Soy supernumerario del Opus Dei desde hace algunas décadas. De san Josemaría aprendí que la alegría es parte de nuestro ADN de cristianos. En su libro Camino, en el punto 665 nos decía: «Quiero que estés siempre contento, porque la alegría es parte integrante de tu camino». Un santo triste es un triste santo, diría en otra oportunidad.
Luego de dejar Chiclayo en el año 2014, mi familia y yo nos tuvimos que adaptar a la vida en Lima. Atrás dejó, cada quien, amigos, costumbres, trabajos y aficiones. Por mi parte dejé, entre muchas cosas entrañables, a mi grupo de teatro de la Universidad Católica Santo Toribio de Mogrovejo.
El teatro y, en especial, la comedia era mi más grande entretenimiento y un espacio para desarrollar mi vocación por el arte. Luego de siete largos años de intentos por encontrar un lugar en la comedia, el 2021 me inscribí en un taller presencial de Stand up comedy, en plena pandemia.
Siempre había disfrutado de esos comediantes que se enfrentaban al público y no tenían temor de perder un poco de estatus mientras contaban parte de su vida cotidiana en clave de humor.
Confieso que guardaba cierto recelo con ese mundo bohemio y disipado donde el chiste de doble sentido y la obscenidad tienen una presencia importante.
Confieso que guardaba cierto recelo con ese mundo bohemio y disipado donde el chiste de doble sentido y la obscenidad tienen una presencia importante. ¿Cómo debía ser mi actitud frente a las personas y al ambiente?
El taller en el que me inscribí fue muy simpático. Rápidamente reconecté con mi experiencia actoral y aprendí parte de la técnica del monólogo en clave de comedia. Walter es, sin duda, un profesor experto y supo conducirme en unas clases donde yo era largamente el mayor de todos; con su ayuda y el cariño de los más jóvenes quienes me llamaban cariñosamente “el profe” aprendí a reírme de mí y a aprovechar mi “don especial”: mis años y mis canas a cuestas.
Con el apoyo de mi esposa Claudia y de mis tres hijos, Joaquín, Ana Belén y Juanma, empecé a presentarme en un lugar pequeño y acogedor en el distrito de Barranco, en Lima, llamado La Posada del Mirador. Mis amigos, que fueron a verme, disfrutaron cada presentación, y yo también, a decir verdad.
Así, noche a noche, pude contar de mi vida de esposo, de padre, mi trabajo y mis temores, evitando caer en la grosería fácil y dejando siempre el mensaje de que es posible el buen humor sin avergonzar ni herir.
Así, noche a noche, pude contar de mi vida de esposo, de padre, mi trabajo y mis temores, evitando caer en la grosería fácil y dejando siempre el mensaje de que es posible el buen humor sin avergonzar ni herir.
A fines del 2021, pude abrir el show de mi amigo Juan en “La estación de Barranco”. A Juan como a Jorge y Eduardo, jóvenes talentosos, los conocí entre presentación y presentación. Aunque no ha sido posible hablarles de Dios, si he podido entablar una amistad que nos permite cierta confidencia. Procuro darles buen ejemplo y de vez en cuando me piden consejo, “como haría con mi padre”, me dice Jorge, con cariño.
No puedo negar que me hace mucha ilusión lanzarme a hacer un show unipersonal. Para eso, sigo preparándome y presentándome los sábados. Mis hijos y mi esposa me hacen publicidad entre sus conocidos y yo me he visto en la necesidad de “mover” mi cuenta personal en Instagram en el corto espacio que me deja mi trabajo como director regional de Innova Schools.
Me ilusiona también la posibilidad de utilizar el recurso de humor para compartir mi vida cotidiana con los demás, aprendiendo a reírme de mi mismo, y contagiando las ganas de vivir, el optimismo, la lucha diaria por ser un buen cristiano y ser fiel a los valores del matrimonio y la familia, con normalidad y sin caer en cucufaterías.
Confieso que no siempre es posible conseguirlo, pero en esta tarea siempre hay segundas oportunidades para reencontrarte con el público, sacarle una sonrisa, y ayudar a que se vayan con la ilusión de poner la sonrisa diaria, y no la tragedia diaria a sus vidas. ¡Menuda tarea por delante!
En julio entrante, se cumplirán los cincuenta años del viaje de san Josemaría al Perú. Me he propuesto pedirle, cada vez que subo a un escenario, que me de esa juventud, jovialidad y amor a los demás para transmitir con autenticidad el mensaje cristiano así como él lo supo hacer entre nosotros en 1974.
En julio entrante, se cumplirán los cincuenta años del viaje de san Josemaría al Perú. Me he propuesto pedirle, cada vez que subo a un escenario, que me de esa juventud, jovialidad y amor a los demás para transmitir con autenticidad el mensaje cristiano así como él lo supo hacer entre nosotros en 1974. Si llegaste hasta aquí, te pido una oración por esa tarea que me he propuesto como buen hijo de san Josemaría: ayudar a sonreír a los demás.