La alegría de vivir

ChiclayoEn julio de 1953 llegaron a Lima un historiador y un sacerdote para empezar el trabajo del Opus Dei en el Perú. Desde entonces han pasado cincuenta años y la Obra se ha extendido por varias regiones del Perú, entre ellas Lambayeque. Cuando llegaron el Opus Dei y su fundador –Josemaría Escrivá de Balaguer– eran prácticamente desconocidos.

San Josemaría en México

Hoy en día el Opus Dei se extiende por los cinco continentes y son decenas de miles de personas, de todas las razas y condiciones sociales, las que han escuchado el mensaje que Dios le encargó transmitir a S. Josemaría Escrivá un 2 de octubre de 1928: que la santidad no es asunto para “privilegiados” o “especialistas”, sino una elección divina, a la que se puede responder dándole un nuevo sentido a la vida ordinaria, el cumplimiento de los propios deberes.

El Papa Juan Pablo II, el pasado 6 de octubre, ante la presencia de más de 400,000 peregrinos que asistieron a la canonización del Fundador del Opus Dei, afirmó que el celo apostólico del nuevo santo había congregado a “una gran multitud de fieles, procedentes de numerosos países y pertenecientes a los ambientes sociales y culturales más diversos: sacerdotes y laicos, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, intelectuales y artesanos”.

De hecho, la presencia de más de 400 autoridades eclesiásticas, entre cardenales, arzobispos y obispos, así como el que 1,040 sacerdotes distribuyeran la comunión durante la Santa Misa, constituyeron un plebiscito de adhesión al mensaje de santidad que San Josemaría Escrivá había predicado con su vida y sus escritos, y que la Prelatura del Opus Dei se esfuerza en transmitir con fidelidad.

En el campus de la Universidad de Navarra

¿Qué tiene de particular ese mensaje que atrae a personas de tan diversas situaciones y mentalidades? Me atrevo a decir que su particularidad es que ayuda a descubrir el sentido de la propia vida y el secreto de la felicidad. Todos los hombres necesitamos sabernos conocidos y amados: cuando no se tiene esta seguridad es imposible no sumirse en la tristeza y en el desaliento. San Josemaría, desde muy joven, descubrió el alcance de una verdad, que colma esas aspiraciones del corazón: el hecho de ser hijo de Dios.

El Papa refiriéndose a la profunda conciencia que tenía de su filiación divina dijo: “Él enseñó a contemplar el rostro tierno de un Padre en el Dios que nos habla a través de las más diversas vicisitudes de la vida. Un Padre que nos ama, que nos sigue paso a paso y nos protege, nos comprende y espera de cada uno de nosotros la respuesta del amor. La consideración de esta presencia paterna, que lo acompaña a todas partes, le da al cristiano una confianza inquebrantable; en todo momento debe confiar en el Padre celestial. Nunca se siente solo ni tiene miedo. En la cruz –cuando se presenta– no ve un castigo sino una misión confiada por el mismo Señor. El cristiano es necesariamente optimista, porque sabe que es hijo de Dios en Cristo”.

Por eso San Josemaría vivía y enseñaba a vivir “sin miedo a la vida y sin miedo a la muerte”. Su alegría de vivir era desbordante y, a la vez, serena y contagiosa. Nos dejó escrita su experiencia: “¿Contento? Me dejó pensativo la pregunta. No se han inventado todavía las palabras, para expresar todo lo que se siente en el corazón y en la voluntad al saberse hijo de Dios”. Y, como era muy realista formuló un propósito sincero, que practicó y enseñó a practicar: “hacer amable y fácil el camino a los demás, que bastantes amarguras trae consigo la vida.”

Dra. Luz Pacheco La Industria, Chiclayo