Aprendiendo a ser padre

Compartimos la columna del P. Víctor Urrestarazu, vicario regional del Opus Dei, con motivo de la primer visita pastoral del Prelado durante el mes de agosto.

Durante las pasadas dos semanas, Dios me regaló la oportunidad de acompañar en su primer viaje pastoral como prelado del Opus Dei a monseñor Fernando Ocáriz, por Argentina, Bolivia y Paraguay. Quedan en el aire tres palabras: Jesús, alegría y servicio. Las escuché cientos de veces, como camino de vida, como consejo ante las dificultades, como consuelo en el sufrimiento.

He presenciado su encuentro con la vida de cientos de familias, una por una, nunca anónimas, reconocimiento la historia única detrás de cada palabra, de cada foto, de cada regalo. En el Opus Dei, el prelado no es una autoridad, es por voluntad de Dios y realidad cotidiana “el Padre”. Por eso, puedo decir que para mí ha sido una máster class para “aprender a ser padre”. A los curas nos llaman pa’i y es una dimensión fundamental de nuestra vocación. Acompañar y ayudar a crecer; valorar lo que se ha hecho e invitar a hacer más.

Cercanía, proximidad, entrega, ante las alegrías y tristezas, esperanzas e inquietudes de todos. Celebró la camiseta albirroja, tuvo entre sus manos un sombrero piri, tomó tereré de la misma guampa que el papa Francisco —ofrecida por estudiantes de Laguna Grande—, alabó la “estupenda” lengua guaraní, aplaudió nuestra música y rezó con nosotros a la Virgen de Caacupé. Rió, se emocionó, compartió. Regaló dulces a los niños y rosarios a los grandes. Celebró el Día de la Asunción de la Virgen en la parroquia San Cristóbal con cientos de familias asuncenas.

Nos alentó, como buen padre, a mirar alto, a no encerrarnos en lo individual y ser responsables del conjunto, del bien común. En estos tiempos ambivalentes —en los que relucen valores de dignidad y, también, tensiones de disgregación y relativismo—, los cristianos estamos llamados a dar testimonio de compromiso y alegría, mostrando día a día que el Evangelio es fuente de luz para la vida de las personas y de los pueblos, en el trabajo, en la familia y en la sociedad.

Con San Josemaría, nos animó a “ahogar el mal en abundancia de bien”; como nos insiste siempre el querido papa Francisco, promover una “cultura del encuentro” y del diálogo en la que alcanzaremos “la paz como fruto de la solidaridad” (San Juan Pablo II).

Tuvo ocasión de visitar proyectos educativos y de promoción humana y cristiana que reconfortan el alma, y, a la vez, espolean a renovar el compromiso por ayudar a los más vulnerables y necesitados, tanto en las periferias materiales como en las espirituales, con el convencimiento de que “ese es el mejor modo de seguir a Cristo” (Papa Francisco). Fue un sembrador de paz y de alegría.

Varias veces repitió “la alegría da alas al alma”, esa alegría tan propia del pueblo paraguayo que será más grande si es fruto del encuentro con Dios. “Entusiasmemos a los demás con nuestro entusiasmo”, le propuso a un docente argentino para su tarea diaria. Termino con unas palabras de corazón: ¡Gracias, padre, por haber venido al Cono Sur!, la tierra del papa Francisco, ya lo estamos esperando de vuelta.

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