Opus Dei

La certeza de saberse siempre con Dios es fuente viva de esperanza, de la que brotan sin parar nuevos manantiales de alegría y de paz que fecundan nuestra vida y la de los que nos rodean.

«El camino se resume en una única palabra: amar, (...) tener el corazón grande, sentir las preocupaciones de los que nos rodean, saber perdonar y comprender: sacrificarse, con Jesucristo, por las almas todas» (San Josemaría).

Para un cristiano el apostolado no es simplemente un encargo que supone ciertas horas; ni siquiera un trabajo importante: es una necesidad que brota de un corazón que se ha hecho «un solo cuerpo y un solo espíritu» con el Señor.

La naturaleza tiene una finalidad y un orden interno propios –con sus leyes, ritmos y ciclos–. Este orden interno, la Moral, es como una «gramática» que debemos aprender y respetar si queremos relacionarnos adecuadamente con la naturaleza.

Cuando entra la inquietud en el corazón acerca de un posible camino, es natural dudar y sentir miedo: Dios nos busca y nosotros, a pesar de nuestra fragilidad, deseamos vivir con Él y para Él.

La misión de los padres no se limita a la acogida de los hijos que Dios les da: sigue durante toda la vida, y tiene como horizonte el cielo.

¿Qué tiene que ver la muerte y resurrección de Cristo con la plenitud de la vida que tanto deseamos? ¿Es la muerte el único límite al progreso?¿Por qué es tan decisiva la resurrección de Jesús? ¿En qué consiste un cielo nuevo y una tierra nueva?

Dios bendice la normalidad de la vida familiar y quiere habitar en ella. Un paseo por el libro de Tobías puede ayudar a redescubrirlo.

El secreto de un corazón célibe: dejar un amor en la tierra para llenar el mundo entero con la luz del Amor de Dios.

La vocación al Opus Dei es una llamada a interpretar una partitura, a tocar una música de Dios que tiene tantas variaciones como personas.