El Opus Dei y la mortificación corporal

Como parte de la Iglesia Católica, el Opus Dei se adhiere a todas sus enseñanzas sobre penitencia y sacrificio.

Los cimientos de la enseñanza de la Iglesia sobre mortificación es el hecho que Jesucristo, por amor a la humanidad, voluntariamente acepta el sufrimiento y muerte (“su pasión”) como medio para redimir al mundo del pecado. Los cristianos están llamados a emular el gran amor de Jesús, y dentro de otras cosas, unirse a su sufrimiento redentor. Así, los cristianos están llamados a “morir a sí mismos”.

La Iglesia manda ciertas mortificaciones – ayuno y abstinencia de carne – como penitencia en Cuaresma. Algunas personas en la historia de la Iglesia se han visto llamadas a hacer mayores sacrificios, tal como ayuno frecuente o usar cilicio, o disciplinas, como puede verse en la vida de muchos explícitamente reconocidos por la Iglesia como modelos de santidad, por ejemplo, San Francisco de Asís, Santa Teresa de Avila, San Ignacio de Loyola, Santo Tomás Moro, San Francisco de Sales, San Juan María Vianney, Santa Teresa de Lisieux, y Madre Teresa. En todo caso, la práctica de la mortificación vivida en el Opus Dei da mayor énfasis al sacrificio diario que a los grandes sacrificios, y no es como lo muestra deformado y exagerado el Código Da Vinci.

Papa Juan Pablo II: “Lo que uno debe ver en estas formas de penitencia, - las que, desafortunadamente, en nuestros tiempos no están acostumbrados a ellas – son los motivos: el amor a Dios y la conversión de los pecadores.” Carta a los Sacerdotes en el Jueves Santo, no. 11, Marzo 16, 1986.

Nueva Enciclopedia Católica (2003): “Mortificación. La deliberada reprensión que uno ejerce sobre impulsos naturales en orden a hacerlos sujetos de aumento de la santificación mediante la obediencia a la razón iluminada por la fe. Jesucristo requiere de estas renuncias de cualquiera que desea seguirlo a Él (Lc 9.29). Y así, la mortificación o lo que llama San Pablo la crucifixión de la carne con sus vicios y concupiscencia (Gal. 5.24), ha llegado a distinguirse como una marca de los seguidores de Cristo.

Todos los teólogos están de acuerdo que la mortificación es necesaria para salvarse, porque no resistir las tres concupiscencias: el mundo, la carne, y el demonio, nos llevarían a cometer graves pecados. Uno que quiera salvar su alma debe, por lo menos, huir de la ocasión de pecado mortal. En sí mismo, esta huida involucra alguna mortificación. Además de estas mortificaciones reclamadas por la misma condición del hombre, la iglesia, en vista de la repetida insistencia del Evangelio, impone otras restricciones a los fieles, como por ejemplo, la obligación de ayuno y abstinencia. Y a los que, por alguna razón estén dispensados de estas reglas, se les aconseja su obligación de hacer alguna otra mortificación en su lugar.

Aquellos que buscan avanzar en la perfección cristiana deben mortificarse más que los creyentes comunes. Cristo hizo que el peso de llevar la cruz sea el precio de ser su cercano seguidor (Lc. 14.33). De tal manera, desde los primeros tiempos cristianos, muchos abrazaron la vida de mortificación en imitación a la de su Señor. Los que alcanzan gran santidad son movidos a ser como Él en Su sufrimiento. Pero debido al peligro de una decepción al asumir grandes mortificaciones, se les sugiere que se sometan a la aprobación de un director espiritual acertado.

La Biblia (RSV): “Si alguien quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz de cada día y sígame” (Jesús, Lc. 9.23).”

“Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo en beneficio de su cuerpo la Iglesia” (San Pablo, Col. 1:24).

Catecismo de la Iglesia Católica (1997): “Al unirnos nosotros con su sacrificio (de Cristo) nosotros podemos hacer de nuestras vidas un sacrificio a Dios” (n. 2100). “El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual. El progreso espiritual implica la ascesis y la mortificación que conduce gradualmente a vivir la paz y el gozo de las bienaventuranzas” (n. 2015).

Papa Pablo VI: “La verdadera penitencia, sin embargo, no puede prescindir del ascetismo físico también...La necesidad de mortificar la carne destaca claramente si uno considera la fragilidad de nuestra naturaleza, en la que, desde el pecado de Adán, la carne y el espíritu tienen deseos contrastados.

El ejercicio de la mortificación del cuerpo—lejos de cualquier forma de estoicismo—no implica una condenación de la carne que el Hijo de Dios decidió asumir. Por el contrario, la mortificación apunta a la ‘liberación’ del hombre. Apostolic Constitution Paenitemini, Febrero 17, 1966.

Bienaventurado Papa Juan XXIII: “Ningún Cristiano puede crecer en perfección, y tampoco el Cristianismo puede crecer vigorosamente, sino en base a la penitencia. Por esto es que en Nuestra Constitución Apostólica proclamada oficialmente en el Concilio Vaticano II y urgiendo a los fieles hacer una meritoria preparación para este gran evento, mediante oración y otros actos virtuosos cristianos, nosotros incluimos una advertencia a ellos para que no dejen pasar la práctica de la mortificación voluntaria.”. Encíclica Paenitentiam Agere, Julio 1, 1962.

Jordan Aumann, O.P.: “Una de las más grandes maravillas de la economía de la gracia divina es la intima solidaridad de todas las gentes a través del Cuerpo Místico de Cristo. Dios acepta el sufrimiento ofrecido a Él por un alma en gracia por la salvación de otra alma o por pecadores en general. Es imposible poder medir el poder de redención del sufrimiento ofrecido a la divina justicia con una fe viva y ardiente amor a través de las llagas de Cristo. Cuando todo lo demás falla, todavía hay un recurso por el sufrimiento para obtener la salvación de un alma en pecado. El Cura de Ars [San Juan María Vianney] dijo una vez a un sacerdote que se lamentaba de la frialdad de su grey y la esterilidad de su celo: ¿Se ha prodigado en la predica? ¿Se ha prodigado en la oración? ¿Se ha prodigado en ayuno? ¿Se ha disciplinado? ¿Ha dormido sobre tablas? Hasta que no haya hecho estas cosas no tiene derecho a quejarse.” Spiritual Theology (London: Sheed and Ward, 1993), p. 172.

Para consolidar la descripción de la mortificación en el Código Da Vinci ver los comentarios del Obispo Robert Morlino (Madison, WI) en el Catholic Herald.