El lunes 7 de octubre de este año mi hermano ingresó al hospital con un diagnóstico grave: diverticulitis en el intestino grueso, una de las afecciones más serias en el aparato digestivo. Para complicar aún más la situación, los exámenes revelaron que había dado positivo a E. coli y salmonela, lo que le provocó fiebre tifoidea, afectando tanto el intestino grueso como el delgado, y ocasionando una perforación en este último.
Durante la intervención, el médico nos informó que el intestino estaba gravemente inflamado
El viernes 11 se decidió realizar una laparoscopia exploratoria para revisar las perforaciones, limpiar la zona y evaluar el grado de inflamación de los intestinos. Durante la intervención, el médico nos informó que el intestino estaba gravemente inflamado y que, debido a la severidad de la infección, sería necesaria una segunda cirugía el lunes siguiente.
Esta intervención tenía como objetivo reducir la inflamación, extirpar la parte más afectada del intestino y realizar una ileostomía (una operación que consiste en dejar parte del intestino fuera del cuerpo para permitir que el paciente evacue por allí durante un periodo de tres meses a un año, dependiendo de la evolución de su salud).
Pedí a toda mi familia que uniera su fe en oración
En medio de este panorama tan incierto, llevé conmigo una estampita del doctor Ernesto Cofiño, y pedí a toda mi familia que uniera su fe en oración por el milagro que mi hermano necesitaba. Recé con fervor durante toda la operación, convencida de que Dios intervendría de alguna manera.
A mitad de la cirugía, el médico coloproctólogo a cargo de la intervención, salió al pasillo para informarnos sobre el avance de la operación. Con un tono serio y a la vez asombrado, nos dijo: “Si ustedes son personas de fe, lo que acaba de ocurrir es un milagro. El intestino está prácticamente sano, y la pequeña perforación que queda, la sellaremos con un parche. Ya no será necesario hacer la ileostomía”.
Cuando me dirigía a la sala de espera para compartir la noticia con los demás familiares, una pareja se acercó a mi visiblemente conmovida sabiendo que estábamos acudiendo a la intercesión del doctor Cofiño, y me presentó a una persona que estaba por casualidad en el hospital y me dijo: “Él es hijo del doctor Ernesto Cofiño”. En ese momento comprendí que la gracia divina había tocado nuestras vidas de una manera única y maravillosa. ¡Todo fue un milagro y Dios me dio la oportunidad de conocer al hijo de quien había intercedido por mi hermano!
Hoy, con profundo agradecimiento, doy testimonio de fe y de la bondad de Dios. La recuperación de mi hermano es un claro recordatorio de que, cuando menos lo esperamos, Él actúa de maneras sorprendentes, mostrándonos su misericordia infinita.
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