Estoy felizmente casado con Alicia y me considero padre de familia numerosa, pues Dios nos ha bendecido con cinco hijos: Sofía, Cristina, Estela, Álvaro y Alejandro. Respecto a mi actividad profesional, soy médico Geriatra, dedicado a los cuidados paliativos.
Esta pandemia ha supuesto momentos muy duros para mi familia. Sin embargo, gracias al Opus Dei, que nos ayuda a descubrir una visión sobrenatural en cada acontecimiento de la vida, a través de la fe, de ese fiarnos de Dios que nunca tiene pierde, hemos salido fortalecidos a pesar del dolor y dispuestos a más, contando siempre con su ayuda.
En medio del encierro por la pandemia, pude volver a profundizar con cada uno de mis hijos, temas que, debido a mi actividad profesional, ya habíamos abordado en otras ocasiones, pero en esta situación, con mayor realidad: la enfermedad y la muerte.
Hablar sobre el final de la vida es mi día a día. Mi esposa Alicia y mis hijos, me lo han escuchado muchas veces, pero esta vez, se daba la circunstancia especial de mi enfermedad. Este hecho me recordó cómo san Josemaría habló a sus hijos, en la guerra civil española, sobre la posibilidad de que pudiera faltar él y que ellos debían seguir con todo lo aprendido hasta entonces.
Dios permitió que mi contacto frecuente con la muerte, en la atención médica de muchas personas al final de sus vidas, se convirtiera en una preparación para afrontar esta pandemia también en primera persona.
Dios siempre presente
Una mañana, después de la visita periódica a muchos pacientes con COVID-19, en Barcelona, me atacó una fiebre de 39°c, dolor de garganta y dificultad aguda para respirar, síntomas de los primeros días, los cuáles se agudizaron con una debilidad aplastante, más fiebres muy altas los siguientes días. Dios siempre presente, permitió que lo llevara en casa junto a mi familia y no en una cama de UCI.
Cuidado principalmente por mi esposa Alicia y unidos más que nunca, a pesar de lo difícil de la situación para mis hijos y para nosotros, nos quedábamos con las ganas de abrazarnos o darnos un beso como antes.
La tercera semana, mis hijos prepararon un sofá especial para mí en el salón, para tener su compañía. Los domingos, escuchábamos juntos la Santa Misa. Los días de semana, muy temprano, Alicia y yo también nos conectábamos para seguir el santo sacrificio del altar, como llamaba san Josemaría a la Misa.
Durante el tiempo de confinamiento, Dios me hizo “saborear” la felicidad que supone ser hijo de Dios en el Opus Dei, a valorar más la vocación, el plan de vida y la santificación de la enfermedad.
Durante el tiempo de confinamiento, Dios me hizo “saborear” la felicidad que supone ser hijo de Dios en el Opus Dei, a valorar más la vocación, el plan de vida y la santificación de la enfermedad.
No perder la alegría, ante la sobrecarga de trabajo y el ajuste económico
El confinamiento supuso para nosotros, como para la mayoría de familias, una sobrecarga de trabajo online; es decir, compartir computadoras, celulares, trabajos extras en casa, nuevos encargos para cada uno, que nos llevaban a crecer a través de un reordenamiento de los horarios, la redistribución de los encargos y del tiempo para estar juntos en familia, donde compartíamos nuestros logros, hasta con algún premio, porque en casa nos autoimpusimos cada uno, una calificación semanal, por los logros y comprensión ante las fallas de los demás, para ayudarnos más como familia.
El ajuste económico no se hizo esperar, pues a mi esposa le redujeron las horas de trabajo; y, en mi caso, no pude atender a muchos de mis pacientes en la consulta privada, lo cual afectó el presupuesto familiar.
Sin embargo, no podemos dejar de dar gracias a Dios y de llevar con alegría estas contrariedades, pues el acompañamiento espiritual que nos da la Obra nos enseña y ayuda de muchas maneras a estar juntos, los unos para los otros, como familia y a dar lo mejor de nosotros mismos con una sonrisa en medio de las dificultades.
Ser feliz y tener éxito en la vida, no depende ni del dinero, ni el éxito profesional. Depende de cómo has sabido cuidar de “tus amores”.
Por otro lado, los hijos crecen, mientras más años tienen, más inquietudes van surgiendo. Cada una de estas nuevas etapas, es un nuevo reto y oportunidad para mí. Lo que me pregunto es, si sabré hacerlo bien. Cada vez que me hago la pregunta: ¿Quieres que tus hijos sean felices? me respondo a mí mismo: “Qué vean lo mucho que quieres a tu mujer”. Ser feliz y tener éxito en la vida, no depende ni del dinero, ni el éxito profesional. Depende de cómo has sabido cuidar de “tus amores”.
Acompañar en el proceso final de la vida
Como antes conté, a través de mi trabajo profesional como médico geriatra y especialista en cuidados paliativos, acompaño a muchos pacientes y a sus familiares, durante los últimos instantes de sus vidas. A menudo, palpo el dolor físico y la soledad emocional que viven esos momentos.
El apostolado de amistad que uno aprende en el Opus Dei, se presenta como una oportunidad también en el lecho de cada paciente, acompañando, procurando dar tranquilidad en ese momento y esperanza a cada uno. Y cuando ya han perdido la conciencia, susurrándoles al oído: “ya falta poco”, “tu tranquilo, que todo irá bien”.
Procuro tratar a cada paciente como único. Procuro acompañarlos a cada uno hasta el final, dándoles bienestar, serenidad y esperanza.
Procuro tratar a cada paciente como único. Acompaño a personas de diferentes ámbitos religiosos y culturales. Respeto mucho sus creencias. Si detecto que algún paciente vive alguna espiritualidad, busco a la persona indicada que pueda acompañarlo. Sea un sacerdote, un pastor, un rabino, etc. Si el paciente no es creyente, hablamos de lo que le da tranquilidad en esos momentos complejos de su vida. Procuro acompañarlos a cada uno hasta el final, dándoles bienestar, serenidad y esperanza. Y siempre me digo a mi mismo, ya Dios juzgará.
Siempre pienso en Santa Teresa (creo que fue ella) que, cuando Jesús se le apareció para que rezara por su tío que se había tirado de un puente. Y ella le dijo, pero mi tío se tiró de un puente, debe estar en el infierno. Y Jesús le dijo: ¡Teresa, no sabes que entre el puente y el río estaba yo! Y así lo pienso. Entre el final de la conciencia y el final del suspiro está Jesús.
El Prelado de la Obra en una de sus cartas con ocasión del COVID-19, nos animaba a que el espíritu de servicio sea “el alma de la sociedad”, lo cual para mí es motivo de paz, alegría y serenidad en mi profesión médica.
Poder descubrir que la vocación profesional, personal y familiar y sobrenatural se entrelazan, se funden y se complementan maravillosamente en uno, es una gracia de Dios que puedo saborear cada día, teniendo en mi horizonte vital, la meta definitiva de ser santo de altar, que era lo que deseaba san Josemaría para cada uno de sus hijos en el Opus Dei.