CIUDAD DEL VATICANO, 21 DIC 2002 (VIS)
Juan Pablo II comenzó diciendo que esta Navidad era para él "especialmente significativa porque cae en el 25 año de pontificado. Precisamente por eso os hago partícipes de mi agradecimiento al Señor -dijo- por los dones que me ha otorgado en este largo período de tiempo al servicio de la Iglesia universal".
"Nuestro encuentro -continuó- tiene un clima particular porque se celebra en el Año del Rosario. (...) En la carta apostólica 'Rosario Virginis Mariae' he subrayado el valor antropológico de esta oración, que ayudándonos a contemplar a Cristo, nos orienta a mirar al ser humano y a la historia a la luz de su Evangelio".
El Santo Padre afirmó que no se puede olvidar que el rostro de Cristo "sigue presentando un rasgo doloroso, de verdadera pasión, por los conflictos que ensangrientan tantas regiones del mundo, y por aquellos que amenazan con explotar con renovada virulencia. La situación en Tierra Santa sigue siendo emblemática, al igual que las guerras 'olvidadas', que no son menos devastadoras. El terrorismo continúa cosechando víctimas y excavando más fosas. Frente a este horizonte bañado de sangre, la Iglesia no cesa de hacer sentir su voz, y sobre todo, sigue elevando su oración".
El Papa se refirió posteriormente a la belleza de la creación, en la que se advierte "un rayo del esplendor" del rostro de Cristo", pero también "la devastación que la desidia humana es capaz de causar al ambiente. (...) Por eso -añadió-, estoy contento por haber podido testimoniar también este año en diversas ocasiones el compromiso de la Iglesia en ámbito ecológico".
Por lo que concierne a las relaciones con los Estados, "he recordado a todos -dijo Juan Pablo II- la urgencia de poner en el centro de la política, nacional e internacional, la dignidad de la persona humana y el servicio al bien común".
Tras recordar la celebración de la Jornada Mundial de la Juventud, celebrada en julio en Toronto (Canadá), el Santo Padre subrayó "la presencia de jóvenes tan numerosa", sin olvidar a tantos otros "seducidos por otros mensajes o desorientados por miles de propuestas diferentes. Los jóvenes tienen el deber de evangelizar a sus coetáneos".
Después el Papa recordó los progresos efectuados en el camino ecuménico, a pesar de algunos "motivos de amargura".
"Pero -prosiguió- tenemos que fijarnos más en las luces que en las sombras". Y citó, además de la declaración conjunta con el patriarca Bartolomé I, la visita a Roma de la Delegación de la Iglesia Ortodoxa de Grecia con un mensaje del arzobispo de Atenas y de toda Grecia, Su Beatitud Christodoulos, el encuentro con el patriarca ortodoxo rumano Teoctist con quien, el pasado mes de octubre firmó una declaración común.
"¿Cuándo llegaremos a la comunión plena con los hermanos ortodoxos?", exclamó. "La respuesta permanece en el misterio de la Divina Providencia, pero la confianza en Dios no nos dispensa del compromiso personal. Por eso es necesario intensificar ante todo el ecumenismo de la oración y de la santidad".
A la santidad, "cima -subrayó Juan Pablo II-, del paisaje eclesial", estuvieron dedicados los últimos párrafos del discurso del Pontífice, que dio gracias a Dios por las beatificaciones y canonizaciones de este año: las de Pedro de San José Betancur, Juan Diego y los mártires de Oaxaca durante su viaje apostólico a Ciudad de Guatemala y Ciudad de México, y en Roma las de Padre Pío de Pietrelcina y San Josemaría Escrivá de Balaguer, que suscitaron "un eco particular en la opinión pública".
"En el signo de la santidad -concluyó- se desarrolló también mi viaje apostólico a Polonia, para la dedicación del santuario de la Divina Misericordia en Cracovia-Lagiewniki. En esa ocasión recordé de nuevo a nuestro mundo, que se siente tentado por el desánimo frente a tantos problemas por resolver y a las incógnitas amenazadoras del futuro, que Dios es 'rico de misericordia'. Para quien confía en El, nada está perdido definitivamente; todo puede reconstruirse".