Si hay paciencia… llega

Luis es profesor en la Escuela de Ingenieros de la Universidad del País Vasco. Hace veinte años comenzó a sentir los primeros síntomas de la esclerosis múltiple. Y cuenta que, aunque hubiera preferido no tener esta enfermedad, ha aprendido a ver las cosas con una actitud positiva.

Nací en Palencia. Estudie en el Colegio de la Salle y en la Escuela de Ingenieros de Valladolid. Mi experiencia profesional ha estado  siempre unida a la  Universidad. Desde 1994 trabajo como profesor en la Escuela de Ingenieros de la Universidad del País Vasco. 

Yo estaba sano pero hace 20 años sentí los primeros  síntomas de mi enfermedad, esclerosis múltiple. Noté algunas dificultades a la hora de andar. Se me pasó, hasta que un día me di cuenta que el tema era más serio de lo que yo pensaba. Estaba paseando y al cabo de dos horas las piernas me empezaron a fallar; busqué un sitio para sentarme porque me caía.  La persona que me acompañaba tuvo que ir a buscar un coche. Desde entonces, el tiempo que podía andar se fue reduciendo poco a poco…

"El médico se preocupaba pero no me derrumbé porque pensaba que a pesar de todo podría hacer vida normal; empecé a utilizar un bastón hasta que, en el año 2002, tuve que pasarme a la silla de ruedas".

El médico se preocupaba pero no me derrumbé porque pensaba que a pesar de todo podría hacer vida normal; empecé a utilizar un bastón hasta que, en el año 2002, tuve que pasarme a la silla de ruedas.

Cuando llegué a Bilbao  me encontré con buenos compañeros. Yo era nuevo en la Escuela y, por el trato que he recibido, siempre me he sentido respetado y querido. Con los más cercanos por mis relaciones de trabajo han surgido amistades. Cada año vienen nuevos alumnos. Siempre he estado contento con ellos, por su trabajo académico y por su trato humano: los años que utilizaba  bastón iba en coche a la Universidad; cuando llegaba al aula siempre había alguno que me ayudaba a subir a la tarima para dar clase.

Ahora voy al aula en silla de ruedas y no subo a la tarima. Al principio usaba un proyector de  transparencias pero ahora  las aulas están equipadas con cañones de video y me resulta más sencillo impartir las clases.

Hace año y medio tuve además un cáncer. En esa época un compañero de trabajo también tenía cáncer. Estuvo en mi despacho y hablamos de todo. A los pocos meses murió; me dio mucha pena. Me alegró saber que antes de morir recibió la unción de enfermos.

"Me gusta leer. Y los sábados voy a la piscina. Me ayuda el socorrista a entrar en el agua, no hago muchos metros pero me descansa, me relaja".

Somos nueve hermanos y un hermano mío murió de infarto hace cuatro años; me impactó, no me lo esperaba. Tenemos buena relación entre nosotros; hablamos, aprovechamos los cumpleaños y procuro ir a Palencia todos los años. 

Me gusta leer. Y los sábados voy a  la piscina. Me ayuda el socorrista a entrar en el agua, no hago muchos metros pero me descansa, me relaja. Me gustaba tocar el piano, escribir poesías, pero ahora lo hago muy de vez en cuando.

Recibí la primera enseñanza en un colegio de religiosos. En la asignatura de Religión conocí la vida de Jesucristo. Luego he leído los escritos de san Josemaría y he aprendido de él que Jesús no es un personaje que ya pasó sino que sigue vivo. Con ayuda de sus libros he pasado de conocer a Jesús a tratarle. Esto es lo que más me atrae del Opus Dei del que soy miembro desde hace muchos años.

Cuando alguien me pregunta qué ventajas tiene conocer a Jesucristo le digo que lo pruebe y que descubra él mismo la respuesta. A mí  me ha ayudado  a tener una actitud positiva ante la vida, a saber valorar lo bueno, a  no quejarme excesivamente de las dificultades, a tener paciencia…

"Cuando alguien me pregunta qué ventajas tiene conocer a Jesucristo le digo que lo pruebe y que descubra él mismo la respuesta. A mí me ha ayudado a tener una actitud positiva ante la vida".

Hubiera preferido no tener esta enfermedad pero he aprendido a ver las cosas de otra manera; no me quejo ante Dios. Me ha ayudado a tener paciencia ante problemas serios, y esa paz llega hasta problemas menores; como esperar al ascensor. Ahora aprovecho ese tiempo de espera para pensar y orar por mí y por los demás. 

Esta enfermedad me pone en ocasión de intentar ser paciente, y me da más serenidad. Con el paso del tiempo he aprendido que en la vida pasa lo de los ascensores, que  “el que espera desespera… pero si hay paciencia  llega”.