José Agustín de la Puente Candamo y los comienzos del Opus Dei en el Perú

Memoria y destino. Reseña sobre la participación del historiador José Agustín de la Puente Candamo en los comienzos del Opus Dei en el Perú.

Manuel de la Puente Brunke

El 22 de mayo de 2020 mi padre[1] hubiera cumplido 98 años. Nació en 1922 y falleció el pasado 5 de febrero de 2020. Con ocasión de su reciente fallecimiento, he estado revisando unos papeles viejos de diversos archivos en los que aparece su interés en que el Opus Dei llegara al Perú, ya a fines de los años cuarenta del siglo pasado. En ese entonces era un joven profesor de Historia del Perú en la Universidad Católica y ya tenía muy viva la preocupación por la formación integral de la juventud. Como manifestación de ese interés, formaba parte de un patronato con Enrique Torres Llosa, Víctor Andrés Belaunde, entre otros, para promover en Lima una residencia de estudiantes y un colegio secundario[2].

En 1947, el P. Rubén Vargas Ugarte invitó a mi padre a dictar el curso de Historia que daba en la Facultad de Letras de la Universidad Católica. Justamente entre sus papeles encontré una carta que le dirigía al P. Vargas Ugarte, que ya era el Rector de la Universidad Católica, fechada en Sevilla el 15 de enero de 1950 y en la que le decía: “Quiero explicarle un proyecto que puede convenir a la Universidad, se trata de lo siguiente: en Madrid he hablado con Don Álvaro del Portillo, Procurador General del Opus Dei, y que se halla muy interesado en que pasen al Perú algunos miembros de la obra. Ellos, como Ud. sabe, se dedican preferentemente a la labor universitaria, y tienen entre su personal elementos de indudable calidad. Pues bien, si a la U. C. le conviene el viaje de algunos profesores de determinada especialidad, ellos mandarían los datos de las personas disponibles.[3]

José Agustín de la Puente en Roma, 1946.

Unos años antes, hacia fines de los años 40, en un congreso de estudiantes en España[4], Guillermo Lohmann Villena le había presentado a mi padre a otro historiador, Vicente Rodríguez Casado[5], especialista en Historia de América, uno de los primeros fieles del Opus Dei. También conoció, tanto en Sevilla como en Madrid, unas residencias de universitarios, dirigidas por el Opus Dei, que impulsaban a adquirir una formación académica seria, basada en los principios cristianos. Se identificó rápidamente con la predicación de San Josemaría e hizo propios los ideales de la santificación en el trabajo profesional y en la vida ordinaria del cristiano. Le interesaron mucho esos centros universitarios que conoció en España y tanto él, como otros jóvenes intelectuales peruanos, entre ellos, Enrique Torres Llosa, Javier Cheesman, Luis Sánchez Moreno, César Pacheco, Armando Nieto, desearon traer esas instituciones culturales al Perú. En concreto pensaron en una residencia de estudiantes que la Obra pudiera instalar en Lima.

De derecha a izquierda: P. Javier Cheesman, Vicente Rodríguez Casado y Juan Cruz de Arrillaga, en Chosica, 1974.

En 1948, el P. Pedro Casciaro Ramírez, [6], fue enviado por San Josemaría, junto con dos profesores universitarios, para hacer un viaje por varios países de América y evaluar los lugares en los que se comenzarían las actividades del Opus Dei. Del 11 al 15 de agosto estuvieron en Lima. Se conserva el diario del viaje[7] en el que cuentan que traían una carta de Guillermo Lohmann para mi padre. Fueron a buscarlo a la Universidad Católica pero no lo encontraron. Les informaron que lo acababan de operar de amigdalitis. Unos días después lo visitaron: “nos fuimos a la Hacienda donde José A. de la Puente vive. (…) Con José Agustín estuvimos poco tiempo ya que debido a la operación no puede hablar. Se disgustó mucho porque no se hubieran preparado algunas conferencias; es muy simpático y parece muy bueno.[8]

Como consecuencia de este viaje, el Opus Dei comenzó poco después su trabajo estable en México y Estados Unidos. El Perú tendría que esperar hasta 1953.

