Valentía apostólica

Hijas e hijos míos -escribe Álvaro del Portillo-, valentía apostólica: en el lugar de trabajo y en el hogar doméstico; en el silencio de un laboratorio y en el ruido de una fábrica; en el parlamento y en medio de la calle: en cualquier lugar donde nos encontremos, allí debemos ser apóstoles, con determinación: ¡Dios y audacia!

Álvaro del Portillo, en 1986

“Id, predicad el Evangelio… Yo estaré con vosotros…” –Esto ha dicho Jesús… y te lo ha dicho a ti (Camino, n. 904), escribió nuestro Padre [san Josemaría] haciendo eco al mandato del Señor. Fiel a ese divino encargo, la Iglesia no cesa de lleva el Evangelio a todas las gentes, en todas las épocas. Pero hay momentos en que el Espíritu Santo urge de modo especial a dar cumplimiento a esas palabras de Cristo. Como ha escrito el Santo Padre Juan Pablo II en su última Carta encíclica, los cristianos estamos llamados a la valentía apostólica, basada en la confianza en el Espíritu (Juan Pablo II, Redemptoris missio, 8-XII-1990, n. 30).

Hijas e hijos míos, valentía apostólica: en el lugar de trabajo y en el hogar doméstico; en el silencio de un laboratorio y en el ruido de una fábrica; en el parlamento y en medio de la calle: en cualquier lugar donde nos encontremos, allí debemos ser apóstoles, con determinación: ¡Dios y audacia!

(…)

Dios nos ruega y nos exige a cada uno que seamos almas de Eucaristía, para poder santificar el trabajo y todas las actividades que realizamos en medio del mundo. Si lo hacemos, Él nos asegura que atraerá todas las cosas hacia sí. Lo llevará a cabo Él, si nosotros somos fieles. Por eso, no hemos de perder nunca de vista que el influjo de la santidad de cada uno llega mucho más allá del ámbito que nos rodea y de las personas que tratamos: se extiende al mundo entero, a todas las almas. No podemos empequeñecer el horizonte de nuestra entrega, o medir su eficacia sólo por los frutos inmediatos que alcanzamos a divisar. Dios concedió a nuestro Padre [san Josemaría] (…) contemplar el triunfo de Cristo cada vez que le ponemos verdaderamente en la cumbre de nuestro trabajo, y en este empeño hemos de sabernos exigir, sin excusas, a diario. Fijaos bien: la Trinidad Santísima, las almas, esperan nuestra respuesta, que ha de ser cabal, sin mediocridades, sin componendas.” (Carta, 1-III-1991, III, n. 123-125)