Evangelio (Lc 6, 17. 20-26)
Bajando con ellos, se detuvo en un lugar llano. Y había una multitud de sus discípulos, y una gran muchedumbre del pueblo procedente de toda Judea y de Jerusalén y del litoral de Tiro y Sidón,
Y él, alzando los ojos hacia sus discípulos, decía:
—Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios.
»Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados.
»Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis.
»Bienaventurados cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os injurien y proscriban vuestro nombre como maldito, por causa del Hijo del Hombre. Alegraos en aquel día y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo; pues de este modo se comportaban sus padres con los profetas.
»Pero ¡ay de vosotros los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo!
»¡Ay de vosotros los que ahora estáis hartos, porque tendréis hambre!
»¡Ay de vosotros los que ahora reís, porque gemiréis y lloraréis!
»¡Ay cuando los hombres hablen bien de vosotros, pues de este modo se comportaban sus padres con los falsos profetas!
Comentario
El evangelio de este domingo recoge uno de los pasajes más sorprendentes y nucleares de la predicación de Jesús: las bienaventuranzas, que son con su lenguaje paradójico una enseñanza sobre la verdadera felicidad que todos los hombres buscan. San Josemaría las definía como “un poema del amor divino”[1]. De hecho, como explica el Papa Francisco, “las bienaventuranzas son el retrato de Jesús, su forma de vida; y son el camino de la verdadera felicidad, que también nosotros podemos recorrer con la gracia que nos da Jesús”[2]. Lucas nos muestra al Maestro de pie en un llano, predicando con autoridad y majestad. Mezclados entre la muchedumbre, hoy podemos sentir como dirigidas a nosotros sus palabras.
“Bienaventurados los pobres”. En la vida de un cristiano la pobreza no es opcional: sin ella no se es discípulo ni tampoco dichoso. Todos hemos de vivirla como el Maestro. Y para encarnar la pobreza en medio del mundo, san Josemaría recomendaba: “te aconsejo que contigo seas parco, y muy generoso con los demás; evita los gastos superfluos por lujo, por veleidad, por vanidad, por comodidad...; no te crees necesidades”[3]. Frente a un clima general de consumismo, es necesario revisar con frecuencia si estamos desprendidos de las cosas que usamos; si vivimos ligeros de equipaje para seguir de cerca a Jesús y empezar a poseer “el Reino de Dios”. Si vivimos la pobreza sabremos cuidar también con generosidad de los demás y en especial de los pobres y los que pasan necesidad, a los que nunca veremos con indiferencia.
“Bienaventurados los que ahora pasáis hambre”. En la opulencia de los ricos y saciados no hay sitio para Dios y los demás. En cambio, quienes viven con sobriedad y templanza empiezan a “ser saciados” por Dios. Se trata de disfrutar de los bienes terrenos con agradecimiento, pero de forma que nos lleven a desear los bienes espirituales. Esta bienaventuranza nos invita también a trabajar con confianza en la providencia: mientras procuramos ganar con rectitud el sustento necesario, mantenemos la serenidad ante las posibles estrecheces, porque Dios nunca abandona a sus hijos.
Jesús dice también que son bienaventurados los que ahora lloran, porque luego reirán. Cuando un cristiano procura imitar al Maestro, “experimenta la íntima relación entre cruz y resurrección”[4], como explicaba Benedicto XVI. Unidos a Cristo, adquirimos la fuerza para transformar el sufrimiento en amor redentor. Tenemos entonces la misma alegría que vivió el Señor en su Pasión, porque con ella nos alcanzaba el don del Espíritu Santo y nos abría las puertas del Cielo. Con esta esperanza y consuelo, el cristiano es consuelo para los demás; “puede atreverse a compartir el sufrimiento ajeno y deja de huir de las situaciones dolorosas”, nos dice el Papa Francisco[5].
Por último, Jesús llama bienaventurados a los que sufren persecución o rechazo por su causa. Nuestra coherencia de cristianos corrientes puede chocar o molestar a otros. Pero hemos de ser valientes para reflejar con nuestra conducta recta el Rostro amable de Jesús que todas las personas buscan. En esto podemos seguir el consejo que daba san Pedro a los primeros cristianos: “si tuvierais que padecer por causa de la justicia, bienaventurados vosotros: No temáis ante sus intimidaciones, ni os inquietéis, sino glorificad a Cristo Señor en vuestros corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza; pero con mansedumbre y respeto, y teniendo limpia la conciencia, para que quienes calumnian vuestra buena conducta en Cristo, queden confundidos en aquello que os critican” (1Pedro 3,14-18). En resumen, y en contra de lo que pueda parecer, nuestra dicha no radica en la posesión ilimitada de bienes. Tampoco en conseguir a toda costa la aprobación ajena. La felicidad está más bien en la identificación con Cristo.
[1] San Josemaría, Apuntes de una meditación, 25-XII-1972, (AGP, P09, p. 186), cita publicada en E. Burkhart y J. López, Vida cotidiana y santidad. 3: En la enseñanza de San Josemaría, Rialp, Madrid 2013. 125.
[2] Papa Francisco, Audiencia 6 agosto 2014.
[3] San Josemaría, Amigos de Dios, 123.
[4] Benedicto XVI, Jesús Nazaret, 100.
[5] Papa Francisco, Gaudete et exultate, 76