Las «edicole» de la Virgen María de Roma

Cuando en 1946 llegó a la Ciudad Eterna, san Josemaría Escrivá se llevó una gran alegría al comprobar que en sus calles abundan las representaciones de la 'Madonna'.

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Cuando en 1946 llegó a la Ciudad Eterna, san Josemaría Escrivá se llevó una gran alegría al comprobar que en sus calles abundan las representaciones de la Madonna. Solía preguntar a quienes vivían con él si las habían visto, y les animaba a descubrirlas y a dirigir unas palabras de cariño a Nuestra Señora.

Era un hábito ya adquirido en su juventud, como relata en sus apuntes íntimos: “Esta mañana volví sobre mis pasos, hecho un chiquitín, para saludar a la Señora, en su imagen de la calle de Atocha, en lo alto de la casa que allí tiene la Congregación de S. Felipe. Me había olvidado de saludarla: ¿qué niño pierde la ocasión de decir a su Madre que la quiere? Señora, que nunca sea yo un ex-niño” (San Josemaría Escrivá, Apuntes íntimos, citado en A. Vázquez de Prada, El fundador del Opus Dei, vol I, p. 341).

Por el centro histórico de Roma se reparten alrededor de quinientas “edicole” de la Virgen. Hasta mediados del siglo XIX eran casi tres mil, pero muchas desaparecieron tras las reformas urbanísticas que se realizaron a partir de 1870. La palabra “edicola” designa una pequeña construcción, a modo de templete o de vitrina, que protege la imagen de las inclemencias del tiempo.

No está claro en qué momento comenzaron a ponerse estas representaciones de la Virgen por las calles, pero algunos autores sugieren que la difusión de esta costumbre está relacionada con una de las imágenes más queridas por los habitantes de la ciudad, venerada en la Basílica de Santa María la Mayor y conocida como Salus Populi Romani. Según una antigua tradición, el nombre de este icono se debe a un milagro ocurrido en el año 590. Roma estaba invadida por la peste, y sus habitantes llevaron esta Virgen en procesión desde Santa María la Mayor hasta San Pedro, para implorar el fin de la epidemia. A la altura del mausoleo de Adriano, apareció un ángel que envainaba una espada, dando a entender que por intercesión de la Madonna cesaba el mal. Desde ese momento, la fortaleza comenzó a llamarse Castel Sant’Angelo, y sobre las fachadas de las casas por donde había pasado el cortejo se colocaron como agradecimiento reproducciones de la Salus Populi Romani.

Durante la Edad Media y el Renacimiento se extendió aún más la costumbre de colocar imágenes por las calles para honrar a la Señora; a la memoria de algunas de estas representaciones aparecen ligados milagros. Hasta bien entrado el siglo XIX, no existía otra iluminación pública que la facilitada por las velas que los ciudadanos encendían ante Nuestra Señora. Servían también como puntos de referencia que los caminantes utilizaban para orientarse. Así lo explicaba un estudioso del arte sacro a finales del XIX: las lámparas perpetuas colocadas por los fieles delante de las imágenes marianas son al mismo tiempo signo de devoción y luz que orienta al viandante; el cual, vislumbrando los rostros iluminados de María, no se pierde ni por los caminos de la vida, ni por los de la ciudad.

En la fachada de Via di Villa Sacchetti, n. 36 se encuentra una imagen de la Virgen de Loreto que –por deseo de san Josemaría- sigue esta tradición romana de enriquecer las fachadas de las casas. En 1957 estaba terminándose la construcción de esta parte del edificio y el fundador del Opus Dei quiso que se pusiera una Madonnella al estilo romano, con un soporte para colocar flores y encender velas. De esta manera, todo el que pasara por allí podría implorar la protección de Santa María. En la Piazza delle Cinque Lune, hay una edicola que tiene una portezuela que permite acceder a ella desde el interior de la fachada sobre la que se encuentra. San Josemaría pensó que este sistema sería útil para facilitar la limpieza y cuidado de esta imagen, así que se copió la idea.

Se realizó en mosaico, un material duradero y apto para resistir el aire libre. Está encuadrada por un marco de travertino claro de Tívoli, que forma un contraste particular –típico de las construcciones romanas– con el revoque rojo de pozzolana.

San Josemaría dejó plasmado su amor por Santa María en ésta y otras muchas representaciones. Una devoción que, como explicaba san Josemaría, es una necesidad de hijos.

“Una mirada al mundo, una mirada al Pueblo de Dios, en este mes de mayo que comienza, nos hace contemplar el espectáculo de esa devoción mariana que se manifiesta en tantas costumbres, antiguas o nuevas, pero vividas con un mismo espíritu de amor.

Da alegría comprobar que la devoción a la Virgen está siempre viva, despertando en las almas cristianas el impulso sobrenatural para obrar como domestici Dei, como miembros de la familia de Dios” (Es Cristo que pasa, n. 139).

Algunas imágenes de la Virgen

Un elegante medallón oval, con la representación de la Virgen y el Niño, se descubre en un ángulo del Palacio Chigi, en Piazza Colonna, céntrico lugar de Roma. Destaca la figura de la Señora con su Hijo, en blanco marfileño sobre un fondo azul. Al estilo de las terracotas de los ceramistas florentinos Della Robbia, el amplio medallón –que pertenece seguramente a la segunda mitad del siglo XIX- se remata con una cornisa dorada, adornada en su parte superiro por unas cintas entrelazadas con unas hojas que culminan con la cabecita de un angelote. En su parte inferior, una sencilla ménsula, con hojas de acanto, le sirve de apoyo.

En la Fontana de Trevi frente a la fuente, se descubre un sencillo monumento a María Santísima que puede datarse hacia el 1700. Se trata de una escultura de medio busto elaborada en piedra y colocada en el interior de un marco de estuco ovalado, que se encuentra entre la Via delle Muratte y el Vicolo del Forno. El plegado del traje y del manto recuerda al de las esculturas romanas clásicas. La primitiva lamparilla de aceite que, según la costumbre, iluminaba la imagen, ha sido sustituída por un brazo eléctrico que quiere recordar, en el cristal de la tulipa, las lenguecillas de la llama.

La Plaza Redonda, donde se encuentra el Panteón, está presidida por la señorial figura de Santa María que aparece en un destacado lugar. Se trata de un fresco de notables dimensiones (1.50 por 1.00 metro) engrandecido aún más por un marco escultórico. Ocupa casi dos plantas del edificio: desde el entresuelo hasta el final del primer piso. Se desconoce el nombre del promotor de su emplazamiento, pero según el Catastro Gregoriano (1816-1859) Benigno y Alessandro Giorgi y Vicenio Michele de Rosi, ocuparon esta vivienda.

Sobre la base del testimonio iconográfico y la existencia del grabado de Vasi, correspondiente a 1775, se puede afirmar que la pintura fue realizada a mediados del siglo XVIII.

El tema de la Inmaculada aparece subrayado por la inscripción del Cantar de los Cantares destacada en la parte inferior: Tota Pulchra es, amica mea, et macula non est in te (Toda hermosa eres, amada mía, y ninguna mancha hay en Ti). La iconografía se ciñe a los dictados de la tradición: el manto azul, las manos cruzadas sobre el pecho y, a sus pies, el globo terráqueo, la luna y la serpiente. Ciertamente la devoción a la Virgen Inmaculada estaba ya muy difundida en Roma, mucho antes de que Pío IX, en 1854, proclamara el dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen.