La vida santa de un buen pastor

Artículo escrito por el Cardenal Juan Luis Cipriani Thorne, Arzobispo de Lima y Primado del Perú, con motivo del fallecimiento de Monseñor Enrique Pèlach y Feliu, obispo emérito de Abancay.

Monseñor Enrique Pèlach

Ha muerto en olor de santidad Monseñor Enrique Pèlach, Obispo emérito de Abancay a los 89 años, exprimido como un limón, en frase de San Josemaría Escrivá. Llegó al Perú el año 1957 para trabajar en la Prelatura de Yauyos, bajo la dirección de Monseñor Ignacio María de Orbegoso, otro pionero de la santidad en los Andes en el siglo XX.  El año 1968 el Papa Paulo VI lo nombró Obispo de Abancay en donde  permaneció, hasta su muerte, los últimos 39 años de su vida.

Enrique como le llamamos sus amigos que tanto lo hemos querido, fue un hombre bueno y fiel. De un talante emprendedor y con una sencillez que movía montañas. Acercó a Dios a miles de hombres y mujeres de toda edad y de toda condición humana. Lo mismo estaba a caballo o en mula por los Andes en una misión a más de 4000 metros de altura que sonriendo a un niño, atendiendo a un moribundo o cantando bajito a la belleza de las montañas y de los abismos por donde cabalgaba. Fue un alma limpia, transparente y noble que ardía en amor a Dios y a todos los hombres.

Lo recuerdo siempre sereno, alegre y discreto. Leal y buen amigo, sin doblez. Con una capacidad de hacer amigos extraordinaria. Alma de poeta. Amante de la comunicación como medio esencial en la nueva evangelización.

Catequista con gran don de lenguas. Su pasión por llevar el amor a Dios a todo el mundo la cultivó desde muy joven y fue creciendo en su alma de manera impresionante. La catequesis era una urgencia en él y así lo manifestó, por ejemplo, en esa monumental obra del Catecismo de Pèlach-Kühner, con más de 100,000 ejemplares vendidos por toda nuestra geografía. El Devocionario Rezar y Cantar ha sido otro instrumento para miles y miles de hermanos nuestros campesinos del trapecio andino.

Su amor por los más pobres era de una profundidad evangélica tremenda. Contemplaba en el silencio de la oración las dificultades y se ponía a trabajar de manera inmediata e intensa. Hogares para jóvenes, leproserías, orfelinatos, guarderías. Hay que visitar Abancay para conocer el alma de Enrique, el buen pastor.

Vivió el sacerdocio siguiendo fielmente el espíritu de San Josemaría Escrivá y al estilo  del santo Cura de Ars; realizó su misión episcopal al modelo de santo Toribio de Mogrovejo, sin aspavientos, sin espectáculos. Entendió que la formación de jóvenes para el sacerdocio era vital en la Iglesia. En Abancay se lanzó, lleno de fe y siguiendo precisas indicaciones de San Josemaría Escrivá, a impulsar el Seminario Menor y Mayor. Son más de 150 los sacerdotes peruanos que estudiaron ahí,  que lo recuerdan como padre y amigo entrañable.

Formador de almas recias y  al mismo tiempo constructor de muchas iglesias, casas parroquiales, casas de formación, santuarios y todo lo que fuera necesario para evangelizar. El hambre de Dios y el hambre de pan , frase de Juan Pablo II en el Perú, los satisfacía a manos llenas.

Se nos fue en silencio, apagándose poco a poco en su vieja cama y en su viejo dormitorio. Te invocamos como intercesor y seguros de que nos ayudarás "antes, mas y mejor". Amaste al Perú y a tu querido Abancay mucho más que muchos peruanos: “He besado muchas veces, con toda el alma, este nuevo suelo patrio. Lo he amado y trato de servir en nombre de Dios, que me ha enviado a él” escribió Enrique;  por eso te digo, con la confianza que te tengo, que “Vales un Perú”. Por sus frutos los conocerán nos enseña el Espíritu Santo, y tú sonríes desde el Cielo animándonos a seguirte de la mano de María Santísima, la “Mamacha” Cocharcas.

El Comercio