La clave está en lo pequeño

Me dedico a las tareas del hogar como Dora. Un día, a finales de septiembre, antes de sentarnos a la mesa, quité el papel de aluminio a la fuente de pollo, que había utilizado para calentarlo, y lo arrojé a la basura.

Después de servirnos, me di cuenta de que me faltaba algo. Desde hacía poco (un año escaso) que tenía un anillo con bastante valor (valor personal), pero en ese momento, ¡no lo tenía puesto! y no recordaba habérmelo quitado para nada. Me preocupé bastante, sobre todo porque soy un poco despistada, y por la rabia de pensar que no me había durado ni un año.

Pensé que podría estar dentro de algún bollo de los que había hecho esa mañana. Empecé a dirigirme a Dora bastante alterada. Suelo acudir a ella en mi trabajo ya que se dedicaba a lo mismo que hago yo (aunque yo aún esté aprendiendo), y, si conviene, me hace caso. Sin rezar la estampa, le dije que encontrara mi anillo, que yo ya no podía hacer más... (Había examinado todos mis movimientos, revisado todos los bolsillos…) Estaba ya casi enfadada del disgusto conmigo misma por despistada. De repente, se me ocurrió mirar en el papel de aluminio que cubría la fuente y que yo había hecho una bola y tirado a la basura. Al abrirlo, allí estaba el anillo, justo en medio, como si lo hubieran colocado. Se me debió de escurrir al quitarlo y no me había dado cuenta.

Así pudimos terminar de comer con tranquilidad y con el anillo en mano. Si no se me hubiera ocurrido mirar en el papel no lo habría recuperado. Agradecí a Dora su paciencia con mi impaciencia, y ahora voy con más cuidado para evitar que se repita el mal trago. Es un favor pequeño, pero ahí está la clave: que lo que para uno es pequeño, para otro es mucho. Y para Dios no hay nada pequeño, todo es grande... porque Él lo hace grande. ¡Lo cotidiano hecho cara a Dios nunca es pequeño!

M. B. (España)