Benedictus Dominus qui dedit requiem populo suo (1 Reyes 8:56). Esas palabras, que hemos escuchado en la primera lectura, se referían al pueblo de Israel, y las aplicamos ahora para dar gracias al Señor por esta paz que es, para nosotros, la unidad de la Obra. La unidad de la Obra que nos concede el Señor, a Él la agradecemos; unidad que es fuente de verdadera paz.
A la vez nos damos cuenta, y debemos habitualmente tener conciencia, de que esta paz es el mismo Jesús. Como escribe san Pablo, Ipse enim est pax nostra (Ef 2, 14): Él es nuestra paz. La unidad depende fundamentalmente de la gracia de Dios, que no nos faltará nunca, pero depende también de nosotros, en la medida en que estemos más unidos a Jesucristo. Él es nuestra paz; Él es la fuente de nuestra unidad en el Espíritu Santo.
En la segunda lectura, hemos escuchado unas palabras que San Josemaría meditó tantas veces y nos aconsejó meditar a nosotros: Elegit nos in Ipso ante mundi constitutionem ut essemus sancti (Ef 1, 4). Elegit nos in Ipso: en Cristo; una vez más, la identificación con el Señor, como hijas y como hijos de Dios Padre. Ese es el fundamento de nuestro espíritu: sabernos, sabernos verdaderamente hijas e hijos de Dios, que es fuente de paz para nuestras almas y para poder ser, en todas las circunstancias, sembradores de paz y de alegría.
Es lógico que hoy meditemos en quién es el Padre en la Obra. Entre las condiciones que San Josemaría señaló para el Padre tanto en Statuta como aquí, grabadas en la sede de esta iglesia, está la prudencia: prudencia que yo os ruego que la pidáis al Señor para mí. Prudencia, que es la virtud propia del gobierno. Una prudencia también para todas y para todos, porque lo que es para el Padre conviene a todos. Prudencia para ser, en todo momento, muy fiel al espíritu de la Obra, ante las circunstancias cambiantes de tiempo y de lugares. Que siempre el Padre tenga la prudencia de ser fiel, fidelísimo, al espíritu de nuestro Padre, que es el espíritu que Dios ha querido para nosotros.
Otra característica, que tiene que tener el Padre, es la piedad, ser muy piadoso. Recordaréis que San Josemaría aseguraba que la piedad es “el remedio de los remedios”; pues pedid que el Padre sea piadoso, que todas seáis piadosas, y que con vuestra piedad sostengáis la piedad del Padre, para que todos formemos con el Señor una unidad de cabeza, de corazón, de intenciones.
Otra característica es el amor a la Iglesia y al Papa. Cuántas veces el Padre, don Javier, nos ha insistido, como hacía el beato Álvaro y como hizo San Josemaría, que recemos mucho, mucho, por la Iglesia y por el Papa. Pues pedid al Señor que el Padre, ahora y siempre, haga realidad ese lema de nuestro fundador: Omnes cum Petro ad Iesum per Mariam! Que, de verdad, vayamos todos muy unidos al Papa, ahora a Francisco, a Jesús, por María.
Tenemos que considerar estas características un poco deprisa, porque cada una daría para varias homilías... Otra que señalaba San Josemaría es el amor del Padre al Opus Dei y a todas sus hijas e hijos. Por esto, os pido que recéis por mí, también para que se haga realidad en mi vida aquello de la Escritura: Dilatatum est cor meum (2 Cor 6, 11); que se agrande mi corazón. Y eso vale para todas y para todos. Tantas veces el Padre, don Javier, nos decía: “¡Que os queráis, que os queráis!”. Es con la verdadera fraternidad, como vamos todos unidos; una fraternidad que surge del corazón de Cristo.
En el año 1933, lo habréis ya leído en una biografía o en algún lugar, nuestro Padre le dirigió al Señor una oración, que hacemos ahora también nuestra: “¡Señor! Hazme tan tuyo, que no entren en mi corazón ni los afectos más santos sino a través de tu corazón llagado”. Y es así: para querer de verdad a todas las personas, y antes que nada a quienes formamos esta familia estupenda que Dios nos ha dado, tenemos que pasar por el corazón de Jesucristo.
Consideremos ahora brevemente el Evangelio de hoy: la Visitación. Todos los días contemplamos en el Rosario esta escena maravillosa de entrega generosísima de la Virgen. Que Ella nos ayude a ser así, generosos en el servicio, y pedid para el Padre que sea también así: servidor de todos, porque la autoridad es servicio, y si no fuese servicio no serviría para nada: que sea siempre servicio.
El magnificat de la Virgen: Magnificat anima mea, Dominum. Alabamos al Señor con estas palabras de la Virgen. Y, a la vez, recordando lo que en una ocasión comentaba Benedicto XVI, este magnificat lo podemos entender como “hacer grande a Dios en nuestras almas” (Benedicto XVI, homilía del 15 de agosto de 2005). Que le demos al Señor todo el espacio de nuestro corazón y así también tendremos un empuje apostólico grande, un afán de almas... iba a decir “que no nos deje vivir”: que nos deje vivir empujándonos continuamente a buscar el bien de las almas por amor a Jesucristo.
Vamos a pedir a la Virgen, Madre de la Iglesia, Reina del Opus Dei: ponemos en su mediación materna toda la Obra, para que esta nueva página de nuestra historia sea siempre con su ayuda, siga siendo, la historia de las misericordias de Dios. Así sea.