Mateo es un financiero uruguayo nacido en Montevideo hace 35 años. Se casó con Lucía en 2017, y dos años después se mudaron a Madrid, donde trabajan y residen actualmente con sus tres hijos. Mateo es un apasionado del rugby y por ello, dedica las tardes de los martes a ir con varios amigos al Centro Penitenciario de Estremera, en Madrid para dar clases de rugby a los internos.
Además, organiza partidos y sesiones de formación un fin de semana al mes. Para profesionalizar esta actividad, han fundado Invictus (Asociación de Rugby Penitenciario), una fundación que da cobertura a su actividad desde 2023 y cuya razón de ser es ayudar a los internos de las cárceles para reintegrarse a la sociedad a través del rugby y los valores que promueve.
Actualmente en España hay 10 centros penitenciarios en donde se practica rugby y este grupo quiere expandir el modelo de reinserción basado en este deporte a distintos centros de España. El de Estremera, en Madrid, es pionero gracias al trabajo de Carlos, un funcionario apasionado por este deporte, que fundó en 2011 el primer equipo de rugby penitenciario de España, y que ha llegado a contar con 1.800 internos.
Carlos recuerda que «propuse el rugby como deporte con valores y desde entonces han pasado más de 1.000 internos por la escuela y ahora hay 45 internos y 25 internas jugando. Me parece admirable -nos dice- el trabajo de los voluntarios, que ayudan a interiorizar el respeto, la solidaridad, la disciplina o el trabajo en equipo en un deporte donde todos son bienvenidos y los propios reclusos animan a otros a participar».
“Lo que queremos -cuentan Mateo y Fernando, otro voluntario que se dedica a las finanzas- es reducir la violencia carcelaria, fomentar el crecimiento personal y preparar a los internos para una reintegración social efectiva, disminuyendo así la reincidencia delictiva”. Y se consigue, a juzgar por lo que dicen algunos ya en libertad.
Una liberación
Nistor, ya reinsertado, recuerda que gracias al deporte y a las clases había recuperado la necesidad de una vida sana, del respeto y de la unidad. “Los voluntarios -cuenta- te dan vida y esperanza, te consideran y tratan como personas que necesitan ayuda. Lo que es mucho en estas circunstancias”.
José, de 43 años, dice que el rugby le cambió la vida a la hora de reinsertarse en la sociedad. “Actualmente trabajo y entreno a dos equipos, uno de ellos es el femenino de la prisión de Estremera. Agradezco mucho la ayuda y que la presten voluntarios que dedican su tiempo a unos “excluidos”. El rugby te abre a los otros y te libera cuando sales al campo. Que te vean contento e ilusionado arrastra a los demás. Quiero devolver la ayuda que recibí entrenando a las chicas”.
La ilusión de crecer
El reto actual de los voluntarios es federarse y en septiembre participar en la liga regional. Están pendientes de lo que decida la asamblea de clubes de la Federación. Su esfuerzo e ilusión es que el campo de juego y las instalaciones cumplan los requisitos oficiales.
Mateo cuenta como la fe le ayuda a ayudar a los demás y a salir de sí mismo: “Me sirve mucho seguir a san Josemaría, que anima a dejar huella, a apoyar a los demás para que sean felices, a comprobar cómo la fe es una gran aliada. Yo quiero hacerlo a través del rugby y de la amistad, y de la oración por cada uno de los jugadores. La formación que recibo en el Opus Dei -soy supernumerario- me alienta y me ayuda a intentar hacer las cosas bien».

“El trato con los reclusos -continúa Mateo- te ayuda a comprender y a no creerte especial. Compartes historias muy duras, tocas la debilidad y las ganas de recomenzar. Me emociona conocer gente que tiene condenas largas y que podría estar desesperada, y a la que el rugby ofrece retos e ilusiones a corto plazo”.
Segundas oportunidades
El deporte refuerza la necesidad de trabajar en equipo y de ser iguales en el campo, con la humildad, el respeto a los demás y a la ley. “Somos -añade Fernando- un equipo para ofrecer segundas oportunidades, promoviendo el perdón, la honestidad, la disciplina y la resiliencia para superar adversidades y crecer juntos”.
La actividad es de acceso libre y suelen sumarse unos 40 internos. Si la generosidad con el tiempo libre es algo que caracteriza a estos voluntarios, también lo es de empresas y particulares que les ayudan.
Los voluntarios cuentan que “facilitamos equipamiento para los entrenamientos y otro de más calidad para los partidos. De la limpieza de éste nos encargamos nosotros con un colaborador que tiene lavanderías y nos lo hace gratis. Otras marcas y amigos nos ayudan con material deportivo, protectores bucales, pago de licencias, traslados, comunicación en redes sociales, etc.”. También tienen convenios para que estudiantes universitarios puedan desarrollar actividades de voluntariado con los reclusos.
La formación continúa con expertos
Otra parte de su labor son las sesiones mensuales con expertos, como la que dio Pablo Delgado de la Serna, (@untrasplantado en instagram), sobre “El sentido del sufrimiento” o la de Pablo Gutiérrez, autor del libro “Aprender a sumar”, ex jugador de la selección española y que habló de cómo los valores del rugby cambian vidas. Vino también Miguel Duro, profesor del IESE y Harvard, que habló sobre cómo ser feliz en la vida cotidiana. Un sacerdote, don Mariano, trató del perdón, teniendo en cuenta la diversidad de creencias.
Pablo Delgado cuenta su experiencia tras colaborar con Invictus: “Me impresionó poder mirarles con cariño, sin juicio, sin miedo, sin barreras”. Señala que es una experiencia única, “hablar de segundas oportunidades con quien lo tiene todo en contra, hablar de fe, de familia, de lucha, de heridas y de vida con quien ha tocado fondo pero quiere salir... eso es un regalo”.
Compartir nacionalidad y pasión por el rugby ha facilitado a estos voluntarios la conexión con dos supervivientes de la tragedia de los Andes -Roberto Canesa y Gustavo Cervino- firmes apoyos de Invictus. Roberto piensa que “el rugby ayuda en las cárceles a los que están prisioneros en la vida”, y Gustavo dice que “no hay límites cuando hay propósito”.

Como dice otro voluntario, “puedes llegar al corazón y ver las cosas y el futuro con esperanza. Veo cómo la religiosidad que pueda tener cada uno ayuda mucho. Pedimos unos por otros y nos comprometemos a que en el campo de deporte no haya líos ni bandas. Tiene que notarse que hay ganas de mejorar y superarse, y vivir el compromiso de llevar luz al módulo tras el juego”.