En noviembre de 1952, Vicente Rodríguez Casado viajó a Lima invitado por la Universidad de San Marcos para dar unas conferencias. Pudo reunirse con Enrique Torres Llosa y mi padre para concretar los ofrecimientos que habían hecho para ayudar a la llegada de la Obra al Perú. Decidieron disolver el patronato y hacer un convenio con el Opus Dei para que ese patrimonio se dedicara al proyecto de una residencia de estudiantes en Lima. En esas conversaciones se reflejó el estilo discreto de mi padre, pues a Rodríguez Casado le costó descubrir que el capital del Patronato era una aportación de mis abuelos. Así lo cuenta él en una carta: “…el dinero es de la exclusiva propiedad de los padres de José Agustín, a través de la idea de su hijo; al fin he podido enterarme de esto, porque la extremada modestia de este chico hacía que no hubiera forma de saberlo.[9]

La dirección y administración de esa residencia, según se lee en el convenio, “será encomendada al Opus Dei al que se asegura desde ahora la permanencia y continuidad de la labor.[10]

Vicente Rodríguez Casado regresó a España con el convenio firmado y se iniciaron los preparativos para el traslado de los primeros fieles de la Obra al Perú.El 20 de enero de 1953, mi padre le escribía: “Enrique y yo, con verdadero entusiasmo, esperamos noticias sobre la Obra. Quiera Dios que no se presente ninguna dificultad y puedan venir lo más pronto posible. El asunto económico sigue su camino normal; estoy cierto que no tendremos ningún obstáculo para cumplir con todos los detalles.[11]

En una carta fechada en Sevilla el 16 de febrero de 1953, Rodríguez Casado le decía a mi padre: “Ya os tengo que dar noticias mucho más concretas. Dentro de unos días saldrá para Lima el sacerdote D. Manuel Botas, que también es ingeniero. En junio se embarcarán también para allá César (Pacheco Vélez) y Lucho (Luis Sánchez-Moreno Lira). ¡Ya lo conseguisteis, sobre todo lo del primero! (…) Estoy haciendo todo lo posible para acompañar yo a Manolo Botas. Veremos si las cosas que tengo aquí me dejan tiempo para ello.[12]

Finalmente, el 9 de julio de 1953 llegaron al aeropuerto de Lima el P. Manuel Botas y Vicente Rodríguez Casado, en un vuelo de Panagra desde Guayaquil, con escala en Talara. Lo esperaban en el aeropuerto mi padre junto con otros jóvenes intelectuales entre los que estaban Armando Zubizarreta, Luis Jaime Cisneros y Armando Nieto. Vicente Rodríguez Casado acompañó al P. Botas para presentarle a sus amigos peruanos. Unas semanas después regresó a España. El P. Botas recordaba que “En el aeropuerto estaba José Agustín de la Puente, Armando Nieto y alguno más de sus amigos historiadores. José Agustín le dijo a Vicente: "lleva a D. Manuel a un buen hotel para que le haga buena impresión Lima". Nos llevaron al mejor hotel de entonces, que era el Hotel Bolívar, en la plaza de San Martín.[13]

En una carta a San Josemaría del 11 de julio de 1953, el P. Botas le contaba que “Nos trajeron a este hotel del que nos iremos en seguida -si podemos hoy mismo, espero- pues es casi de los mejores y el precio debe ser también de los mejores.[14]

En esos primeros días en Lima, mi padre tomó como propias las necesidades de los comienzos de la Obra. El P. Botas, en una carta a San Josemaría del 12 de julio de 1953 le contaba que “José Agustín de la Puente, cuando Vicente le dijo que necesitábamos una casa, sin tener demasiada idea en concreto se lanzó a la calle.[15]

José Agustín de la Puente con José de la Puente Olavegoya, Lima, hacia 1950.

No pasaron dos días para que se mudaran del Hotel Bolívar a un departamento del Jirón Washington, donde improvisaron su primera vivienda. Inmediatamente apareció la necesidad de que contaran con un automóvil para desplazarse por la ciudad. El P. Botas le contaba a San Josemaría, en una carta del 16 de julio de 1953, que mi padre le había dado un cheque con el importe suficiente para que comprara un automóvil inglés que consideraba adecuado para sus necesidades, “…pero le hemos convencido de que eran mucho mejores unos Citroen[16]

que costaban bastante menos. Con la diferencia se pudieron ayudar para instalar la casa. El P. Botas recordaba que “...del Hotel Bolívar nos fuimos enseguida a un departamento muy pequeño, de dos habitaciones, en el jirón Washington, próximo a lo que actualmente es la Prefectura de Lima. Era el 2° piso de una pequeña y muy modesta casa de dos pisos. En el primer piso vivía una señora de unos ochenta años, hermana del presidente de la Corte Suprema.[17]

