Un sacerdote para todas las almas

Don José María Hernández Garnica fue uno de esos primeros jóvenes que se embarcó junto a san Josemaría en la apasionante tarea de vivir y predicar la santidad por todos los lugares de la tierra.

En una entrevista, san Josemaría Escrivá decía: «La Obra no se basa en el entusiasmo, sino en la fe. Los años del principio —largos años— fueron muy duros, y solo se veían dificultades. El Opus Dei salió adelante por la gracia divina, y por la oración y el sacrificio de los primeros, sin medios humanos. Solo había juventud, buen humor y el deseo de hacer la voluntad de Dios. Desde el principio, el arma del Opus Dei ha sido siempre la oración, la vida entregada, el silencioso renunciamiento a todo lo que es egoísmo, por servir a las almas»[1].

El Opus Dei salió adelante por la gracia divina, y por la oración y el sacrificio de los primeros

Don José María Hernández Garnica fue uno de esos primeros que siguieron al fundador del Opus Dei para servir a todo tipo de personas, en distintos países, tanto en su época de ingeniero como en los años de sacerdocio. En estos últimos, «san Josemaría le encargó, preferentemente, el impulso de la tarea apostólica con mujeres, trabajo que desarrolló con gran espíritu de sacrificio y dedicación generosa»[2].

«Desarrolló ese encargo confiando en las personas a las que debía ayudar y formar. “Sabía querer con obras. Había aprendido del Fundador las virtudes propias de la caridad, quizá por su amor a la Virgen y a su madre, a quien nombraba alguna vez. Confiaba en las virtudes que son propias de la mujer e insistía en que las ejercitásemos, animándonos a vivirlas”. Es un testimonio unánime que supo entender el alma femenina»[3].

"Confiaba en las virtudes que son propias de la mujer e insistía en que las ejercitásemos, animándonos a vivirlas”

Así testimonia Carmen R. Eyré, que lo conoció en Bélgica: «El papel de don José María fue clave en una doble vertiente: unirnos al fundador, a quien amaba entrañablemente con fidelidad eficaz y afectiva, y captar y desentrañar desde su tarea sacerdotal lo que se ha dado en llamar el “genio femenino” e incorporarlo, despojado de accesorios, al patrimonio general común de la Obra: Nunca he oído a nadie que se haya sentido herida por don José María o que considerase que no “se hacía cargo de lo nuestro”: el modo específico de ser, estar y entender por parte de las mujeres [...]. Desde esta perspectiva, la figura humilde y discreta de don José María se agranda de forma insospechada, y se transforma en referente para quienes “con el correr de los tiempos” deban desempeñar tareas semejantes»[4].

En 1956, don José María cambió de encargo: «Su misión sería, no tanto de gobierno, como de ayuda en la tarea de atención espiritual y orientación doctrinal de los fieles del Opus Dei, con especial dedicación al impulso de los medios de formación que la Obra ofrece a los sacerdotes diocesanos. Les fue visitando, conversando y conviviendo con ellos [...] procurando que sus conversaciones tuvieran un tono sobrenatural, sin sensiblerías ni frases hechas. Su cordialidad, aparentemente distante, la compensaba con sus bromas que llenaban de alegría las tertulias»[5].

Don José María fue modelo de ese sentido común, sentido sobrenatural y sentido del humor de los que son guiados por la gracia de Dios en la santificación de sus tareas ordinarias.


[1] Josemaría Escrivá de Balaguer. Conversaciones. Madrid: Rialp, 1987. N. 68.

[2] José Carlos Martín de la Hoz. Roturando los caminos. Madrid: Ediciones Palabra, 2012. Pág. 105.

[3] Ibid. Testimonio de Mariangela Vila Burch p. 106

[4] Ibid. Pág. 108.

[5] Ibid. Pág. 131.