Meditaciones: domingo de la 6.ª semana del tiempo ordinario (ciclo C)

Reflexión para meditar el domingo de la 6.ª semana del tiempo ordinario. Los temas propuestos son: las Bienaventuranzas ofrecen un nuevo sentido a nuestra vida; la alegría tiene raíces en forma de cruz; las bienaventuranzas nos invitan a la confianza.


CRISTO SE DETIENE en una amplia llanura, en donde caben muchas personas provenientes de toda Judea, de Jerusalén y hasta de la costa de Tiro y Sidón. Alrededor del Señor se crea un clima de admiración, todos habían acudido hasta allí para verle y escucharle. Jesús no deja indiferente a ninguno de los que allí se encontraban: «Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios –empieza diciendo–. Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados. Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis. Bienaventurados cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os injurien y proscriban vuestro nombre como maldito, por causa del Hijo del Hombre. Alegraos en aquel día y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo» (Lc 6,20-23).

Este pasaje de las bienaventuranzas nos permite constatar que Dios no está lejos de nosotros tampoco ante el dolor, el hambre, el sufrimiento, la persecución… su cercanía «es antídoto contra el miedo de quedarnos solos ante la vida. De hecho, el Señor a través de su Palabra con-suela, es decir: está con quien está solo. Hablándonos, nos recuerda que estamos en su corazón»1. La Palabra de Dios, que siempre es elocuente e interpela, lo hace de un modo especial en momentos de debilidad o de injusticia. Es más, nos permite acoger la realidad de un modo nuevo en el que siempre vemos posibilidades de sembrar el bien.

A la vuelta de los siglos, todo el discurso que pronunció entonces, y que se recoge en la Escritura, sigue cambiando la vida de muchas personas. «Las bienaventuranzas son un nuevo programa de vida, para liberarse de los falsos valores del mundo y abrirse a los verdaderos bienes, presentes y futuros»2. Al provenir de quien es la vida, su enseñanza es la única que sacia plenamente el deseo de autenticidad y de verdad de nuestros corazones.


ANTE AQUEL DISCURSO de Jesús, vislumbramos un misterioso itinerario de vida que nos promete una felicidad plena: es el mismo Hijo de Dios quien nos ofrece alegría y regocijo. Se trata de un camino cuya recompensa es mayor de la que pueden ofrecer otros proyectos, también buenos muchas veces, pero que no sacian lo más profundo de nuestra alma. «La bienaventuranza prometida nos coloca ante opciones morales decisivas –dice el Catecismo de la Iglesia–. Nos invita a purificar nuestro corazón (…) y a buscar el amor de Dios por encima de todo. Nos enseña que la verdadera dicha no reside ni en la riqueza o el bienestar, ni en la gloria humana o el poder, ni en ninguna obra humana, por útil que sea, como las ciencias, las técnicas y las artes, ni en ninguna criatura, sino solo en Dios, fuente de todo bien y de todo amor»3.

En una ocasión, un profesor preguntó a san Josemaría cómo guiar a sus alumnos hacia una verdadera libertad. El fundador del Opus Dei recordó el modo de comprender la realidad de quien se ha dejado transformar por la perspectiva del Evangelio: «Yo sé que enseñas a los niños que la libertad nos la ha ganado Cristo en la Cruz –comenzó diciendo–; que Él subió al patíbulo de la Cruz por amor nuestro, para ganarnos la libertad; que la liberación no es liberación del dolor, de las contradicciones, de la calumnia, de la difamación de la pobreza (...). No se rebela contra la pobreza, la acepta; no se rebela contra el trabajo, lo acepta; no se rebela contra la autoridad, la acepta; no se rebela contra la enfermedad, la acepta; no se rebela contra los padres, los acepta y los ama; ni contra los maestros, que hacéis una labor paterna y materna»4.

Esta aceptación no es una actitud de abnegación pasiva, como quien se conforma con algo que no comprende; al contrario, es una aceptación de quien, con la confianza de que Dios Padre está misteriosamente detrás de todas aquellas situaciones, mientras no puede poner remedio, las abraza con la serenidad con la que Jesús abrazó la cruz para salvarnos a todos. La felicidad que proponen las bienaventuranzas tienen sus raíces en forma de cruz5.


«LA CERTEZA del amor de Dios nos lleva a confiar en su providencia paterna incluso en los momentos más difíciles de la existencia. Santa Teresa de Jesús expresa admirablemente esta plena confianza en Dios Padre providente, incluso en medio de las adversidades: “Nada te turbe, nada te espante; todo se pasa. Dios no se muda. La paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta” (Poesías, 30). La Escritura nos brinda un ejemplo elocuente de confianza total en Dios cuando narra que Abraham había tomado la decisión de sacrificar a su hijo Isaac. En realidad, Dios no quería la muerte del hijo, sino la fe del padre. Y Abraham la demuestra plenamente, dado que, cuando Isaac le pregunta dónde está el cordero para el holocausto, se atreve a responderle: “Dios proveerá” (Gn 22,8). E, inmediatamente después, experimentará precisamente la benévola providencia de Dios, que salva al niño y premia su fe, colmándolo de bendición»6.

El Catecismo de la Iglesia nos dice que confiar en Dios, creer en él, «es un acto auténticamente humano. No es contrario ni a la libertad ni a la inteligencia del hombre depositar la confianza en Dios y adherirse a las verdades por Él reveladas. Ya en las relaciones humanas no es contrario a nuestra propia dignidad creer lo que otras personas nos dicen sobre ellas mismas y sobre sus intenciones, y prestar confianza a sus promesas (...). Es todavía menos contrario a nuestra dignidad presentar por la fe la sumisión plena de nuestra inteligencia y de nuestra voluntad al Dios que revela y entrar así en comunión íntima con Él»7. Las bienaventuranzas nos invitan a esa confianza y a esa comunión con la vida de Cristo; nos ofrecen la posibilidad de que Jesús viva en nosotros ya en esta tierra. Las bienaventuranzas quedan inauguradas en la vida de la Virgen María y de todos los santos: ellos nos acompañan en el camino.


Francisco, Homilía, 24-I-2021.
Benedicto XVI, Ángelus, 30-I-2011.
Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1723.
San Josemaría, Apuntes de una reunión familiar, 2-VII-1974.
Cfr. San Josemaría, Forja, n. 28.
San Juan Pablo II, Audiencia, 24-III-1999.
Catecismo de la Iglesia Católica, n. 154.