La laboriosidad de don José María Hernández Garnica

José María Hernández Garnica supo responder a las exigencias que le plantearon los estudios de ingeniería y de ciencias naturales y a los trabajos posteriores que hubo de realizar antes de ordenarse sacerdote.

Cuando José María Hernández Garnica terminó el bachillerato, decidió estudiar Ingeniería de Minas, quizá porque un tío suyo tenía intereses en el campo de la minería en Almería y su primo Gabriel, que era un año mayor, ya había optado por esos estudios. Era una persona con mentalidad científica, aunque su amplia cultura y, lógicamente, su sacerdocio, le llevarían por otros caminos en la vida. Adolfo Llorente, médico, que le trató en los últimos meses de su vida recuerda: “Esa firmeza de carácter, junto a su simpatía y espíritu de servicio, hacían de él un hombre agradable y atrayente; al mismo tiempo, era muy ocurrente y divertido, por lo que siempre se estaba a gusto y resultaba sumamente grata la convivencia con él. A ello contribuía también su aguda inteligencia y su buena preparación cultural, con conocimientos que superaban ampliamente su ámbito profesional y se extendían a otras materias: ingeniería, ciencias naturales, arte, y literatura, etc.”.

Era una persona con mentalidad científica, aunque su amplia cultura y, lógicamente, su sacerdocio, le llevarían por otros caminos en la vida.

Para preparar el ingreso en la Escuela de Minas, según era habitual en aquel tiempo, acudió a una Academia especializada. Tantas horas de estudio y clases dieron su fruto y en 1932 fue admitido. De esos exámenes se conserva el recuerdo de cómo iba superando los nervios en los ejercicios orales. En una ocasión consiguió el máximo número de puntos en un examen escrito. Los profesores del tribunal, al verlo tan perfecto pensaron inicialmente que había copiado por lo que le hicieron un examen oral: comprobaron lo bien que se lo sabía. José María se empleó en los estudios con tal seriedad que sacó siempre las asignaturas en la convocatoria ordinaria de junio. El primer año terminó con el nº 4 de la promoción y la calificación Bueno. El segundo año siguió siendo el nº 4. En tercero pasó al nº 3. En cuarto (curso 1935-1936) obtuvo el nº 2 y la calificación de “Muy bueno”. Finalmente, después de la guerra (curso 1939-1940) terminó la carrera con el nº 3 y la calificación de Muy bueno.

Gracias a su estupenda memoria pudo superar con brillantez la asignatura de Mineralogía, que era entonces la más dura para cualquier estudiante de Geología.

Tomó pronto afición a las asignaturas más teóricas, en las que obtuvo calificaciones de notable y sobresaliente: Geología e Hidráulica (19 sobre 20 puntos); Construcción, Electrotecnia y Metalurgia (18 sobre 20 puntos); Paleontología, Mineralogía y Mecánica Racional (17 sobre 20 puntos); Geometría Descriptiva, Física, Química General, Química Analítica, Química Industrial, Mecanismos y Geofísica (16 sobre 20 puntos)[1]. Su afición a las asignaturas de Geología hizo que pudiera realizar después, con agilidad, la licenciatura y los cursos del doctorado en Ciencias Naturales. Gracias a su estupenda memoria pudo superar con brillantez la asignatura de Mineralogía, que era entonces la más dura para cualquier estudiante de Geología. Tenía que aprender de memoria más de 2000 minerales: nombre, fórmula, estructura, yacimiento y propiedades características, y superar diversas pruebas de reconocimiento, experimentación química y descubrimiento al microscopio. Pero no sólo destacaba por su memoria, sino también por su capacidad de síntesis en los grandes temas teóricos. Años más tarde rememoraba: “cuando era estudiante, recuerdo que algunos compañeros necesitaban después de comprender la asignatura, leerla hasta siete veces para estar preparados para el examen: a otros les bastaba una lectura rápida para fijar las asociaciones que permitían retener lo estudiado”[2].

De 1942 a 1944 fue director de un centro del Opus Dei. A la vez trabajaba en la empresa Electra de Madrid, para ayudar a la débil economía de los apostolados de la Obra.

De 1942 a 1944 fue director de un centro del Opus Dei. A la vez trabajaba en la empresa Electra de Madrid, para aportar medios económicos a la débil economía de los apostolados de la Obra; también hacía viajes, algunos de ellos acompañando a San Josemaría, para poner en marcha la labor apostólica en diversas ciudades de España. En un libro escrito por José María, él mismo se refiere al valor del trabajo: “Trabajo que es intrínsecamente humano, que se dirige a un objetivo próximo terreno, pero que el cristiano lo lleva a cabo con visión sobrenatural, entendiéndolo como voluntad de Dios, y dirigiéndolo a su propio perfeccionamiento y a la ajena santificación”[3]. Poco más adelante, saliendo al paso de una equivocada concepción del trabajo como obstáculo para la santidad, o como un castigo divino, añade: “En sí el trabajo es bueno, es algo querido por Dios, que el cristiano debe utilizar sobrenaturalizándolo, como medio de santificación”[4]. Toda su inteligencia y capacidad de trabajo la empleó en el cumplimiento de la voluntad de Dios, y fue con total disponibilidad de un lugar para otro, según se le necesitó, para difundir la llamada universal a la santidad y al apostolado, y llevó el espíritu del Opus Dei a muchos países.


[1] Cfr. expediente Académico. Escuela de Minas.

[2] José María HERNÁNDEZ GARNICA, Meditaciones, 9-VI-1972, p. 2.

[3] José María HERNÁNDEZ GARNICA, Perfección y laicado, ed. Rialp, Madrid 1956, p. 106.

[4] Ibid., p. 108.