San Josemaría en el Perú: el relato de un niño

En el 46 aniversario del viaje de san Josemaría al Perú, compartimos la narración de Arturo, un niño de 12 años, socio del club juvenil Saeta en el año 1974. Son anécdotas de perseverancia, esfuerzo y paciencia. Para unos niños, la empresa de poder saludar a san Josemaría era todo un desafío.

Un grupo de socios del club Saeta saluda a san Josemaría.

El texto que a continuación presentamos nos lo ha hecho llegar el hermano de Arturo, Gustavo, otro socio del club Saeta. El relato aborda como ambos hermanos se propusieron saludar a san Josemaría, pero dejemos que ellos mismos nos lo cuenten.

INTRODUCCIÓN

Llegó al Perú el Padre Josemaría. Los chicos del club Saeta lo esperábamos con mucha ilusión.

San Josemaría llegó a Lima, procedente de Santiago de Chile. Antes había estado en Sao Paulo y en Buenos Aires. Lo acompañaban el beato Álvaro del Portillo, su primer sucesor, don Javier Echevarría y su médico personal doctor Alejandro Cantero.

EN LOS ANDES. Primer intento. (Strike one)

San Josemaría estuvo viviendo en la residencia “Los Andes”. Con mi hermano Gustavo cada vez que podíamos íbamos en bicicleta a su residencia después de hacer las tareas del colegio, queríamos saludarlo, tocábamos el timbre, pero no teníamos suerte.

Le escribíamos notitas y se las dejábamos en su casa. Un día descosimos y arrancamos el escudo de tela del club Saeta que teníamos en nuestro polo del uniforme del equipo de futbol del club. Metimos el escudo en un sobre y lo dejamos en su casa para que se lo entreguen.

Insistíamos casi todos los días. Una vez nos hicieron entrar a esperar, y luego nos dijeron que no se iba a poder porque ya estaba descansando. Estábamos fallando en el reto de querer verle, pero no nos dábamos por vencidos.

Gustavo con su bicicleta en el club juvenil “Saeta”, frente al Centro Cultural Tradiciones.
EN EL CLUB SAETA. Segundo intento. (Strike two)

Unos días después, el Padre se reunió con nosotros los chicos en el club. Nos conversó unos minutos, todos estábamos felices, yo estaba sentado a unos metros de él, quería saltar por encima de los demás, pero tenía que comportarme bien. El Padre sentó en sus faldas a mi hermanito menor, Antonio (3 años). Que emoción ello; yo quería abrazarle, pero no podía.

Terminada la reunión quise acercarme, pero fue difícil, había mucha gente y estaba rodeado por amigos mayores y grandes; yo soy pequeño.

MONTEMAR. Tercer intento (Home run)

“Lo que hay que hacer, se hace… Sin vacilar…. Sin miramientos… ¡Dios y audacia!”.

Saliendo del club subió a un auto, y pensé que era la oportunidad de abrazarle. Corrí hacia él, pero cerraron la puerta y arrancó. No me di por vencido y corrí, no sé cuántas cuadras, se dirigió a una de las casas de las mujeres que había en la avenida Arequipa, yo corría junto y detrás del auto; veía como el me miraba por la ventana del auto, eso me animaba a seguir intentando alcanzarles con la esperanza de que la luz roja les detuviese. Como nos enseñó san Josemaría en Camino, 11: “Lo que hay que hacer, se hace… Sin vacilar…. Sin miramientos… ¡Dios y audacia!”.

Pero la luz me falló, y se alejaron. Llegaron a la casa de las mujeres, el auto ingresaba por un portón de fierro y llegué justo cuando lo cerraban. Pedí entrar, me dijeron que la reunión era para mujeres y me quedé afuera. Hice como que me daba por vencido y que me iba. Y cuando se descuidaron me metí trepando el portón del garaje; me escondí en el jardín interior junto a un arbusto, estuve quietecito esperando que la reunión termine y verle cuando saliera.

Salió, pero nuevamente acompañado por sus amigos; me fui acercando, me miraron como diciendo, otra vez tú, así que le grité: “Padre, le gustó el escudo del Saeta que le puse en el sobre”. Me miró y me dijo, ven; me acerqué, me dijo, SI, MUCHO, GRACIAS, ME TOMÓ CON SUS BRAZOS, ME DIO UN BESO Y ME DIÓ LA BENDICIÓN.

Fue maravilloso. “¡Que cuesta! —Ya lo sé. Pero ¡adelante!: nadie será premiado —y ¡qué premio! — sino el que pelee con bravura”. (Camino 720).

En un paseo en las cuevas de Huagapo.

Aquí termina el relato de Arturo. Continúa su hermano Gustavo “Creo que estas vivencias de determinación nos pueden servir como ejemplo para nuestra lucha interior. "Precisamente tu vida interior debe ser eso: comenzar... y recomenzar" (Camino 292).

La vida de san Josemaría fue un ejemplo de perseverancia, esfuerzo, cariño y entrega. Ese año de 1974, a los 72 años, emprendió una intensa labor catequética, para reafirmar la fe de sus hijos sudamericanos; con el mismo ritmo fuerte y empeño espiritual de toda su vida.

Fueron sencillos y familiares encuentros de formación a los que se les denominaba tertulias; donde san Josemaría transmitía con cordialidad y vibración su amor a Dios, a Cristo, a la Virgen, a la Iglesia y al prójimo.

En algunos casos eran encuentros multitudinarios con hombres y mujeres de los más diversos ambientes (campesinos, jóvenes, familias, sacerdotes, etc.).

Su carácter era abierto, de buen humor, rápido para respuestas ingeniosas y siempre sonriente. Por momentos era profundo en sus comentarios, que ayudaban a crecer a cada uno en su vida interior.

Solidaridad, Amistad, Estudio, Trabajo, Alegría son las cinco palabras que forman el acróstico Saeta: nombre del club en Lima que nació en 1960

San Josemaría estuvo en el Perú, al lado de don Álvaro del Portillo y don Javier Echevarría, primer y segundo sucesor de la Prelatura del Opus Dei.

Los que transitábamos las calles de Lima con él en esos días, podemos afirmar que hemos sido muy afortunados de compartir momentos con un santo, y cuya vida ha sido fuente de inspiración para miles de almas en la Iglesia y en el mundo.