Evangelio (Lc 21,5-11)
En aquel tiempo, como algunos le hablaban del Templo, que estaba adornado con bellas piedras y ofrendas votivas, dijo:
— Vendrán días en los que de esto que veis no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida.
Le preguntaron:
— Maestro, ¿cuándo ocurrirán estas cosas y cuál será la señal de que están a punto de suceder?
Él dijo:
— Mirad, no os dejéis engañar; porque vendrán en mi nombre muchos diciendo: «Yo soy», y «el momento está próximo». No les sigáis. Cuando oigáis hablar de guerras y de revoluciones, no os aterréis, porque es necesario que sucedan primero estas cosas. Pero el fin no es inmediato. Entonces les decía:
— Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino; habrá grandes terremotos y hambre y peste en diversos lugares; habrá cosas aterradoras y grandes señales en el cielo.
Comentario
Estamos ya en los últimos días del año litúrgico y es tiempo para escuchar las palabras de Jesús sobre el fin de los tiempos. No nos va a desvelar lo que quizá muchos quisieran saber: ¿cuándo será?; pero el Maestro, que siempre nos pide confianza en su palabra, no quiere dejarnos en la total ignorancia acerca del final.
Se encontraba Él ante el Templo, y quienes le acompañaban se maravillaban de su esplendor. Ese Templo, destruido una vez por el ejército babilónico y levantado de nuevo tras el exilio, había sido ampliado y embellecido a manos de Herodes el Grande.
Sin embargo, Jesús les avisa de que será destruido definitivamente. Así ocurrió en el año 70 a manos del ejército romano de Tito. Una predicción tan alarmante provocó preocupación en los oyentes: querían conocer los indicios de semejante desgracia. Pero Jesús cambia su discurso: mayores cataclismos estaban por venir. Y habrá quien aproveche la llegada de esos desastres para proclamar falsos mesianismos, anuncios de un fin inmediato.
Un vistazo a la historia confirma las palabras de Jesús: ¡cuántas guerras, cuántas calamidades, cuánto sufrimiento! A pesar de todo, Jesús, con su divina autoridad, quiere darnos seguridad, fortaleza.
Son señales aterradoras, pero no para un cristiano, pues “sabemos que todas las cosas cooperan para el bien de los que aman a Dios” (Rm 8,28). También cada uno, en su particular presente, puede verlo todo difícil, pero la palabra de Dios, Jesús, está siempre cerca para sostenernos.
Por eso, nos dice San Josemaría: “Parece que el mundo se te viene encima. A tu alrededor no se vislumbra una salida. Imposible, esta vez, superar las dificultades. Pero, ¿me has vuelto a olvidar que Dios es tu Padre?: omnipotente, infinitamente sabio, misericordioso. Él no puede enviarte nada malo. Eso que te preocupa, te conviene, aunque los ojos tuyos de carne estén ahora ciegos. –Omnia in bonum”[1].
[1] San Josemaría, Via Crucis, estación 9ª, n. 4.