Hacer felices a los demás

Me preguntas qué podrías hacer por ese amigo tuyo, para que no se encuentre solo. —Te diré lo de siempre, porque tenemos a nuestra disposición un arma maravillosa, que lo resuelve todo: rezar. Primero, rezar. Y, luego, hacer por él lo que querrías que hicieran por ti, en circunstancias semejantes...

El Señor está en la Cruz, diciendo: Yo padezco para que mis hermanos los hombres sean felices, no sólo en el Cielo, sino también —en lo posible— en la tierra, si acatan la Santísima Voluntad de mi Padre

celestial.

Forja, 275

El apostolado, esa ansia que come las entrañas del cristiano corriente, no es algo diverso de la tarea de todos los días: se confunde con ese mismo trabajo, convertido en ocasión de un encuentro personal con Cristo. En esa labor, al esforzarnos codo con codo en los mismos afanes con nuestros compañeros, con nuestros amigos, con nuestros parientes, podremos ayudarles a llegar a Cristo, que nos espera en la orilla del lago. Antes de ser apóstol, pescador. Después de apóstol, pescador. La misma profesión que antes, después.

Amigos de Dios, 264

Si sabes que el estudio es apostolado, y te limitas a estudiar para salir del paso, evidentemente tu vida interior anda mal. Con ese abandono, pierdes el buen espíritu y, como sucedió a aquel trabajador de la parábola que escondió con cuquería el talento recibido, si no rectificas, puedes autoexcluirte de la amistad con el Señor, para encenagarte en tus cálculos de comodidad.

Surco, 525

Cuanto más cerca está de Dios el apóstol, se siente más universal: se agranda el corazón para que quepan todos y todo en los deseos de poner el universo a los pies de Jesús.

Camino, 764

Quienes han encontrado a Cristo no pueden cerrarse en su ambiente: ¡triste cosa sería ese empequeñecimiento! Han de abrirse en abanico para llegar a todas las almas. Cada uno ha de crear —y de ensanchar— un círculo de amigos, sobre el que influya con su prestigio profesional, con su conducta, con su amistad, procurando que Cristo influya por medio de ese prestigio profesional, de esa conducta, de esa amistad.

Surco, 193

Si actúas —vives y trabajas— cara a Dios, por razones de amor y de servicio, con alma sacerdotal, aunque no seas sacerdote, toda tu acción cobra un genuino sentido sobrenatural, que mantiene unida tu vida entera a la fuente de todas las gracias.

Forja, 369

¡Vive la Santa Misa! —Te ayudará aquella consideración que se hacía un sacerdote enamorado: ¿es posible, Dios mío, participar en la Santa Misa y no ser santo? —Y continuaba: ¡me quedaré metido cada día, cumpliendo un propósito antiguo, en la Llaga del Costado de mi Señor! —¡Anímate!

Forja, 934

Me preguntas qué podrías hacer por ese amigo tuyo, para que no se encuentre solo. —Te diré lo de siempre, porque tenemos a nuestra disposición un arma maravillosa, que lo resuelve todo: rezar. Primero, rezar. Y, luego, hacer por él lo que querrías que hicieran por ti, en circunstancias semejantes. Sin humillarle, hay que ayudarle de tal manera que le sea fácil lo que le resulta dificultoso.

Forja, 957

Examina con sinceridad tu modo de seguir al Maestro. Considera si te has entregado de una manera oficial y seca, con una fe que no tiene vibración; si no hay humildad, ni sacrificio, ni obras en tus jornadas; si no hay en ti más que fachada y no estás en el detalle de cada instante..., en una palabra, si te falta Amor. Si es así, no puede extrañarte tu ineficacia. ¡Reacciona enseguida, de la mano de Santa María!

Forja, 930