En 1985 Toni Zweifel escribía: «El mal no consiste en que uno se ponga enfermo de cáncer, sino en que su relación con Dios no sea suficientemente profunda para convertir la enfermedad en algo positivo. El único mal es el pecado […]. La fe cristiana —una relación con Dios viva— puede convertir incluso una enfermedad como el cáncer en una historia de amor». Toni se encontraba en el cenit de su capacidad de trabajo. No se podía imaginar cuán pronto se iba a encontrar él mismo en esa situación. Algunos meses más tarde se le declaró una leucemia que daba muy pocas esperanzas de curación. Siguieron quimioterapias agresivas con efectos secundarios muy fuertes.
Aceptación de la enfermedad
Desde el primer momento, Toni orientó todo su esfuerzo a unir su sufrimiento con el de Cristo, como lo había aprendido de san Josemaría Escrivá y como ya lo venía practicando ante diversas contrariedades. No quería dejar ahora solo a Jesús en la cruz, sino acompañarlo, compartir sus sentimientos, participar en su obra de salvación. Oración y sacrificio se convirtieron en su ocupación principal durante sus estancias en el hospital.
«Estar sano o enfermo», escribió pocos meses antes de su muerte, «es menos determinante de cómo va nuestra relación con Dios, que es lo único que cuenta y lo que le hace a uno feliz también en la enfermedad». Y: «Pase lo que pase, ya sé que será para bien».
Por el dolor aún más cerca de Dios
En diciembre de 1986, diez meses después de habérsele declarado la leucemia, parecía como si se hubiera curado. Sintió entonces el peligro de aflojar en la presencia de Dios. Para que eso no ocurriera, se esforzaba en tener presente la enfermedad. En cuestiones profesionales arduas se preguntaba a veces sin ambages: «Pero Toni, ¿has rezado para que esto salga bien?». Y se respondía: «Sí, cuando estaba enfermo…» para, a continuación —medio en serio medio en broma— animarse a sí mismo a rezar más: «¡No obliguemos al Señor a darme un nuevo golpe para que rece un poco más!».
Cuando años más tarde tuvo la primera recaída, Toni lo entendió como una llamada a rezar más intensamente. «Bienvenidas por tanto estas caricias divinas en mi salud —decía— me ayudan a volver a cosas más importantes y a rezar más». Y se proponía firmemente continuar así cuando pudiese dejar el hospital y estar de nuevo inmerso en el trabajo.
Se sentía muy unido al prelado del Opus Dei, Mons. Álvaro del Portillo. Ofrecía por él y por sus intenciones muchos de sus dolores e incomodidades. En 1988, durante un viaje de Mons. Del Portillo por América, le escribió: «Me he compuesto una especie de oración de niño para cantarla interiormente por la noche, cuando me despierto y usted está en América en plena tarde».
Toni era muy consciente de que en ese «estado de excepción» podía ser un gran apoyo y un estímulo para la fe de otras personas. En su lecho de enfermo recibía numerosas visitas. Lejos de mendigar compasión, se interesaba por sus cosas y problemas. A menudo se servía de esta situación para «ir enseguida a fondo y hablar de Dios». Así, condujo a varios a una nueva y más profunda unión con Dios.
«Jesús eligió una suerte peor»
En su situación, tenía Toni siempre presente el destino que Jesucristo aceptó conscientemente para sí al final de su vida. Esta comparación le ayudaba a no tomar su enfermedad demasiado en serio: «Por amor nuestro, Dios con la Encarnación eligió para sí mismo la muerte de Cruz; si la leucemia hubiera sido una mayor demostración de su amor, hubiera elegido esta…». Se mostraba muy agradecido a quienes rezaban por él, pero dejaba en las manos del Señor cuántas de estas oraciones redundarían en su bien y cuántas —así se expresaba–—«valdrá la pena desviarlas a intenciones mucho más serias e importantes».
En marzo de 1988 sufrió un ataque de fiebre agudo que sobrepasó los 40 grados. Una de las personas que lo atendían le refrescaba la frente durante horas. Comentaba después que «era maravilloso» y que su acompañante se había comportado con él «como una madre». Un año más tarde, escribió de nuevo a monseñor del Portillo. Le refería sus contactos con toda clase de personas amigas y concluía este relato con el siguiente comentario: «Ya ve: “me lo paso en grande”. Procuraré estar cada vez más cerca de usted aprovechando este tesoro que poseo y que de momento se manifiesta sólo en un cansancio mayor». Mons. Del Portillo anotó al margen: «Sabiendo que en cualquier momento su enfermedad, en estado terminal, puede precipitarse».
Pocos días antes de su muerte, Toni sufrió una hemorragia cerebral, que le impidió hablar durante un tiempo, pero dejando intacta su capacidad de pensar. Lo llevó con mucha serenidad, y cuando pudo expresarse de nuevo, bromeaba: «El ordenador aún funciona, pero la impresora ya no».
«Una historia de amor»
Al alba del 24 de noviembre de 1989, Toni sucumbió a su larga enfermedad. Pocos minutos antes de expirar se despidió de los dos que lo acompañaban junto al lecho de muerte con un gesto de la mano. En los días anteriores había asegurado varias veces que su vida había sido «una historia de amor con Dios». Había alcanzado una maravillosa intimidad con Él, y por eso estaba profundamente conmovido y agradecido.
Toni acabó su vida con el convencimiento de haber experimentado la verdadera felicidad: no sólo aquella que el hombre puede darse a sí mismo y que se acaba con la vida, sino aquella que viene de Dios y alcanza su plenitud en el dolor. Experimentó en su propia alma lo que el Papa Benedicto XVI describiría después en su libro Jesús de Nazaret: «La cruz es la verdadera “altura”. Es la altura del amor “hasta el fin”; en la cruz, Jesús está a la “altura” de Dios que es el amor».