José Luis Chinguel Beltrán: “Nuestra fe nos hace mirar con esperanza que no todo se acaba aquí”

El próximo sábado 5 de septiembre, en la Basílica de San Eugenio (Roma) recibirán la ordenación sacerdotal 29 diáconos de diferentes nacionalidades, entre ellas, de un peruano, José Luis Chinguel Beltrán, economista talareño, muy aficionado al fulbito, quien antes de emprender los estudios eclesiásticos, realizó una capacitación en el Banco Central de Reserva del Perú, en el año 2005.

José Luis se desempeñaba como profesor e investigador en la Facultad de Economía de la Universidad Nacional de Piura y docente de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Piura. A pocos días de recibir el sacramento de la ordenación sacerdotal concedió la siguiente entrevista.

A raíz de la pandemia, ¿Qué mensaje de esperanza podemos dar los cristianos ante la pérdida de un ser querido, el dolor de la enfermedad o ante la pérdida de trabajo en muchas personas?

Efectivamente, las circunstancias de especial dificultad debida a la pandemia y sus efectos en la salud y en la economía de los países, ha significado un reto enorme de testimonio de entereza humana; y esto no sólo para los cristianos, sino para todos los que conformamos la humanidad entera. El dolor físico por la enfermedad, el dolor por la partida de este mundo de nuestros seres queridos, y aún tan sólo la muerte de personas que apenas hemos conocido, nos ha impactado de alguna manera y nos han hecho recordar la fragilidad de nuestra existencia; a la vez que nos ha llevado a unir fuerzas, a responder solidariamente con iniciativas surgidas en muchas partes. Pero, pienso que, especialmente, nos ha hecho mirar «más allá»; nos ha hecho valorar la vida y la salud que tenemos, así como el gran valor de la familia y de los amigos de verdad. Un amigo que conozco ―que se contagió del COVID19―, en tono bromista, puso en su perfil de WhatsApp: “En tiempos malos se reconocen los buenos amigos”. Ha sido una prueba para todos y lo sigue siendo. Nuestra fe nos hace mirar con esperanza que no todo se acaba aquí; hay un «más allá» prometido por Dios al final de los tiempos; y hay también una promesa de Dios de darnos el ciento por uno ya aquí en la tierra; es decir todo tipo de bienes temporales y los perdurables que trascienden la historia y que de algún modo tenemos una suerte de «adelanto»; la fe y el amor de Dios son una muestra de ello. Pero no se nos ha prometido que se nos ahorrarán las dificultades; ante las cuales hemos de hacer frente, no ya en solitario, sino más bien ―si se me permite la expresión― en solidario; es decir, en unión con otras personas y con la ayuda de Dios para superar esas dificultades. Conviene recordar que quien nos ayuda es Aquel que nos ha dicho: «confiad, Yo he vencido al mundo» (Jn 16, 33).

En las actuales circunstancias, algunos países de América Latina experimentan una convulsión social, ¿Qué respuesta se puede dar desde la Doctrina social de la Iglesia a una situación así?

La presencia de situaciones de convulsión social puede deberse a causas muy complejas que no podemos tan siquiera enunciar en esta breve conversación. Sólo puedo decir que en la Doctrina Social de la Iglesia ha tenido y tiene un lugar importante el valor de la paz de los pueblos. Se trata de un bien que anhelamos tener consolidado definitivamente, pero no depende sólo de nosotros. Benedicto XVI enseñaba que el bien de la paz es a la vez un don de Dios y un proyecto a realizar por el hombre (cf. Mensaje para la celebración de la XLIV Jornada Mundial por la Paz, 1 de enero de 2011, n. 15); es decir, que hemos de contar con Dios y, lógicamente, con el esfuerzo personal de estar en paz con Dios y con los demás.

El Papa Francisco mencionó hace poco que “Lo que se necesita es una profunda renovación de los corazones y de las mentes para que la persona humana pueda estar siempre en el centro de la vida social, cultural y económica”. ¿Cómo puede un sacerdote influir para que este deseo del santo Padre se haga realidad?

Es siempre un reto renovar con acierto el corazón y la mente. Nos equivocaríamos si asumiéramos sin más las novedades que van surgiendo en el plano de las ideas y en los estilos de vida. Pienso que hemos de acudir a quien pueda renovar de verdad nuestra mente y nuestro corazón: Dios mismo. Si notamos la necesidad de renovarnos, acudamos a Quien es fuente de todo bien; y eso se aplica para cualquier persona, sea o no sacerdote. El sacerdote puede facilitar esa renovación por medio de su ministerio, haciendo presente, con su predicación, el anuncio de la Palabra de Dios siempre viva, siempre interpelante; así también con la administración de los sacramentos por medio de los cuales Dios actúa para tocar los corazones que, libremente, estén dispuestos a cambiar.

San Josemaría animaba a “poner a Cristo en la cumbre de todas las actividades humanas”, ¿Cómo se puede traducir eso a la vida ordinaria de una persona?

«Trabaja siempre, y en todo, con sacrificio, para poner a Cristo en la cumbre de todas las actividades de los hombres»

Esta pregunta me pone un poco en dificultad porque pienso: ¿qué diría san Josemaría del intento de respuesta que voy a dar? Intentaré responder valiéndome de su misma enseñanza. Primero me remito al texto de dónde viene la expresión; ésta se halla en un libro de consideraciones espirituales que se llama Forja, concretamente en el punto 685, y que a la letra dice: «Trabaja siempre, y en todo, con sacrificio, para poner a Cristo en la cumbre de todas las actividades de los hombres». Pienso que allí mismo está la respuesta: con trabajo, con sacrificio; o, si quisiéramos unificarlo, con un trabajo sacrificado, y para eso dicho trabajo ha de realizarse con la perfección debida y ofrecido a Dios por amor a Él. Para esto contamos también con la ayuda de Dios; tal como lo expresa el significado clásico del refranero popular: «A Dios rogando y con el mazo dando».

José Luis Chinguel luego de ordenación diaconal
¿Cómo ayudar a las personas de a pie a que aprendan a amar a Dios y sean fieles al mensaje de Jesucristo?

También esta es una difícil pregunta. Puedo decir que contamos con que hay un sentido de Dios presente en el alma de cada uno, el cual podemos cultivar y tratar de convertirlo en una relación personal cada vez más cercana. Descubrir y redescubrir ese sentido de Dios es algo al que estamos invitados a realizar. La Iglesia cuenta con el ejemplo de muchos santos y santas que profundizaron en su relación con Dios y no por eso dejaron de ser «personas de a pie». Todos de algún modo somos «personas de a pie», pues estamos en camino de nuestro lugar definitivo que es el Cielo. Pero ya aquí contamos con la ayuda que Dios nos da a través de los demás; y viceversa, cada uno de nosotros puede ser para su hermano esa ayuda que Dios quiera darle por medio de él. Para fidelidad, el ejemplo de los santos, pero especialmente el de Santa María, que no sólo es ejemplo, es también auxilio, ayuda siempre segura en nuestro caminar juntos hacia Dios.