Un día de agosto de 1930

Se cumplen 70 años del momento en que Isidoro Zorzano descubrió su vocación al Opus Dei.

El 23 de agosto de 1930 Isidoro partió de Málaga, donde trabajaba como ingeniero en la compañía de los Ferrocarriles Andaluces, en dirección a La Rioja, para pasar una temporada de vacaciones con su familia. Sin embargo, en Madrid hizo un alto en el viaje para visitar a su viejo amigo Josemaría Escrivá de Balaguer, antiguo condiscípulo del Instituto de Logroño, que le había escrito poco antes una postal: "Cuando vengas por Madrid, no dejes de verme. Tengo que contarte muchas cosas"[1]. ¿De qué se trataría? También él tenía muchas cosas que contarle...

Llegó a la capital al mediodía del domingo 24 y acudió al Patronato de Enfermos, en la esquina de las calles de Santa Engracia y Nicasio Gallego, institución de la que don Josemaría era capellán, donde esperaba encontrar a su amigo. Pero como no le había avisado previamente, no lo encontró en casa. Decidió entonces tomar el tranvía, en Santa Engracia, para almorzar en la Puerta del Sol y hacer tiempo hasta la hora de salida del tren para Logroño. Sin embargo, cuando se encontraba ya en la parada del tranvía, sin saber por qué, volvió de nuevo a la calle de Nicasio Gallego.

Don Josemaría estaba en esos momentos acompañando a un chico enfermo "cuando, de pronto, sentí —escribió más tarde— el impulso de tener que salir a la calle. Le dije que me marchaba y, aunque la madre insistió en que me quedara, por la compañía que hacía a su hijo, me despedí"[2].

Sin embargo, en vez de llegar a la calle José de Marañón donde vivía, movido también por un impulso incomprensible, decidió hacer el recorrido más largo, doblando por la calle de Nicasio Gallego, lo que suponía rodear la manzana.

"No sabía a dónde iba —recordaría años después—; ya en la calle, sin saber a dónde me dirigía, me encontré de sopetón con Isidoro, que estaba haciendo tiempo para coger el tren de vuelta y casualmente pasaba también por allí"[3].

Aquel encuentro marcaría definitivamente la vida de Isidoro. "Nada más saludarme —recordaba el fundador del Opus Dei— me dijo a bocajarro: quiero entregarme a Dios y no sé cómo ni dónde"[4].

Uno y otro advierten que aquello no es casualidad, sino Providencia. Y el ingeniero entra, sin más, en materia. Hablan y enseguida ve que el sacerdote tiene respuesta a sus inquietudes.

El asunto no era para ser despachado, a toda prisa, en una esquina. Don Josemaría e Isidoro entraron en la iglesia del Patronato y rezaron una estación al Santísimo. Quedaron citados para la tarde, en aquella misma iglesia, a la hora en que don Josemaría daría la bendición con el Santísimo.

Ya con calma, Isidoro contó a su amigo sacerdote con todo detalle, sus inquietudes espirituales, y al oírle, don Josemaría le habló extensamente de lo que Dios le había hecho ver poco tiempo antes.

El 2 de octubre de 1928, poco después de su llegada a Madrid —le contó don Josemaría— Dios le había hecho ver el Opus Dei, un camino de santidad. Un camino nuevo, abierto para dedicarse por completo al Señor. No se trata de abandonar el mundo, como si fuera un obstáculo para vivir el cristianismo en plenitud. Un camino donde el trabajo ordinario se convierte en materia de santidad y en ocasión de servicio a la Iglesia. Isidoro comprendió muy bien y no necesitó pensárselo dos veces: "El dedo de Dios está aquí —contestó—. Y aquí me tienes. Ya está. Ya sé para qué he venido a Madrid".

Sí: aquello que su amigo había visto el 2 de octubre de 1928, aquello era precisamente lo que estaba buscando desde hacía tiempo. Era un camino de santidad donde podría llevar a cabo las inquietudes espirituales que sentía en el fondo de su corazón. Y desde aquel mismo día se entregó por entero a Dios en el Opus Dei.

Por la noche partió hacia Logroño. Iba radiante de alegría. Aquel encuentro había iluminado toda su existencia con nuevas luces: ¡ese era el sentido, esa la misión de su vida! "Me encuentro ahora completamente confortado; —le confiaría más tarde a Escriv´—; mi espíritu lo encuentro ahora invadido de un bienestar, de una paz, que no había sentido hasta ahora"[5].


[1] AGP, RHF 22640.

[2]Ibidem.

[3]Ibidem.

[4]Ibidem.

[5] Carta 14‑IX‑1930 (AGP, IZL D‑1213)