Londres, 1958: “Tú no puedes, pero Yo sí”

En agosto de 1958, San Josemaría paseaba por la "City" de Londres. El ir y venir de tanta gente que no conocía a Dios abrumó al sacerdote: “Josemaría –se dijo- aquí no puedes hacer nada”. E inmediatamente tuvo la respuesta: “Tú, no; pero Yo, sí. Yo estaré contigo y habrá eficacia”.

Con motivo del aniversario de los 50 años de la primera visita de san Josemaría a Inglaterra, recogemos el relato que uno de sus biógrafos, Andrés Vazquez de Prada, realiza en el libro “El Fundador del Opus Dei” (Tomo III).

“Casi doce años llevaban en Inglaterra cuando el Padre puso el pie en Londres en 1958. Pasó allí una larga estancia, desde primeros de agosto hasta mediado el mes de septiembre.

El 4 de agosto cruzaba el Canal, de Boulogne a Dover. Fecha memorable en la historia de la Obra en Inglaterra, donde el avance de fundación había empezado en la Navidad de 1946.

Hizo un recorrido por Londres. Se llegó a la City. Por sus calles se apresuraba la gente: oficinistas, empleados con hongo, traje oscuro y cuello almidonado. Había un tráfico denso de autobuses rojos y taxis de charol negro. Todo apretado, con prisas y febril.

San Josemaría con don Álvaro, en Londres.

Por todas partes aparecían rótulos con fechas antiguas: Established in 1748; ...in 1760; ...1825... La mente del Padre penetraba su significado histórico, abarcándolo en sus consecuencias: continuidad en el trabajo, transacciones con todos los continentes, riqueza, poderío económico...; una costra secular y resistente. 

Era la City como un viejo árbol centenario, con las raíces al aire. Y, circulando entre la multitud, cada cual a su tarea, se veían rostros y atuendos de lo más exótico: indios, africanos, chinos y árabes.

Calibraba el Fundador los hechos, instalado en la presencia de Dios. Consideraba cuán insuficientes serían su esfuerzo e intrepidez, vertidos en aquella encrucijada del mundo. Y debió sentir un roce de desaliento al medir sus fuerzas materiales con el poderío de la City

Pero no se dejó abatir. Al encararse interiormente con el Señor, examinó recursos, sacando la palmaria conclusión de que llevar todo eso a Cristo —tantas almas y tantas empresas— requería una palanca y un esfuerzo sobrehumanos.

Fueron días de oración y trabajo. Pensando en la gente que deambulaba por las calles, en tantos que no amaban a Dios, o tenían un conocimiento superficial de Cristo, se sentía impotente para hacer algo. 

Esa impotencia le llevaba a Dios, como niño que acude a su padre. Y hacía oración, que es el secreto de la eficacia del Opus Dei, y, según les dijo en Londres, servía como un gran paraguas contra las incidencias del tiempo y las contrariedades (...).

"En el fondo de mi corazón, sentí la eficacia del brazo de Dios: tú no puedes nada, pero Yo lo puedo todo; tú eres la ineptitud, pero Yo soy la Omnipotencia. Yo estaré contigo, y ¡habrá eficacia!"

Debió ser por entonces cuando el Señor le contestó claramente con una locución, una de tantas como tuvo, y que tan firmes quedaron en su memoria: «¡tú, no!; ¡Yo, sí!» Tú, ciertamente, no podrás; pero Yo sí que puedo[3].

A esa experiencia sobrenatural se refirió, a su vuelta a Roma, cuando contaba a sus hijos en una meditación:

Al considerar ese panorama me desconcerté y me sentí incapaz, impotente: Josemaría, aquí no puedes hacer nada. Estaba en lo justo: yo solo no lograría ningún resultado; sin Dios, no alcanzaría a levantar ni una paja del suelo. Toda la pobre ineficacia mía estaba tan patente, que casi me puse triste; y eso es malo. ¿Que se entristezca un hijo de Dios? Puede estar cansado, porque tira del carro como un borrico fiel; pero triste, no. ¡Es mala cosa la tristeza! De pronto, en medio de una calle por la que iban y venían gentes de todas las partes del mundo, dentro de mí, en el fondo de mi corazón, sentí la eficacia del brazo de Dios: tú no puedes nada, pero Yo lo puedo todo; tú eres la ineptitud, pero Yo soy la Omnipotencia. Yo estaré contigo, y ¡habrá eficacia!, ¡llevaremos las almas a la felicidad, a la unidad, al camino del Señor, a la salvación! ¡También aquí sembraremos paz y alegría abundantes![4]. (...)

Dejó Inglaterra con muy gratas impresiones, pues había sacado la clara idea de que su estancia había sido providencial, como decía a sus hijos de España:

Trafalgar Square.

Yo sólo os digo que pienso que es providencial nuestra estancia en Inglaterra, y que pueden salir aquí muchas labores para gloria de Dios. Rezad, poned como siempre a Nuestra Madre Santa María por intercesora, y veremos grandes trabajos de nuestro Opus Dei realizados en esta encrucijada de la tierra, para bien de las almas de todo el mundo[5].

[1] Carta a Juan Antonio Galarraga Ituarte, en EF-500220-2.

[2] Carta a sus hijos de Inglaterra, en EF-500124-3.

[3] Cfr. Álvaro del Portillo, PR, p. 1506; y Javier Echevarría, Sum. 2782.

[4] Meditación, 2-XI-1958, citada por Álvaro del Portillo en Sum. 1642.

[5] Carta, desde Londres, en EF-580813-1.