La señora nos prestaba el teléfono porque nosotros no teníamos cómo pagarlo. El departamento estaba totalmente vacío y, como es lógico,no podíamos comprar ningún mueble. Como no había nada, Vicente y yo dormíamos en el suelo y también nos sentábamos en el suelo. Habíamos pasado, con buen humor, de dormir en un gran hotel a dormir en el suelo. En cuanto pudimos,compramos unos colchones y los echamos en el suelo. Comíamos, muy poco, en un pequeño restaurant que había cerca y era barato.[18]

Recuerdo que mi padre contaba que al hacer las negociaciones para el alquiler de ese departamento, el P. Botas les dio la referencia de José de la Puente Olavegoya. Manuel Vicente Villarán, hermano de la propietaria del departamento, buscó a mi abuelo, antes de cerrar el contrato, para preguntarle, sorprendido, quién era este sacerdote español que en su tarjeta de visita se presentaba como “Ingeniero-Doctor-Sacerdote”. Mi abuelo lo tranquilizó y le dio todas las garantías de que era una buena persona y que podían alquilarle con toda confianza aquel departamento.

Raúl Porras Barrrenechea era otro de los amigos peruanos de Rodríguez Casado que se interesó por el comienzo de la Obra y les presentó a algunos de sus alumnos de la Universidad de San Marcos. El P. Botas recordaba que “Ya llevábamos una semana en Lima y José Agustín, que estaba siendo nuestro principal apoyo, no nos había invitado a su casa en la Hacienda Orbea ni nos había presentado a sus padres. Le digo a Vicente "¿no te parece extraño que no nos haya presentado a sus padres?" Vicente, con la confianza que tiene con José Agustín, y sabiendo que hay alguna razón, se lo dijo enseguida. Efectivamente, había alguna razón importante y era que si mostrábamos mucha proximidad con él y con sus padres, nos resultaría difícil el trato con alguno de los historiadores del grupo (Raúl Porras), con quien tenía alguna diferencia de tipo intelectual, y consideraba que precisamente Porras podría ser un gran apoyo nuestro, como efectivamente lo fue. Agradecimos a José Agustín esa delicadeza. Felizmente, esa dificultad se resolvió enseguida.[19]

Muy pronto, pues, mis abuelos también se interesaron y colaboraron en el proyecto, tanto de la residencia de universitarios como de los comienzos apostólicos del Opus Dei en el Perú. Así los describía Rodríguez Casado, en 1953, a poco de llegar a Lima: “Realmente que los tres forman una magnífica familia. D. José, con sus ochenta años, más o menos, es el clásico gran señor criollo, con sus continuas agudezas llenas de ingenio. Dña. Virginia, la madre, dispuesta a apoyar todo lo bueno que se le proponga, sin reparar en los sacrificios que cueste. Y los dos cerrando filas tras su único hijo José Agustín para convertir en realidad los deseos de éste. Parece natural que la gracia de Dios caiga a raudales sobre esta familia.[20]

José Agustín de la Puente con sus padres en Roma, 1950.

Mi padre había crecido en un hogar profundamente cristiano, el que habían formado mis abuelos José de la Puente Olavegoya y Virginia Candamo Álvarez-Calderón. Por el lado materno contó con la cercana presencia en la familia de su tía, la Venerable Sierva de Dios Teresa de la Cruz Candamo, fundadora de la Congregación Canonesas de la Cruz y su otra tía la Madre María Candamo, también religiosa Canonesa. Junto a una formación cristiana muy sólida supo vivir la comprensión hacia los demás, la actitud de escucha, seguramente aprendida en la tertulia familiar de sobremesa, a la que siempre atribuyó una gran importancia y que también fomentó entre nosotros.

Como profesor de Historia del Perú en la Facultad de Letras de la Universidad Católica, desde 1947, mantuvo siempre la preocupación por la formación cristiana de la juventud. Siempre elogió en José de la Riva Agüero y Osma la coherencia entre lo que pensaba, lo que decía y lo que hacía. Esto puede también decirse de él mismo. Y esa unidad de vida se veía también reflejada en su preocupación religiosa y apostólica.

