Mi primer encuentro con San Josemaría

Don Ferdinando Rancan es el primer sacerdote diocesano del Opus Dei en Italia. En esta entrevista relata cómo fue su primer encuentro con San Josemaría en Roma en 1959. "Durante la hora larga en la que estuve con el Padre perdí la noción del tiempo. Me había sumergido en un cúmulo de maravillas que, siendo de este mundo, hablaban un lenguaje que pertenecía a otra dimensión, al mundo de Dios."

Con ocasión de la visita del Prelado del Opus Dei a Verona el pasado mes de diciembre, publicamos una entrevista realizada a , sacerdote del la diocesis de Verona, que conoció el Opus Dei en Roma en 1954.

Don Ferdinando, ¿nos puede contar cómo y cuándo tuvo lugar el primer encuentro con el fundador del Opus Dei?

En 1953 alguien le habló de mí al Padre (San Josemaría) y, cómo él solía hacer con la gente de la que le hablaban, me incluyó entre las intenciones de su oración. Sin embargo, por diversos motivos, durante mi primera estancia en Roma, no se prensentó la ocasión propicia para poder conocerlo personalmente. A finales de 1959, siendo el primer sacerdote agregado de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz y Opus Dei en Italia, el Padre quiso conocerme. Viajé a Roma en el mes de diciembre de ese año, y estuve viviendo en Villa Tevere, Sede Central del Opus Dei. El día 10 del mismo mes fui recibido por el Padre.

¿Qué recuerdos tiene de aquel encuentro?

No es fácil describir la emoción que experimenté durante aquel primer encuentro con San Josemaría. Cuando se abrió la puerta del cuarto de estar me faltó tiempo para acercarme a saludarlo ya que, sin darme cuenta, me ví envuelto en su abrazo fuerte y vibrante, de cariño paternal: "¡Hijo mío!..." y después ya no recuerdo nada más.

Todas las cosas que había pensado decirle desaparieron de mi mente, me quedé completamente en blanco, no me venían las palabras, y si trataba de buscar algo que decir, una expresión, me sentía como un niño balbuciente, que entre broma y broma, metía la pata constantemente con comentarios que, cuando no eran evidentes, resultaban ridículos.

Habiendo estado más de una hora con él, no me fue posible memorizar nada de lo que él me dijo, de la misma manera que me había olvidado de todo lo que tenía pensado decirle. Estaba sólo él. Su gran personalidad impedía, sin ser incómodo, ningún otro pensamiento. Las únicas palabras que me quedaron de aquel encuentro fueron: "¡Tenía tantas ganas de verte! ¡Tú también eres hijo de mi oración!". No he podido olvidarlas porque se referían a mi vocación.

Después de saludarme, con aquel fuerte abrazo, San Josemaría me preguntó si me gustaría celebrar Misa al día siguiente en el oratorio de Santa María Stella Orientis, que se encuentra en Villa Tevere, muy cerca de la Iglesia Prelaticia del Opus Dei.

Aspecto de la fachada de Villa Tevere en Roma

¿Pudo conocer Villa Tevere por dentro?

San Josemaría quiso acompañarme personalmente para que conociera toda la casa, especialmente los oratorios. Todo el recorrido a su lado fue como una apasionante catequesis sobre el espíritu del Opus Dei. Se detenía sobre algunos elementos de la casa que podrían parecer insignificantes, pero que eran la materialización de uno u otros aspectos del espíritu de la Obra. En toda la casa, de hecho, no había una esquina, por cuanto pudiera estar escondida, que no estuviera cuidada y enbellecida con criterios no sólo arquitectónicos o decorativos, sino incluso con referencias a algún aspecto ascético o sobrenatural de la Obra.

Era como si quisiera decirme: en la Obra nos importan las cosas pequeñas, incluso si nadie la ve, porque las ve Dios y hacemos cada cosa por amor a Él. De hecho, durante todo el recorrido a través los diversos lugares de la casa, cada vez que se paraba, me miraba con su mirada penetrante llena de afecto y decía: "Hijo mío, estos edificios que ves parece que son de piedra, pero están hechos de amor."

San Josemaría durante las obras de construcción de Villa Tevere

¿Qué aspecto tenía Villa Tevere?

"Hijo mío, estos edificios parece que son de piedra, pero están hechos de amor."

En aquel entonces acababan de terminar las obras en Villa Tevere, y el Padre quería poner un sello en la última piedra el día de la fiesta de la Inmaculada Concepción. No me acuerdo del motivo, pero aquella piedra con la inscripción "Melior est finis quam principium" (Mejor es el final que el inicio) estuvo disponible sólo para el 9 de enero sucesivo, cumpleaños del Padre. Sin embargo, antes de dejarme ir, el Padre me condujo a una ventana que da a un patio interno e indicándome sobre la fachada de Villa Tevere un rectángulo todavía vacío dijo: «Allí pondré la última piedra…». Después, mirándome fijamente añadió: "Hijo mío, en la Obra nos santificamos a través del trabajo bien hecho, pero no nos santificamos simplemnte porque esté bien hecho, sino porque está termidado. Esa es la razón por la que en la Obra nos gustan más las últimas que las primeras piedras."

¿Qué huella dejó en usted aquel encuentro?

Durante la hora larga en la que estuve con el Padre perdí la noción del tiempo. Me había sumergido en un cúmulo de maravillas que, siendo de este mundo, hablaban un lenguaje que pertenecía a otra dimensión, al mundo de Dios. Al salir de Villa Tevere, me encontré en la calle mirando alrededor para descubrir las cosas de siempre; era una sensación rara, como si hubiera aterrizado en aquella tierra después de un largo viaje desde otro planeta.

¿Tuvo otros encuentros significativos con él posteriormente?

Sí, cuando quiso conocer a mi madre. El trabajo apostólico en Verona había empezado en mi casa. Mi madre hacía de anfitriona de la casa y pasaba las cuentas del Rosario mientras los jóvenes acudían a medios de formación cristiana que se impartían allí. Así que el Padre quiso conocerla.

Viajamos a Roma juntos. Mi madre era una mujer sencilla, discreta, de pocas palabras, y le preocupaba lo que podía decirle al Padre. Sin embargo, sucedió lo que no esperaba. Al entrar el Padre en el cuarto de estar, el Padre se acercó a saludarla con tanto cariño que mi madre se desarmó, estaba irreconocible, perdió todos sus temores y parecía incluso una persona extrovertida. Hablaron durante media hora como si se hubieran conocido desde siempre. El Padre sabía hacer que las personas se sintieran a gusto.

Don Ferdinando Rancan nació en Tregnago (Verona) el 14 de junio de 1926. Se licenció en Ciencias Biológicas en la "Università della Sapienza" de Roma. Recibió la ordenación sacerdotal en Verona. Ha escrito diversos libros: "In quella casa c'ero anch'io." (ed. Fede e Cultura); "Il senso del vivere"( Ed. ARES); E, reperibili presso l’autore: "La moneta del tempo" (Un calendario per l’anima); "Ricevi questo anello" (Riflessioni sul matrimonio e la famiglia); "Là dove cielo e terra si incontrano" (Sulla preghiera cristiana e la Messa); "Fiori di melograno".