«Dios me ha abrazado y me ha dicho: estás aquí, ¿no?»

Ángela tiene 28 años y su encuentro con la fe se produjo en dos fases: desde que decidió bautizarse a los 14 años; y tras conocer el cristianismo al cambiar de colegio, hasta que comprendió que seguir a Cristo conllevaba cambios sustanciales en su vida.

La familia de Ángela es creyente, pero ella considera que la religión no ha sido prioritaria en su vida y, por esta razón, sus padres decidieron no bautizarla al nacer. Sin embargo, cuando a los doce años cambió de colegio a uno de inspiración y raíces cristianas, Ángela escuchó hablar de Jesús, de los sacramentos y de la religión católica por primera vez en su vida.

Al recordar esos años y ese primer contacto con la fe, Ángela recuerda que “al ver a mis compañeros bajar por el altar y recibir la Eucaristía, no entendía qué estaba pasando…pero hay algo dentro que me movió…algo profundo, algo, una llamada, algo dentro”. Aunque joven, ella tenía claro que no quería simplemente imitar y copiar a sus compañeros y comenzó una catequesis con uno de los sacerdotes agustinos del colegio que la preparó para recibir su bautismo a los catorce años.

Con confianza y sin miedo pese a las dificultades

De manera natural, como si fuera algo que sucede todos los días, Ángela arranca su relato recomendando tranquilidad y calma a las personas que estén afrontando y viviendo un proceso de conversión. Cuando vuelve la vista atrás, reconoce que el camino de conversión no es sencillo: “hay cosas que igual te va a costar entender más que otras”, afirma. Reconoce que “hay momentos en los que te frustras porque piensas que nadie te entiende” y reconoce que surgen debilidades e inseguridades. Al mismo tiempo, añade que “no hay que tener miedo, hay que confiar en Dios porque poco a poco las fichas se van colocando”.

Aunque ya se había bautizado e incorporado a la fe católica a los catorce años, Ángela afirma que su proceso de conversión sólo era parcial. La segunda parte de su conversión no arrancaría hasta los veintiún años, cuando la adolescencia y el inicio de la edad adulta trajeron de la mano preguntas y cuestiones profundas que ella veía que no podía responder sola. Sucedió tras recibir la invitación a asistir a un retiro espiritual del Opus Dei y empezar a frecuentar un centro de la Obra en el que comenzó a recibir más formación cristiana. Ahí llegó un nuevo hito en su proceso de conversión.

“Cuando fuimos al Santuario de Torreciudad tuve mi primera confesión adulta. Fue un punto de inflexión: algo dentro de mí se movió. Volví distinta de ese viaje”.

Fortaleza para afrontar cambios de vida sustanciales

Ángela llevaba más de dos años con su novio y regresó con muchas preguntas sobre su noviazgo y con la intuición de que no concordaba con las enseñanzas de la Iglesia sobre castidad que ella estaba empezando a conocer. “Hubo un momento en que decidí cambiar ciertas cosas de cómo vivía mi relación”, afirma.

No todo fue fácil, pues para ella “fue como un salto, algo diferente. Pero sentía que tenía a Dios conmigo y decidí cambiar y esa relación se acabó. A veces hay que pasar por cambios y no pasa nada”, concluye.

La vocación como un abrazo

Tiempo después, Ángela descubrió su vocación de supernumeraria en el Opus Dei y en la actualidad lleva unos meses casada. Resume su vocación diciendo que “la Obra para mí ha sido una manera en la que Dios ha abierto sus brazos, me ha abrazado y me ha dicho: estás aquí, ¿no?”. Para explicar esta forma concreta de seguir a Dios en el Opus Dei afirma que le parece “lo más normal y natural. Si no encuentro a Dios en mi vida diaria, ¿dónde le voy a encontrar?”

Ángela resume su proceso de conversión reconociendo con felicidad que si uno sigue “las miguitas que Dios le va presentando” llegas a sitios que nunca hubiese imaginado.