1. Usted ha estudiado bien la vida de Ernesto Cofiño. En pocas palabras, ¿cómo era?
Muchos le recuerdan como un marido y un padre ejemplar, y por su actividad al servicio de los niños, los adolescentes y las personas más desfavorecidas de Guatemala. Su deseo en cuanto médico era curar a las personas. Deseaba también que estas, al ser tratadas, viesen a Jesús que les servía.
Examinando su vida, se puede decir que siguió hasta sus últimas consecuencias la llamada a ser santos que el Señor hace a todos. A Ernesto se le reconocen muchas cualidades humanas: el buen humor, la constancia, la elegancia en el trato, la afabilidad. Al mismo tiempo, tenía sus defectos, como todos. Por ejemplo, llegó hasta el carácter bondadoso y acogedor que se le reconoce al final de su vida, partiendo de un temperamento más bien enérgico y exigente, cuando era más joven. Observando su vida, llama la atención cómo dejó actuar a la gracia divina, cómo correspondió a la llamada del amor de Dios,
2. ¿Qué significa que la Iglesia le declare “venerable”?
En pocas palabras, significa que la Iglesia ha estudiado con profundidad tanto su vida como la opinión que ha dejado entre el pueblo de Dios, y ha concluido que Ernesto fue un cristiano que puede ser propuesto como ejemplo para los demás fieles. Pienso que para la Iglesia de Guatemala supondrá una inspiración muy cercana.
El hecho de que se declare su “venerabilidad” expresa que Ernesto ha respondido a los dones de Dios viviendo heroicamente las virtudes cristianas, especialmente la virtud de la caridad. Esta declaración es un paso importante hacia su posible beatificación y canonización.
3. ¿En qué aspectos la vida de Ernesto puede inspirar a los cristianos de hoy?
Es una figura muy actual, y no sólo porque vivió hasta finales del siglo XX y su fallecimiento es relativamente reciente. Pienso que en él nos podemos reflejar muchas personas: fue, entre otras cosas, padre de familia, abuelo, amigo, estudiante, médico, profesor. Le tocó vivir circunstancias duras, como el fallecimiento de su esposa a una edad relativamente joven, cuando su último hijo tenía apenas siete años. Tuvo que afrontar también numerosas situaciones sociales y profesionales complicadas.
Su figura puede ser inspiradora, porque vivió lo que de tantos modos recuerda el Papa Francisco, que habla de cómo la persona santa “encuentra que la vida tiene sentido socorriendo al otro en su dolor, comprendiendo la angustia ajena, aliviando a los demás. Esa persona siente que el otro es carne de su carne, no teme acercarse hasta tocar su herida, se compadece hasta experimentar que las distancias se borran. Así es posible acoger aquella exhortación de san Pablo: «Llorad con los que lloran» (Rm 12,15). Saber llorar con los demás, esto es santidad” (Gaudete et exsultate, n. 76). Ernesto hizo el bien entre una gran cantidad de personas, de muchas maneras. A los niños que atendía médicamente, también a los no nacidos, con su insistente promoción de la vida humana. A los que se beneficiaron de las obras sociales que impulsó. A quienes ayudó a encontrar a Dios con su ejemplo. A sus amigos. Y, cómo no, en primer lugar a su esposa, a sus hijos y familiares.
En nuestros días, nos enfrentamos a diario a muchas actividades diversas. A veces es un desafío no pequeño encontrar el tiempo o el modo de conciliar la vida familiar y profesional, así como la preocupación por los demás, etc. Ernesto, al igual que nosotros, vivió inmerso en una actividad incesante, pero supo ser un esposo enamorado y un padre dedicado a sus hijos. Quiso ser un buen médico, un gran profesional, porque sabía que el trabajo era la mejor manera de servir a los demás, de cambiar el trozo de mundo que Dios le había encomendado. En esto, es igual a la mayoría de nosotros: el trabajo y la familia son los lugares donde tenemos que comportarnos como lo haría Jesús. Y Ernesto se empeñó con todo su corazón. Además, se preocupó por cultivar su propia vivencia cristiana, estimulaba la vida espiritual de quienes se acercaban a él, y adquirió un prestigio profesional que le mereció muchos reconocimientos.