Le tocó vivir tiempos de cambios turbulentos en la sociedad. Basta recordar todo lo que se vivió en los ambientes eclesiásticos en los años sesenta. La Universidad Católica no fue ajena a esas inquietudes, en un ambiente ideológicamente muy variado que indudablemente le afectaría, pero que supo enfrentar desde la unidad de vida del cristiano, conjugando la verdad con la caridad. Recuerdo que una vez le pregunté por un antiguo profesor que ya había fallecido. Se lo pensó bien y me dijo: “Eramos amigos, aunque pensábamos distinto”. Vi ahí plasmada la caridad cristiana que sabe pasar por encima de las diferencias y se concreta en el verdadero amor de amistad, que busca lo mejor para el amigo, sin violencias ni imposiciones. En otra ocasión, le pregunté por un pariente lejano que hacía tiempo que yo no veía. Después de una pausa y haciendo gala de su conocida afición a los eufemismos me dijo: “Hombre valioso, poco discreto en su vida privada, ahora está totalmente en reposo.” Me quedé algo desconcertado ante esta declaración, pero sí me quedó claro que no criticaba a esa persona y que siempre trató de comprender al prójimo. En esa misma línea, el Dr. Carlos Gatti, en un discurso en homenaje a mi padre en el 2018 dijo que: “Su respeto por el otro lo llevaba a usar expresiones que no resultaran duras, indecorosas, ofensivas o penosas: recurría, pues, a los llamados “eufemismos”. No era raro oírlo usar la palabra “pintoresco” para calificar un objeto o un comportamiento al que otras personas hubieran calificado con adjetivos como “huachafo”, “cursi”, “ridículo” u otras palabras que no serían adecuadas (…) Cuando se le acercaba alguien que no estaba en sus cabales, o se mostraba ansioso, angustiado o muy preocupado por algo, él, con serenidad, le aconsejaba: “No te agobies”. Un eufemismo más elaborado que le escuchamos varias personas en una reunión formal para referirse a un señor muy complicado, que estaba actuando inadecuadamente para los intereses y la armonía de una institución seria, fue el siguiente: “Es un buen hombre que se confunde con el planteamiento de problemas originales”. Usó entonces una oración entera elaborada con especial refinamiento con el propósito de no herir ni dañar la imagen de una persona que no estaba en la referida sesión. Si bien estas expresiones eufemísticas pueden resultarnos graciosas, pienso que ellas responden a una finura de espíritu surgida de la valoración del ser humano, de la persona como tal. Para mí fueron lecciones inolvidables de un maestro que supo asumir su ministerio y convertirse en autoridad gracias al ejemplo que dio.[21]

José Agustín de la Puente con sus padres en Venecia, 1950.

Del hogar de mis abuelos, había escrito Víctor Andrés Belaunde con ocasión de la muerte de mi abuela Virginia: “No por ser la casona de Orbea encarnación viviente de la tradición y la sede de un hogar austero y de irradiación apostólica fue ajena a la sociabilidad culta y a la hospitalidad generosa, impregnada de un vivo anhelo de perpetuar entre nosotros los afanes intelectuales, el culto del diálogo y la amistad que se acendra y propicia luego de toda noble empresa.[22]

Esa hospitalidad generosa la experimentó el P. Botas en esos primeros años en Lima, con sus frecuentes visitas a la casa y especialmente cuando cada sábado pasaba por Orbea y le llenaban el automóvil de flores de la huerta para que las pusiera delante del Santísimo en la Capilla del primer centro de la Obra. El P. Botas escribió en el diario que llevaba, que el 22 de diciembre de 1953 “...vienen a almorzar Doña Virginia y D. José de la Puente, con José Agustín. Les gusta mucho la casa. Ella comentó su “despiste” al tratar de conseguir los primeros muebles: le enviaban más cosas propias de un convento y no para una casa corriente, de familia, como ésta. D. José lo pasa muy bien. Es un gran señor y nos divertimos mucho con sus ingeniosidades.[23]

