Trabajo para una empresa energética que se dedica a la producción de gas natural en un campamento que se ubica en el distrito de Mengantoni, provincia de La Convención, Cusco. En esta zona vive uno de los numerosos pueblos indígenas amazónicos que pueblan la selva peruana entre Cusco y Madre de Dios, los Matsiguenga.
«¡Tierra, tierra!», mi llegada al Nuevo Mundo
Un trabajo como este requiere diversas empresas y, en nuestro caso, más de trescientas personas para dar supervisión a las labores de mantenimiento, operaciones, catering, construcción, vigilancia, logística fluvial, seguridad y salud ocupacional. Esta última es el área de mi especialidad.
Llegué al campamento “Nuevo Mundo” en diciembre del 2017 y soy responsable de la seguridad y salud de las personas que se encargan del mantenimiento y operaciones de la planta de compresión de gas natural.
En este tipo de plantas, la jornada laboral es algo distinta de lo habitual, pues hacemos turnos rotativos de veintiún días de trabajo por catorce de descanso. El aislamiento físico de nuestras familias durante veintiún días se soporta sin grandísima dificultad con la ilusión de poder dedicar luego dos semanas enteras a la familia al final del turno y con la alegría de estar contribuyendo a la producción de energías limpias.
Mi día de trabajo en el Campamento comienza a las 5 y 30 de la mañana. Me levanto, rezo y desayuno. Luego de la charla de seguridad de las 6.15 a. m., las labores arrancan a las 7.00 hasta las 5.00 de la tarde. Muchas de las reuniones las dicto yo; otras las hacen los supervisores y trabajadores: de este modo vamos forjando nuestra propia cultura de seguridad.
Estas reuniones diarias me sirven para dar un plus. Ahí converso con mis compañeros, y puedo dar orientación en temas vinculados al trabajo profesional y a la formación humana. Procuro no quedarme en aspectos técnicos, sino descender también a consejos útiles con ejemplos de virtudes humanas.
El trabajo llena gran parte del día. Luego, en las pocas horas de luz de que disponemos antes de que anochezca, tratamos de enlazarnos con las actividades de nuestras familias que se encuentran lejos de aquí. Estoy casado con Carmen, a quien considero mi heroína. Pienso que, sin su amor y paciencia, no hubiera podido sacar adelante este trabajo lejos de casa. Tenemos cuatro hijos: Carlos Javier, Juan Pablo, Álvaro Miguel y Renzo Gabriel.
A la luz del atardecer y las estrellas
En el campamento no perdemos ninguna oportunidad para compartir actividades con nuestros compañeros: deportes, películas, y también amenas charlas grupales en el pequeño parque.
En algunas de las conversaciones personales con mis colegas, recuerdo los medios de formación recibidos durante las más de tres décadas que, gracias a Dios, llevo en el Opus Dei como supernumerario, e intento compartir lo aprendido en la Obra: la santificación del trabajo y la familia, la búsqueda de la felicidad y la frecuencia de los sacramentos.
Descubrir cada día que esa felicidad viene de la unión con Dios, que todo trabajo ofrecido a Dios es oración, así como toda oración es trabajo, es siempre una novedad para muchos de ellos.
Naturalmente, nos encanta hablar de nuestros hijos. En esas ocasiones, es cuando podemos platicar con un poco más de intimidad de temas importantes, por lo que suelo apoyarme en los Ángeles Custodios. Como dice san Josemaría en un punto de Camino: Gánate al Ángel Custodio de aquel a quien quieras traer a tu apostolado. —Es siempre un gran "cómplice" (Camino, 563). También he aprovechado para compartir folletos físicos y materiales de la web de la Obra.
Nos esperan en todo el Perú
No todos los que trabajamos en Mengantoni somos peruanos, hay también de países vecinos como Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador y Venezuela.
Esto me hace recordar una carta que me escribió, en respuesta a otra mía don Javier Echevarría, siendo Prelado, hace unos años: “Nos esperan en todo el Perú y con nuestro apostolado también en muchos sitios...”. Por eso, rezo por mis amigos y trato de explicar que somos colaboradores de Dios en la familia, en el cuidado de los hijos, en el trabajo bien hecho, y que para eso es necesario adquirir ciertas virtudes en el trabajo y también en la vida familiar.
Rezar en medio de la selva
Muchas veces hay alguna emergencia con los equipos en la planta que exige más horas de trabajo y, en mi caso, un esfuerzo adicional para no dejar de lado las normas de piedad. Para cumplir las labores programadas y el plan de vida que vivimos en la Obra, tengo mi pastilla de ánimo: “Haz lo que debes y está en lo que haces”. Así, intento aprovechar el tiempo al máximo.
En el campamento no tenemos capilla ni iglesia, así que asistir a misa o confesarse no es posible. En la selva peruana no pocos desplazamientos son en lancha y hay pocos sacerdotes para atender a las distintas comunidades nativas. No contamos con las ventajas que hay en cualquier otra ciudad de la costa o de la sierra del Perú.
En esos 21 días, procuro rezar muchas comuniones espirituales a lo largo del día; hago propósitos de amar más al Señor; y concluyo la jornada rezando el Santo Rosario, que lleno con los nombres de mis colegas y de nuestras familias.
Navidad con la segunda familia
Algunos debemos pasar Navidad y Año Nuevo con nuestra segunda familia, como decimos por aquí. En 2022 hemos coordinado con el jefe del Campamento la venida de un sacerdote para celebrar la misa de Navidad y aprovechar su presencia para la confesión y dirección espiritual de quienes lo desearan.
Sin un templo, ajustamos lo mejor posible la sala de embarque de pasajeros para celebrar la misa en el campamento.
También nos pusimos la meta de que todos los locales de las empresas que estuvieran interesadas pudieran tener un lugar especial para el nacimiento y el árbol navideño. Como es costumbre, hemos cenado con los compañeros de cada empresa, y luego hemos compartido a medianoche una chocolatada y hemos recordado con algunas palabras el nacimiento de Jesús. Antes de que acabara el día, habíamos visitado todos los nacimientos y habíamos aprovechado para llamar a nuestras familias.
A lo largo de estos años, las enseñanzas de san Josemaría me han permitido crecer en amor a mi familia y a valorar el compañerismo, la amistad, la importancia del servicio a los demás y la grandeza que adquiere el trabajo hecho por amor a Dios, con sus circunstancias y adversidades, desde unas tierras donde quizá nadie antes había rezado un Ave María.