Se me pide una referencia de D. Isidoro Zorzano, una opinión sobre su persona, y yo con toda la lealtad, con la misma nobleza que él se portó no sólo conmigo, de quien fue Jefe en el Taller y maestro en la Escuela, cumpliendo un deber que es una alegría para mí pues me recuerdan años de juventud pasados al lado de este gran maestro de todos nosotros, tanto en el sentido profesional como moral, pues las dos cosas unía en sus lecciones, voy a contestar con la misma sinceridad que él nos hablaba.
D. Isidoro era muy recto, pero con una rectitud cariñosa. Tenía genio, pero, por decirlo así, parecía que tenía corazón de niño. Uno de los recuerdos que guardo de él fueron unas soberanas calabazas en matemáticas; él lo sintió más que yo, me dio toda clase de explicaciones y al final me convenció, teniendo que darle las gracias. Debido a su gran sabiduría en matemáticas desarrollaba las ecuaciones a una velocidad fantástica; a pesar de tener un gran encerado le faltaba espacio, diciéndonos en una ocasión [que] iba a colocar otro en otro tabique, sembrando el terror en la clase. Con este motivo de su gran ritmo en desarrollar los temas, en cierta ocasión varios alumnos se quejaron al Director de la Escuela que debido a esta velocidad no podían seguir sus explicaciones; D. Isidoro les reprendió primero y luego les pidió perdón; algunos de los más exaltados, al terminar sus palabras no podían contener las lágrimas; desde entonces D. Isidoro hacía lo imposible por reprimir su paso.
Estos son unos pequeños rasgos de lo que fue D. Isidoro para nosotros, un gran maestro en todos los sentidos y que dejó siempre entre nosotros un grato recuerdo, por un don que tenía que yo con la pluma no lo sé explicar, pero que se infiltraba dentro de nosotros y que hacía que a su clase, la más temida, fuera a la que concurriéramos todos con más alegría y cariño.
El maquinista de RENFE
José Gutiérrez