Querido amigo: padre Jorge

A pocos días de iniciarse noviembre, mes donde se recuerda a los fieles difuntos, un amigo del sacerdote Jorge Putnam Velando, traza una semblanza de lo que significó para su vida y la de su familia, la amistad y el acompañamiento espiritual con el Padre Jorge.

El padre Jorge junto a mi familia luego del bautizo de mi hijo

Durante una fría mañana invernal de Lima, y escuchando un audiolibro “El hombre de Villa Tevere”, extraído de la website del Opus Dei, viene a mis recuerdos lo vivido con mi amigo, el Padre Jorge Putnam Velando.

Una tarde en la hermosa ciudad de Arequipa, conocí a un hombre lleno de santidad, una persona que encarnaba el significado de la palabra “Obra de Dios”, un gran ser humano que me ayudó a santificar mi trabajo y a ser un católico de acción, él era un buen hijo de san Josemaría Escrivá de Balaguer.

Una tarde en la hermosa ciudad de Arequipa, conocí a un hombre lleno de santidad, una persona que encarnaba el significado de la palabra “Obra de Dios”, un gran ser humano que me ayudó a santificar mi trabajo y a ser un católico de acción, él era un buen hijo de san Josemaría Escrivá de Balaguer.

Las circunstancias en las que lo conocí quedan de lado, ya que deseo escribir de lo maravilloso que fue compartir su amistad; la primera conversación que tuve con él en una de las salas del centro cultural Andahua, fue amigable y en un ambiente cordial, sentía que conocía de toda la vida a ese sacerdote que tenía enfrente mío, no tenía explicación alguna, solo fluían las palabras y era tan fácil expresarme con naturalidad, como si hablara con mi familia.

En el tiempo que pude compartir amistad con el padre Jorge, nos unimos mucho, él siempre rezaba por mí y por mi familia; mi hijo mayor, Gael, estaba feliz de contar con un amigo sacerdote, y siempre le pedía que le regalara una imagen de la Virgen del Pilar.

Un domingo, invitamos al padre Jorge para almorzar en casa, ese día le pedí que nos confesara a los miembros de mi familia, y como nos encontrábamos en pandemia cuidamos meticulosamente todos los protocolos de bioseguridad que debíamos seguir por el COVID-19. En ese momento, en casa se encontraban la abuela y la tía de mi esposa, mi esposa, mis dos pequeños hijos y Adriana, que es como una hija más; y nosotros. Ese día todos quedaron maravillados por la calidad humana del padre Jorge, y él quedó fascinado por el arroz con pollo que preparó la abuela de mi esposa.

En una oportunidad, cuando mi hijo menor Oleg, tenía fiebre alta y no podía ser controlada, fuimos a la Clínica San Juan de Dios en Arequipa para que lo atendieran médicamente. Ese día le realizaron unos análisis que tendríamos que recoger en la tarde; cuando nos pidieron esos análisis no nos advirtieron nada que sea una señal de alerta; ese día tenía una reunión con el padre Jorge, y por esa razón le dije a mi esposa que recogiéramos juntos los análisis y luego yo me dirigiría a la casa del padre Jorge.

Mi esposa y yo ingresamos a la clínica para solicitar los resultados de los análisis de mi hijo, y al pedirlos, nos dijeron: “ustedes son los padres del bebé que se tiene que internar de emergencia”, eso nos desconcertó y hablamos con el médico. Después de escucharlo, salí con miedo y solo atiné a rezar, caminé fuera de las instalaciones de la clínica y me senté en una carpa, justo en ese momento recibí la llamada del padre Jorge, para confirmar nuestra reunión, y con mi voz entrecortada le dije que no podía asistir por problemas con mi hijo menor, y que en la clínica no tenían cuarto para internarlo… él solo me dijo: "tranquilo Piero, vamos a rezar".

Llamé a mi jefe directo y me dijo que coordinaría un vuelo hacia Lima para evacuarlo. ¡Todo corría contra el tiempo!, mientras me dirigía a mi domicilio para llevar mis cosas y poder recoger a mi pequeño hijo, recibí la llamada del padre Jorge, quien me decía: “Piero, anda a la clínica, hay una cama para tu hijo”.

Los días en la clínica pasaban lentamente y no teníamos información clara de lo que le pasaba; el padre Jorge en todo momento estuvo pendiente de nosotros, sus oraciones fueron escuchadas, y mi hijo empezó a mejorar lentamente.

Cuando mi hijo fue dado de alta y salimos de la clínica, preparamos su bautizo y el padre Jorge fue el encargado de tan importante sacramento; ese día di gracias a Dios por mi hijo, y al padre Jorge le dije: “te quiero mucho padre y, como digo, Dios me pone en el camino a gente de bien para servir y hacer el bien”. Y él me respondió: “yo también te quiero mucho Piero, así como a tu hijito y tu familia”.

Las despedidas son difíciles, pero es peor cuando son inesperadas. Mi gran amigo el Padre Jorge se enfermó cuando yo me encontraba fuera de Arequipa, siguiendo un curso.

Cuando recibí aquella llamada en la que me informaban del internamiento del padre Jorge, me cayó como un balde de agua fría, pues unas semanas antes me había despedido de él en una misa, donde tomé algunas fotografías. Le escribí unos párrafos y terminé diciéndole: "estamos rezando por usted". Él me respondió: "Gracias querido Piero. Vamos a ganarle la batalla al COVID. Así siempre luchando".

El momento de su partida fue difícil para todos, nos costó superarlo, pero ganamos un intercesor que vela por nosotros y nos cuida en todo.

Mi familia hacía cadenas de oración, rezábamos el rosario en casa, mi esposa empezó a rezar el santo rosario, mi hijo mayor de apenas seis años tomaba su rosario y me seguía en la oración. Eran momentos difíciles, pero Dios lo necesitaba en el cielo. El momento de su partida fue difícil para todos, nos costó superarlo, pero ganamos un intercesor que vela por nosotros y nos cuida en todo.

El Papa Francisco, en el punto 246 de la carta “Christus vivit”, luego del Sínodo de los jóvenes, traza un perfil del acompañamiento espiritual en la Iglesia, todo lo cual soy testigo de haberlo vivido con el Padre Jorge: “Que sea un auténtico cristiano comprometido con la Iglesia y con el mundo; que busque constantemente la santidad; que comprenda sin juzgar; que sepa escuchar activamente las necesidades de los jóvenes y pueda responderles con gentileza; que sea muy bondadoso y consciente de sí mismo; que reconozca sus límites y que conozca la alegría y el sufrimiento que todo camino espiritual conlleva. Una característica especialmente importante de un mentor, es el reconocimiento de su propia humanidad”.

Hoy extraño a mi querido amigo, el padre Jorge, a quien le pido que siga orando por mi familia y por mí. Le pido para que muchas personas se acerquen y procuren un acompañamiento espiritual dentro o fuera del Opus Dei, pues la Iglesia es madre y como tal se preocupa por sus hijas e hijos.

El acompañamiento espiritual es el mejor don que puede recibir un cristiano del siglo XXI para salir adelante en las luchas de cada día. Un abrazo al cielo padre Jorge y cuídanos siempre.

Como dice el Evangelio, “nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos”. El acompañamiento espiritual es el mejor don que puede recibir un cristiano del siglo XXI para salir adelante en las luchas de cada día. Un abrazo al cielo padre Jorge y cuídanos siempre.

Piero Bernal