En noviembre de 1954 llegaron las primeras mujeres de la Obra. En su tarea sacerdotal, el P. Botas venía tratando a algunas señoras. San Josemaría le había señalado que para que llegaran al Perú las primeras numerarias tendría que conseguirles una casa. Contaba el P. Botas que “En una de las cartas recibidas del Padre en los primeros meses, el Padre me dijo que tratase a mujeres y que hiciese apostolado con ellas. Empecé a atender señoras y chicas jóvenes en el confesonario de las Esclavas, en la Avenida Wilson. Y luego daba unos retiros para señoras en la capilla de las Madres de María Inmaculada, las del Servicio Doméstico. Venían pocas, pero teníamos los retiros. Me dijo el Padre: “Para que vayan ellas, tenéis que comprarles casa y pagarla. Que vosotros paséis agobios económicos, bueno; pero ellas, no.” Así que en cuanto pudimos, iniciamos la búsqueda de la casa. Se encargaron Isabel Cipriani y un grupo de señoras que apoyaron mucho, como la “China” Muñoz, Lucila Málaga y algunas otras.[24]

P. Manuel Botas con el P. Manuel de la Puente, Segovia, España, 2001.

En la tarea de conseguir los fondos para comprar esa casa, el P. Botas convocó a Carlos García Gastañeta, a Enrique Cipriani Vargas y a mi padre, junto con varias señoras de las que iban conociendo la Obra. En una carta de esos días, escribió el P. Botas: “Acaban de llegar las de la Sección femenina. Por supuesto que la alegría ha sido enorme. Las hemos ido a esperar Ignacio y yo (…) Como aún no tienen su casa se han marchado a Ancón (…) No podrán quejarse, primavera en Ancón, todo un lujo.[25]

Las primeras que llegaron fueron Ana Vásquez Hernández, Angelines Oliveros Correa, María Antonia Acinas Alcalde y Asunción Mariano Rubio. Ese departamento de Ancón lo prestó la familia Cipriani y después lo vendió para ayudar con ese importe al pago de la nueva casa.

Unos años después, en 1957, llegaron cinco sacerdotes españoles para trabajar en la recién creada Prelatura de Yauyos, que la Santa Sede había encomendado al Opus Dei. Mis abuelos les cedieron unos ambientes de la casa hacienda de Monterrico Chico para que pudieran alojarse cuando llegaban a Lima, bajando de las alturas de la sierra de Yauyos. El primer Prelado de Yauyos fue Mons. Ignacio de Orbegozo[26],

quien fue también un asiduo visitante de Orbea en esos años. Mi padre lo trató mucho y lo recordaba como un “…muy buen amigo, generoso, franco, servicial. Era una mezcla de reciedumbre y sensibilidad muy fina; era recio y afectuoso. Su lenguaje era muy claro, sin equívocos ni eufemismos.[27]

Con toda naturalidad, Mons. Orbegozo pasaba de los salones de Orbea a las agrestes alturas de Yauyos, comenzando una tarea pastoral de promoción humana y cristiana que sigue dando frutos hasta el día de hoy.[28]

José Agustín de la Puente y el P. Manuel de la Puente en la Capilla de Orbea, Lima, 2011.

Al repasar estos papeles de los comienzos del Opus Dei en el Perú y ver la participación que mi padre tuvo en esa historia, de un modo tan sencillo y discreto, he recordado lo que él tanto repitió en sus trabajos sobre la formación histórica del Perú: la importancia de la vida cotidiana en la constitución de los pueblos. Solía decir que el Perú no es fruto de unos tratados o de grandes acontecimientos. Nuestro país es fruto del encuentro de distintos pueblos que en fecundo mestizaje han generado lo que hoy es el Perú. Nos ha dejado un ejemplo sereno, de caballero cristiano, que mantuvo una actitud abierta con los que pensaban distinto que él. Algo que el espíritu del Opus Dei le ayudó a vivir. Una llamada a la comprensión. A destacar lo que nos une. Puede decirse que se empeñó en vivir la exhortación que hiciera San Josemaría desde Buenos Aires en 1974: “Que sembréis la paz y la alegría por todos lados; que no digáis ninguna palabra molesta para nadie; que sepáis ir del brazo de los que no piensan como vosotros. Que no os maltratéis jamás; que seáis hermanos de todas las criaturas, sembradores de paz y alegría.[29]


[1]Para ponderar su trayectoria intelectual es oportuno mencionar los dos volúmenes que se publicaron en su homenaje con ocasión de sus cincuenta años como profesor en la Universidad Católica: Guerra Martiniere, Margarita; Oswaldo Holguín Callo y Cesar Gutiérrez Muñoz, (editores) Sobre el Perú. Homenaje a José Agustín de la Puente Candamo, Lima, Pontificia Universidad Católica del Perú, 2002, dos volúmenes.

