La heladería, algo más que un negocio

“A ver si con este calorcito se anima el negocio”. Su heladería está en Plaza Nueva, una plaza histórica de Granada, a la sombra de la Alhambra. “Aquí vendemos decenas de sabores, y pasa gente de cien países"...

Pepe regenta una heladería en Plaza Nueva de Granada

“Hay gente muy buena. Por todas partes”, dice Pepe.

Con sus 184 centímetros ofrece un cucurucho de fresa y pistacho a una japonesa. “A ver si con este calorcito se anima el negocio”. La japonesa sonríe y sale. Tras el mostrador, Pepe dobla su cuerpo sobre la silla. Se sienta. “Hoy me duelen las piernas. Vaya, creo que debe ser que he pasado la vida entera aquí erguido”.  

Pepe regenta una heladería en Plaza Nueva de Granada

Su heladería está en Plaza Nueva, una plaza histórica de Granada, a la sombra de la Alhambra. “Aquí vendemos decenas de sabores, y pasa gente de cien países, como esa familia de California o aquel amigo suizo que se llevó chufas, las plantó, y hace horchata en Basilea. Te diré que todo el mérito del negocio es de Concha, mi mujer, que ha tenido el don de convertir este local en un lugar acogedor. Los mayores vienen a sentarse, las mujeres del barrio pasan un rato, los vendedores callejeros se refugian aquí…”.  

“Bueno, esto es un negocio familiar en todos los sentidos”, apunta Concha con buen humor.

“Sí, la heladería es algo más que un negocio. Es una forma de vivir”, dice Pepe. “Y a veces, con la edad, te preguntas cómo vives y qué fronteras has cruzado en la vida. Aquí, en el negocio de mi padre desde 1932, hemos intentado atravesar algunas fronteras: las fronteras económicas, las fronteras del público, las fronteras diarias del cansancio... Con mucho trabajico y una sonrisa para dar estudios a siete hijos, hemos intentado estrujar tanto el cinturón, que ya no puede estar más apretao… Mira, no hay más agujeros en el cuero…”

¿Idiomas? Pepe sonríe: “Pues aquí se habla el granaino, el andaluz, se chapurrea el spanglish. Bueno esa es una frontera que tampoco ha sido para tanto: se acercan muchos extranjeros y los treinta sabores están a la vista. Apuntan con el dedo y escogen sin necesidad de muchas palabras. La sonrisa de satisfacción es igual en todas las lenguas. Basta un lametón… Ahí viene un cliente, perdona que me levante”. 

'Por aquí pasa gente de más de cien países'

Una niña está pegada al cristal, tocándose el pelo. Del fondo del bolsillo saca el dedo que se lleva a la boca. Restriega la mano por la mampara apuntando los sabores. 

“Le recomiendo el de turrón de toda la vida. Cucurucho grande, pequeño, mediano…” 

“Deme el más grande pa la nieta.”

“Tome señora. Gracias. Aquí tiene el cambio”

La niña abre los ojos y se come con la vista el helado que le ofrece la abuela. Salen del negocio. Pepe se vuelve a sentar. “Es la hora de salida del colegio con niños y madres o abuelos que pasan por aquí. El caso -prosigue Pepe con su relato- es que yo creí que, mirando los dedos señaladores de los extranjeros, tendría superada la frontera del idioma. Y eso fue así hasta el día que mis hijos trajeron a casa a sus amigos extranjeros. Eran universitarios de Erasmus que estudiaban en casa bajo el silencio de un flexo, un viejo flexo. Siempre intentaba cruzar con ellos un gesto amable con los ojos o con la barbilla. Sólo el roce, la mímica y su conocimiento del español “rompieron” los idiomas. El corazón tampoco entiende de barreras. Al final, hemos desarrollado tanto el cariño que hoy tenemos especial amistad con Mariana, bielorrusa, amiga de nuestra hija, o con Boris, un becario estonio, amigo del mayor”.

Una callejuela de Granada

“También con Fátima. El caso de Fatima, marroquí, amiga de otra hija, fue similar. Le cogimos enorme cariño desde el primer día y le ofrecimos una habitación para vivir, pues carecía de lugar de residencia. En casa es una más de la familia. Convivimos juntos. Y la verdad, es que mientras yo rezo el rosario en el sillón con Concha, mis hijos y amigos, ya tenemos preparada la esterilla de Fátima para las cinco oraciones musulmanas del día”.

“Concha, mi mujer, que no es del Opus Dei, sabe ofrecer la mejor comida tradicional granadina, cuidando evitar la carne de cerdo. Los helados, la marca de la casa, no faltan. Ahora, cada vez que vuelve a Granada, Fátima sigue alojándose en casa. Así que continuamente hay bullicio y alegría en esta familia numerosa, aunque no todo es motivo de felicidad…” 

“Perdone, ¿la calle Reyes Católicos?”. Una cabeza asoma tras la barra, a pies puntillas.

“Recto 100 metros abajo, joven...”

Retoma el hilo. “¿Por dónde iba? Ah ya,… eso. Pues cuando a Concha le diagnostican un cáncer, nos preocupamos. Pero aquí -con la enfermedad- hemos conseguido superar otra frontera: la del dolor. Y ha sido con “la tarjeta-visa de la oración”. Las personas además de tener un visado para cruzar fronteras, tenemos otro visado para el cielo: la oración y los sacramentos. El visado de la oración es un visado continuo, sin fecha de caducidad, que sirve para estar en el mundo de los vivos y para rezar por el mundo de los muertos.

'El caso de Fatima, marroquí, amiga de otra hija, fue similar. Le cogimos enorme cariño desde el primer día y le ofrecimos una habitación para vivir'

Hoy rezan por la enfermedad de Concha estos estudiantes Erasmus. Rezan desde Bielorrusia y desde el interior de Marruecos. Y desde las asociaciones Albihar y Alayos, por donde acudo con algunos de mis hijos. Suben al cielo oraciones de esas familias amigas de distintos credos y países”.

“Yo lo agradezco especialmente”, dice Concha que reaparece tras la cortinilla de cáñamo.

“A mí, cuando hago oración, me ayuda a pensar lo que enseña San Josemaría en su libro Es Cristo que pasa. Me emociona saber que “el cristiano ha de mostrarse siempre dispuesto a convivir con todos. Ha de sacrificarse gustosamente por todos, sin distinciones, sin dividir las almas, sin ponerles etiquetas. Si viviésemos así, con este deseo de convivencia, de paz, el cristiano sabría defender antes que nada la libertad ajena, para poder después defender la propia. Tendría la caridad de aceptar a los otros como son ayudándoles con la gracia de Dios y con delicadeza humana, para llevar nuestra condición de hombres y de cristianos…”

Silencio. “Y es que hay gente muy buena por todas partes” vuelve a decir Pepe. Un cliente cruza el dintel. Las piernas cansadas actúan como un muelle. Tras la barra, una buena persona siempre es fácil de encontrar.  

Ismael Martínez