak”, que además había heredado de su abuelo, los usó hasta el final de su vida, gracias a un esmerado cuidado.
En su trabajo en la fundación Limmat, fue muy atento y exigente en relación con las donaciones. Redujo los viajes profesionales al mínimo indispensable. Los millones de su herencia los invirtió en proyectos altruistas y no quiso aprovecharse personalmente de su usufructo. Mas allá de los aspectos materiales, Toni demostró su espíritu de desprendimiento también en las relaciones con los demás. Por ejemplo, era capaz de renunciar a imponer su criterio o sus planes, usaba lo estrictamente necesario. Durante años vivió, con la mayor naturalidad, en una mansarda de dimensiones reducidas. Cuidaba cuando la serenidad en la convivencia lo aconsejaba. Por último, con admirable rapidez y serenidad se desprendió de uno de los más altos valores humanos: la salud.
Con 24 años Toni poseía todo lo que a un hombre aparentemente puede llenarle en la vida: dinero, inteligencia, éxito, muy buenas perspectivas profesionales. Sin embargo todo eso no le hacía feliz. Cambió radicalmente cuando aceptó la llamada para seguir a Cristo y desprenderse interiormente de todo, aunque administrara, a veces, recursos abundantes a favor de los demás. La primera consecuencia fue una profunda alegría, ausente hasta entonces. Mientras que el joven rico del Evangelio (Mt 19, 16-22) quiso conservar sus bienes y se alejó del Señor triste, el joven rico Toni se convirtió en un testimonio de que serán felices “los que son pobres ante Dios” (Mt 5, 3).