Juan Buendía: Pastor de almas, un amigo para todos

El 29 de mayo de 2023, fiesta de Santa María, Madre de la Iglesia, el padre Juan Buendía partió a la casa del Padre. En este artículo, uno de sus amigos, recuerda a Juan como padre, amigo y pastor de almas.

Escribo con pena estas líneas sobre un hombre que marcó no sólo mi vida, sino la de muchos amigos, sacerdotes, seminaristas, ex seminaristas, obispos y muchas familias. Es que Juan, como buen chalaco, era un sacerdote campechano y de fácil llegada, que se empeñaba por comprender a quienes tenía delante y a los fieles que lo buscaban; siempre tenía clara su misión: hacernos buscar a Cristo, amar a Cristo y encontrar a Cristo en la vida ordinaria, tal como san Josemaría predicaba desde los inicios del Opus Dei.

El padre Juan era un pastor que exigía y predicaba con el ejemplo; con su alegría invitaba a entender que la fe es lo último que se pierde, nos formaba en libertad y nos recordaba estar siempre en gracia de Dios con palabras que marcaban

El padre Juan era un pastor que exigía y predicaba con el ejemplo; con su alegría invitaba a entender que la fe es lo último que se pierde, nos formaba en libertad y nos recordaba estar siempre en gracia de Dios con palabras que marcaban: “Hay que lavar la ropa para tener siempre limpia el alma”, me decía. Era un pastor con quien podías conversar el tiempo que necesitaras y encontrar un camino para afrontar la lucha diaria.

Lo conocí cuando tenía diecisiete años en un retiro de seminaristas en la casa Cushing, en Chaclacayo. Aún resuena en mi memoria la conversación de aquel día, que me dio luces para luego pedirle ser director espiritual de mi alma. Desde entonces se convirtió en mi guía.

Se encargó de aconsejarme, de llamarme la atención cuando fuese necesario, de animarme a seguir, de acompañarme en esa batalla diaria en el mundo, en mis luchas, tristezas, alegrías y triunfos.

El destino hizo que posteriormente dejara el seminario y empezara un nuevo caminar. A pesar de esa decisión, seguimos cultivando la amistad y Juan se convirtió no solo en mi guía, sino también en el abuelo que me faltaba, en el amigo mayor. Se encargó de aconsejarme, de llamarme la atención cuando fuese necesario, de animarme a seguir, de acompañarme en esa batalla diaria en el mundo, en mis luchas, tristezas, alegrías y triunfos.

Era también el amigo con quien uno podía salir a montar bicicleta, la persona que me acompañó en la prueba de motor de mi primer auto y tantos otros hechos importantes. Es indiscutible que si no hubiera tenido a Juan Buendía en mi vida, ésta hubiera sido un desastre. Mucho de lo que soy ahora es gracias a él, y estoy seguro de la influencia positiva de Juan en la vida de muchos que lo conocieron.

Una anécdota que jamás olvidaré fue cuando quise dejar la universidad para solo trabajar, en ese tiempo, ya como periodista. Recuerdo que me llamó la atención y, fiel a su estilo, me persuadió a no abandonar los estudios. Ese diálogo terminó con la promesa que si me graduaba, él estaría allí. Sabía que no le gustaban las ceremonias largas, como una graduación, pero a pesar de ello, cumplió su promesa y estuvo con una gran sonrisa, propia de un abuelo que veía con orgullo a su nieto graduarse de periodista. Ese día me dijo: “Esto recién comienza y siempre estaré allí”. Y así fue, me acompañó con sus consejos y palabras en cada paso que di como periodista, como profesor de universidad, como director de prensa de la Iglesia de Lima y ahora, como director de un canal. Siempre estuvo presente como padre, como abuelo, como amigo.

El día de mi graduación en la universidad
El día de mi graduación en la universidad

Uno de los últimos recuerdos que me dejó fue asistir espiritualmente a mi abuela para recibir los santos óleos. La preparamos juntos en una catequesis que terminó con el momento crucial de la unción de los enfermos. Ya por esos días, al Padre Juan lo aquejaba un dolor de espalda que no le impidió ir hasta mi casa para confesar a mi abuela y administrarle los santos óleos y, de esta forma, prepararla para su partida; tenía a su favor que mi abuela confiaba plenamente en él, pero, ¿quién no lo hacía? Es muy consolador pensar que hoy, los dos se encuentran en presencia de Dios.

Son muchísimos los recuerdos que tengo con él que podría escribir un libro; cada uno de ellos ha traído consigo siempre una enseñanza.

Se quedan en el tintero los recuerdos de la gente que te conoció en tus viajes a Trujillo durante los fines de semana de varios años consecutivos para atender la labor con supernumerarios y cooperadores del Opus Dei de esa ciudad; en tu labor como capellán de la “Guinda”, la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Piura, además de ser guía espiritual de seminaristas en el Seminario de Santo Toribio de Mogrovejo de Lima. Estoy seguro que todas esas horas dedicadas al acompañamiento espiritual de seminaristas y sacerdotes han dado y seguirán dando frutos en el futuro.

Me cuesta entender que hayas partido físicamente, que ya no te tendré para conversar, ya no escucharé tus ocurrencias; te despediste de mí de la forma que menos esperaba, con una llamada telefónica pero, a pesar de tus dolencias, fueron minutos en los que nos reímos tanto y compartimos la que sería nuestra última charla.

Me quedo con tu buen ejemplo, con tu entrega sacerdotal, con tu amor a Dios, y con esas palabras que siempre nos decías a todos, las cuales aprendiste de san Josemaría: “Iesu, Iesu, esto mihi semper Iesus!” “¡Jesús, Jesús, sé para mí siempre Jesús!”.

Me quedo con tu buen ejemplo, con tu entrega sacerdotal, con tu amor a Dios, y con esas palabras que siempre nos decías a todos, las cuales aprendiste de san Josemaría: “Iesu, Iesu, esto mihi semper Iesus!” “¡Jesús, Jesús, sé para mí siempre Jesús!”.

Sigue guiándome desde donde estés y dale un abrazo eterno a mi abuela de mi parte.

Fernando Lino Cruz