Toni conoció el Opus Dei a comienzos de 1961. Estaba a punto de terminar sus estudios de ingeniería en el Politécnico Federal (ETH) de Zúrich. Su fe cristiana, que había vivido celosamente en su juventud, palidecía: por un lado se movía desde hacía años en un mundo dominado exclusivamente por el pensamiento técnico, en el que no se consideraba el “factor Dios”; y por otro, la fe no encajaba bien en su vida, satisfecha de sí misma y más bien cómoda. Toni se había convertido en un católico con certificado de bautismo, pero no practicante.
Sin embargo, en lo más profundo de su corazón buscaba “un ideal por el que vivir, algo que valiese la pena amar”. Así escribía más tarde a don Álvaro del Portillo, sucesor de San Josemaría en la dirección del Opus Dei. Hasta entonces había perseguido objetivos ciertamente buenos, pero puramente temporales: el éxito profesional y el amor de una mujer. “Más allá de estas cosas no me atrevía a mirar; me atemorizaba tener que tomar una decisión, en cualquier dirección que fuese, que me ligara para toda la vida” (Carta de Toni Zweifel a D. Álvaro del Portillo, 16-IX-1962).
Toni tenía sus objetivos al alcance de la mano: en los estudios obtenía resultados brillantes y se le abrían las mejores perspectivas profesionales. Al mismo tiempo salía con la hija de un profesor. Y como hijo de un empresario pudiente, no tenía preocupaciones económicas. Desde un punto de vista humano, no podía encontrarse mejor en la vida.
Aún así, empezó a notar que, a la larga, todo eso no lo iba a hacer feliz. “Cuando ya había logrado prácticamente todo lo que me había propuesto, y pensando que podía continuar así para el resto de mi vida, dominado por los mismos deseos y ambiciones, sentí que eso no podía ser, que tenía que ir más allá, amar verdaderamente, superar mi egocentrismo, tomar una decisión, comprometerme”.
Al mismo tiempo que experimentaba estas inquietudes interiores, un par de compañeros de estudio le hablaron de la fe que ellos vivían y de una institución de la Iglesia católica, el Opus Dei. Esto hizo que, poco a poco, Toni volviera a la fe. Aunque todavía no sabía mucho de vida interior cristiana, se le fueron abriendo perspectivas totalmente nuevas.
En las vacaciones de Navidad de 1961 a 1962, Toni se fue a esquiar con unos amigos. No llevaba mucho tiempo allí, cuando un sacerdote veronés, Ferdinando Rancan, a quien conocía de sus años jóvenes, le informó que en una casa junto al lago de Como próximamente tendría lugar un curso de retiro, diciéndole que esos días podrían ayudarle a crecer en su vida espiritual. Toni, sin pensarlo mucho, interrumpió sus vacaciones y asistió.
Allí se dio cuenta con claridad de que si verdaderamente quería ser cristiano, tenía que interesarse por los demás, sobre todo por su bienestar humano y espiritual. Tuvo que confesarse a sí mismo que, hasta entonces, esta preocupación le había sido totalmente ajena, por lo que sintió un profundo dolor.
Regresó a Zúrich con la firme resolución de cambiar radicalmente sus vida. Muy pronto comenzó a practicar de nuevo. “Mientras tanto me había acercado más a la fe, y también al Opus Dei, que me parecía casi como su encarnación. Al regresar a Zúrich, me fui a vivir a la residencia de estudiantes Fluntern con el fin de preparar el examen para el diploma de ingeniería mecánica en el Politécnico. Allí me preguntaron un mes más tarde si me gustaría pertenecer al Opus Dei. Me decidí casi inmediatamente, y pienso que el que se quedó más sorprendido fui yo mismo”.
Así pues, el 19 de marzo de 1962, festividad de san José, Toni pidió la admisión al Opus Dei, como numerario. Entregaba así su corazón entero al Señor. Se lo comunicó a su novia, que aceptó su decisión.
Se llenó de una alegría completamente nueva que ni dependía de las circunstancias exteriores, ni estaba sometida a altibajos de ánimo. Su mundo interior era de una estabilidad asombrosa. Era la certeza de haber cumplido la voluntad de Dios, el firme convencimiento, acompañado de aquella definitiva decisión, de estar y caminar en la voluntad del Señor.
Toni conservó esta alegría y este amor hasta el final, sin desviarse en las pequeñas y grandes adversidades que se cruzaron en su camino. Tampoco la leucemia —contra la que tuvo que luchar durante tres años como causa perdida— lo distanció de Dios, sino que por el contrario lo condujo a una unidad mucho más profunda con el Crucificado. Esto lo conmovía, y lo agradecía.
Era como si Jesús, en Toni, se hubiera tomado la revancha del “joven rico” del Evangelio. Frente a la negativa de aquel personaje de la Sagrada Escritura, Toni respondió con un sí incondicionado a la llamada del Señor.