[2]Sólo he encontrado referencias indirectas a ese patronato. En una carta desde Lima, Vicente Rodríguez Casado cuenta que mi padre le “…habló del Patronato que ellos habían constituido para hacer un Colegio Mayor y un colegio de segunda enseñanza.” Carta de Vicente Rodríguez Casado a Antonio Pérez Hernández, Lima, 2 de noviembre de 1952. Archivo General de la Prelatura del Opus Dei, Roma, Serie M.1, 1426-C44 (En adelante AGP).

[3]Carta de José Agustín de la Puente a Rubén Vargas Ugarte, Sevilla, 15 de enero de 1950. (En el original no aparece el año, pero por las fechas de sus viajes hay certeza de que se trata de 1950.) Archivo de José Agustín de la Puente Candamo, Lima. (Le agradezco a la Mg. Leticia Quiñones Tinoco el haberme proporcionado esta carta.)

[4]Cfr. José Agustín de la Puente Candamo, Vicente Rodríguez Casado, peruanista, en Fernando Fernández Rodríguez (Editor) El espíritu de la Rábida. El legado cultural de Vicente Rodríguez Casado, (pp. 767-769) Madrid, Unión Editorial, 1995.

[5]Luis Martínez Ferrer, Vicente Rodríguez Casado: niñez, juventud y primeros años en el Opus Dei (1918-1940) en Studia et Documenta, vol. 10-2016 (pp. 195-257); Antonio Cañellas y César Olivera, Vicente Rodríguez Casado, Ediciones 19, Madrid, 2018.

[6]Rafael Fiol Mateos, Pedro Casciaro. Hasta la última gota, Rialp, Madrid, 2020

[7]Le agradezco al Dr. Federico M. Requena, Subdirector del Instituto Histórico San Josemaría Escrivá, que me haya proporcionado una copia del diario del viaje.

[8]Diario del viaje de Pedro Casciaro por América, Lima, 14 de agosto de 1948.

[9]Carta de Vicente Rodríguez Casado a Antonio Pérez Hernández, Lima, 26 de noviembre de 1952, AGP, Serie M.1, 1426-C44.

[10]Convenio celebrado entre José Agustín de la Puente, Enrique Torres Llosa y Vicente Rodríguez Casado, Lima, 24.11.1952, Archivo General de la Prelatura del Opus Dei en el Perú. (En adelante AGPP)

[11]AGPP.

[12]AGPP.

[13]Recuerdos de Manuel Botas Cuervo, AGPP.

[14]AGP, Serie M.1, 1426-C44

[15]Ibid. (El subrayado es del original).

[16]Ibid. (El subrayado es del original).

[17]Por recuerdos de mi padre supe que se trataba de Manuel Vicente Villarán, un conocido jurista, profesor universitario y político. No fue Presidente de la Corte Suprema, sino Ministro de Justicia, Decano del Colegio de Abogados de Lima, Senador de la República, entre otros cargos.

[18]Recuerdos de Manuel Botas Cuervo, AGPP.

[19]Ibid.

[20]Diario del primer centro del Opus Dei en Lima, AGP, serie M.2.2, Caja 386.

[21]Carlos Gatti Murriel, Homenaje a José Agustín de la Puente Candamo, Lima, 2018. (Le agradezco al Dr. Gatti que me haya proporcionado una copia de su discurso.)

[22]Víctor Andrés Belaunde, Virginia Candamo de la Puente, El Comercio, No. 63341, 14.04.1957.

[23]Diario del primer centro de Lima, 22.12.1953, AGP, serie M.2.2, Caja 386.

[24]Recuerdos de Manuel Botas Cuervo, AGPP.

[25]Carta de Manuel Botas a Adolfo Rodríguez, Lima, 24.XI.1954, Serie M.1, 1426-C44.

[26]Federico Prieto Celi, Don Ignacio: Por las montañas a las estrellas, Palabra, Madrid, 2018.

[27]José Agustín de la Puente Candamo, Memoria de un amigo médico, sacerdote y obispo, USAT, Homenaje a Mons. Ignacio de Orbegozo, segundo volumen, Chiclayo, 2005, p. 149.

[28]Esteban Puig, Los inicios de la Prelatura de Yauyos (Perú) 1957-1968. Antecedentes y recuerdos documentados, en Studia et Documenta, vol. 4-2010 (pp. 295-338).

[29]Notas de una reunión familiar, 15-VI-1974 (AGP, biblioteca, P04, vol. II, 482).