4. Médico, casado, padre de familia... ¿cómo encontró tiempo para cultivar heroicamente su vida cristiana?
Quizá, si se le hiciese a él mismo esa pregunta, respondería algo del tipo: “Bueno, en realidad intenté cultivar mi vida cristiana precisamente siendo médico, casado y padre de familia”. Podría decirse que no cultivó su vida cristiana “heroicamente” al margen de esos aspectos, ya que formaban parte integral de su identidad: Ernesto vivió plenamente su vida cristiana, precisamente a través de sus múltiples ocupaciones.
Aquellos que lo conocieron de cerca, concuerdan en que no tenía un minuto libre, pero al mismo tiempo afirman que estaba disponible siempre para quienes lo necesitaban. Sin duda, su notable capacidad de organizarse le ayudó a esto. Sin embargo, la fuerza que le movía era su trato con Jesucristo. En cada uno de sus días, la prioridad era la participación en la Santa Misa, el rezo del Rosario, su rato de oración personal. Al poner a Dios en primer lugar, todas las facetas de su vida quedaban vivificadas por una unidad y coherencia profundas.
5. ¿Llegan relatos de personas que han acudido a su intercesión? ¿Puede contar algunos ejemplos?
A la postulación llegan a diario relatos de sitios muy diversos, aunque predominan las personas de su tierra natal y también quienes piden por su intercesión recuperar la salud, ya que era médico.
Recuerdo un favor sencillo, llegado recientemente a la postulación. La madre de dos niños pequeños que estaban pasando unos meses de virus y fiebres, incluida alguna hospitalización, solía acudir a la intercesión del Doctor Cofiño. En esta ocasión, su hija de cuatro años llevaba varios días con una fiebre que no cedía al tratamiento. La madre buscó una estampa de Ernesto y se la llevó a su hija diciendo que “su amigo del Cielo iba a ayudarles”. Su hija le preguntó: “Mamá, ¿por qué en esta foto Jesús tiene lentes?”. Se refería a la imagen del doctor Cofiño. La madre le aclaró que no era Jesús, sino un amigo suyo, y se quedó pensando que la meta de los cristianos es justamente que en nuestro rostro se refleje el de Jesús. La madre vio que su hija se quedaba platicando con el doctor y se retiró fuera un momento. Cuando volvió, al cabo de diez minutos, el médico le tomó la temperatura y vio cómo bajaba de 38,5 a 37,6, a 37,1, etc. La madre no sabe cómo expresar su agradecimiento y pide al doctor por las mamás, los hijos pequeños y los pediatras.
Recuerdo otro relato: cuenta un señor que su madre de 95 años sufrió este año una obstrucción intestinal, que causó una infección en el abdomen. El pronóstico era muy malo y la única posibilidad de tratamiento era una intervención quirúrgica que los médicos les plantearon excepcionalmente, a pesar de su edad. Ella la rechazó, pidiendo sólo cuidados paliativos. Los parientes se pusieron a rezar. Quien escribe el favor pensó en Ernesto, por ser un hombre mayor y, además, médico. Comenzó una novena, rezando nueve estampas al día. Desde el primer día, su madre comenzó a mejorar. Su intestino empezó espontáneamente a funcionar. Un mes después pudo volver a casa y ahora hace vida normal, con las limitaciones propias de la edad.
6. ¿Hay alguna anécdota que, en su opinión, refleje bien quién era Ernesto?
Recuerdo una anécdota conocida de la vida del doctor. En una ocasión, cuando tenía 88 años, iba con un amigo a pedir donativos para sacar adelante una residencia para universitarios. Fueron asaltados por dos ladrones con el rostro descubierto, que les apuntaron con un revólver y se los llevaron en su propio vehículo, para robarles en otro lugar. El doctor se mantuvo sereno. Su amigo contaba que sólo se le escapó una lágrima cuando le quitaron el anillo de matrimonio, que no se había quitado desde su boda. El doctor iba rezando en voz baja, mientras los asaltantes conducían el coche hacia un lugar desierto y la situación se ponía fea. Le ordenaron que se callase, pero él contestó “yo siempre rezo”. Después de estas palabras, resolvieron abandonarles en un descampado y uno de los asaltantes le tendió la mano. El doctor le contestó: “Amigo, no le doy la mano ahora, porque va por mal camino. Rezaré por ustedes dos, para que encuentren a Dios y, cuando cambien de vida, tendré muchísimo gusto en darle la mano a usted y a su amigo”.
Para mí, este relato hace ver muchas de las cualidades de Ernesto. Desde su valentía y visión sobrenatural, hasta el interés por ayudar a todos, incluso los que podrían ser considerados como sus enemigos.
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