Esta madrugada se nos fue el Cielo el padre Marcelo, de manera totalmente sorpresiva, a los 61 años, dejándonos a todos conmovidos. Apenas tuvo noticias, el Padre –Mons. Fernando Ocáriz– nos escribió desde Roma uniéndose a nuestro dolor con su oración: “ante lo inesperado de su marcha, hacemos sufragios y tratamos de convertir la pena en diálogo con Dios, conscientes de que Él sabe más”. Nos recordó también que, a partir de su ejemplo de fidelidad, “podemos pensar en tantas almas que se habrán beneficiado del empeño de Marcelo por buscar a Cristo en las circunstancias corrientes de cada día”.
Jamás pensé que hoy iba a estar despidiendo a este gran amigo y hermano. Las circunstancias extraordinarias de la pandemia nos impiden estar presentes físicamente. Por eso, con estas líneas quiero estar cerca de las bolivianas y los bolivianos, en quienes ha dejado un rastro de bondad y simpatía, al servicio de tantas personas, del país y de la Iglesia en Bolivia. Es el primer sacerdote de la Obra que será enterrado en suelo boliviano, donde ha puesto su corazón desde aquel 2015 en que asumió este querido país como propio.
Marcelo fue un sacerdote de alma grande y un educador. Durante su vida se entregó con pasión a la formación de los jóvenes y estuvo entre los iniciadores del colegio Los Arroyos de Rosario. Además de en La Paz, vivió en Rosario, Roma, Mendoza, Santa Fe y Buenos Aires. En todos lados se lo recuerda por su sencillez, espíritu de servicio, disposición para el diálogo.
Me contaron recién que su última iniciativa era celebrar la Santa Misa de hoy por streaming para todas y todos los de Bolivia, aunando la fiesta de san Josemaría del viernes con la fiesta del Papa –San Pedro y San Pablo– de mañana, para que, en estos tiempos en los que hemos estado separados físicamente, pudiéramos estar “unidos en la oración”. Con la esperanza de que esté ahora cerca de san Josemaría, recemos especialmente por su eterno descanso, con la confianza en que son oraciones de ida y vuelta.