- “Está escrito que el Prelado ha de ser ‘maestro y Padre para todos los fieles de la Prelatura; a todos los ame verdaderamente en las entrañas de Cristo; a todos enseñe y proteja con caridad tierna; por todos se entregue generosamente, y más y más se sacrifique lleno de alegría’. Os ruego que pidáis a la Trinidad Beatísima, acudiendo a la intercesión del Beato Josemaría, que yo sepa encarnar estas palabras de nuestro amadísimo Padre durante todo mi servicio pastoral al frente del Opus Dei”. (pág. 20)
- “Esta entrega [sacerdotal] exige la conjunción de muchas virtudes, informadas todas por la caridad. Ha de ser, en primer lugar, humilde: hay que servir con la conciencia de que ése es nuestro deber; por tanto, sin pensar que hacemos algo extraordinario cuando nos gastamos por los demás; sin añorar las posibilidades o realizaciones personales a las que haya sido preciso renunciar. Ha de ser un servicio desinteresado y gratuito, que se ofrece a Dios antes que a los hombres y, por eso mismo, no espera agradecimientos humanos ni recompensas terrenas (...)”
“El nuestro, el de los hijos de Dios, el de los diáconos y presbíteros, ha de ser un servicio alegre, prestado con buena cara, aunque a veces resulte difícil disimular el dolor o el cansancio: Dios ama al que da con alegría . Por eso, el Beato Josemaría repetía con frecuencia que, en muchas ocasiones, una sonrisa —abierta, franca, aunque hayamos de esforzarnos— es la mejor mortificación”. (Pág. 138-139)
- “¿Cómo es posible que a mí, que soy un pobre hombre, se me hayan concedido estos dones del Cielo? ¿Cómo puedo yo, indigno como soy, agradecer a Dios esta elección? Es justamente la exclamación que todos hemos pronunciado hace unos momentos en el Salmo responsorial: ¿cómo podré pagar a Dios todo el bien que me ha hecho? El mismo salmo nos ofrece la respuesta: ‘Alzaré el cáliz de salvación e invocaré el nombre del Señor. Te ofreceré el sacrificio de alabanza e invocaré el nombre del Señor’”. (Pág. 166)
- “El Señor acaba de recordarnos en el Evangelio que no le hemos elegido nosotros a Él, sino que Él nos ha elegido a cada uno de nosotros. No debe preocuparnos nuestra debilidad personal, la resistencia inconsciente a la entrega generosa que tantas veces experimentamos. Hijos míos, es el Señor quien os llama a esta vida de servicio, de servicio pleno a la Iglesia y a las almas, y Él os da su gracia para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca, para que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda”. (Pág. 115).
- “Un desprendimiento tan grande de sí mismo y una dedicación tan completa al servicio de Cristo sólo es posible si el sacerdote se esfuerza positivamente por desaparecer, por dejar de lado su propia personalidad, sus gustos y preferencias personales, para dejarse guiar sólo por el Espíritu Santo”. (Pág. 86)
- “Ahora con mayor fuerza, hijos míos, habréis de olvidaros de vuestro yo, decididos a ocuparos de los demás. En vuestros planes de trabajo y de descanso, tened siempre presente que habéis sido elegidos para representar a los hombres en el culto a Dios, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados. Habéis de mostraros acogedores con vuestros hermanos, en todo momento: las veinticuatro horas del día; y no como quien presta un favor, sino con la conciencia de cumplir un gustoso deber que no debemos soslayar. Cualquier persona tendrá derecho a buscar vuestro consejo espiritual o vuestras palabras de consuelo; a escuchar de vuestros labios la doctrina salvífica del Evangelio; a recibir de vosotros el perdón divino, después de haber confesado sus pecados; a descubrir en todo vuestro comportamiento la presencia y el amor de Cristo”. (Pág. 56)