El mundo está como está. El mundo está siempre en cambio; y, cada vez más lleno de dificultades, retos y peligros. Nos toca a todos vivirlo, habitarlo; y, en ocasiones podremos gozarlo, y en otras sufrirlo; pero ¿somos capaces de amarlo?
Febrero, día 14 de 1930, hace 92 años. Dios alumbra en el mundo el apostolado de las mujeres del Opus Dei; y, el mismo día, en 1943, a la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, el apostolado de los sacerdotes diocesanos vinculados a dicha Prelatura. Con ambas intervenciones, termina Dios de dibujar el encargo hecho a miles de hombres y mujeres de todos los tiempos: santificar el mundo mediante el trabajo ordinario.
Febrero es, desde hace un tiempo, el mes de la amistad, del amor. El objeto de este amor de febrero es múltiple, por tanto. También el mundo como tal puede ser objeto de amor. Ese mundo que, siempre en cambio, está ahora lleno de contrariedades y peligros. Con todo, nos toca a todos vivirlo, habitarlo. Con acciones individuales y colectivas, de manera que podamos demostrar auténtico amor al mundo.
Los que profesamos la fe católica sabemos que tenemos el deber de superar contradicciones personales y sociales, ya que la misión recibida nos exige “amar al mundo apasionadamente”, en consonancia con la feliz y elocuente expresión de san Josemaría Escrivá.
¿Amar al mundo?
Pero, amar a un mundo herido por guerras; entorpecido por ideologías; debilitado por la pandemia; destrozado en su economía; devastado por la malicia de algunos; maltratado por la falta de empatía y cuidado del medioambiente, y por quienes, con su poder pretenden dominarlo de variadas formas. Amar a un mundo así no es nada fácil.
Ciertamente no lo es. Pero “no tengan miedo: yo he vencido al mundo”. Con todas las debilidades humanas a cuestas, superarse personal y socialmente no es sencillo; pero, está muy presente el recuerdo dirigido a Pablo y a todos: “te basta mi gracia”. Aturdidos por la vorágine de sucesos de los que, llega un momento en que no queremos atender porque nos exceden, ¿no es más fácil distraerse con las banalidades de este mundo? Sin embargo, debe asaltarnos el recuerdo de haber sido el hombre puesto en el mundo “para que lo trabajara y lo guardara” (Gen 1, 15)
Y, ya de un modo definitivo, al llegar la plenitud de los tiempos, se ha completado el encargo recibido, con diferentes alusiones a la misión: “os envío como corderos en medio de lobos”; “mi paz os doy, no como la da el mundo”; “sois sal y luz de la tierra…”
Bastaría con esta última perspectiva para que, llenándonos de un gran sentido de responsabilidad, admitamos que tenemos que cambiar, cada uno (personalmente) y en nuestras comunidades: la familia, el barrio, la ciudad, la nación…Ser sal, tomada la expresión no en sentido literal ni metafórico sino real, significa impregnar de sabor todas las realidades entre las que nos movemos. ¿Vamos a permitir que otros lo hagan, sabiendo que en muchas ocasiones les mueve una intención torcida? Ser luz: de igual manera sabiendo que no somos dueños de la verdad, porque la Verdad es Dios, que nos ha revelado gran parte de esta, y que por eso tenemos obligación de comunicarla, ¿impediremos el diálogo honesto con los demás que están en busca de la verdad? ¿mantendremos la arrogancia y autosuficiencia del que se cierra y menosprecia al que niega? ¿No habrá, más bien, que aprender a “comprender, disculpar, perdonar”, sabiendo que así ponemos en práctica lo aprendido: enseñar al que no sabe, corregir al que yerra?
2022.El mundo sufre, pero sigue “esperando la manifestación de los hijos de Dios”, que deben liberarlo de la esclavitud del error y de la malicia del diablo y sus secuaces. Los cristianos somos y seremos siempre optimistas porque “nos ha sido dado el mundo por heredad” y lo compartimos con toda la humanidad. Contamos con la libertad que se ha dado al ser humano y que debe ser defendida como el primer y último baluarte de dignidad.
¡Qué gran tarea nos espera junto con todos los hombres y mujeres de buena voluntad!
14 de febrero de 2022. Tiempo de agradecimiento a Dios por muchos pequeños acontecimientos de nuestra vida, que es -también en expresión de san Josemaría, llena de encanto- “una novela maravillosa”; y una petición humilde de esos miles de personas que son conscientes de tener una misión muy grande que cumplir. No solo hoy, sino siempre, el amor al mundo hecho de acciones solidarias, fraternas: con los de cerca y con los de lejos; con los de la derecha y los de la izquierda… En la propia familia y en el lugar de trabajo; los empleados y los jefes. Los que gobiernan el país y los que gobiernan su vida personal y familiar; los artistas, los hombres de negocios… ¡Qué gran tarea nos espera junto con todos los hombres y mujeres de buena voluntad!
Publicado en el suplemento “Semana” del diario “El Tiempo” de Piura el domingo 13 de febrero de 2022.