Eduardo Rey: un hombre apasionado por Dios

El viernes 26 de marzo del 2021 Eduardo Rey partió al cielo. No hay palabras para describir el dolor por su partida entre familiares, amigos y conocidos. Sin embargo, nos queda el consuelo que desde el más allá nos ayudará a ser santos.

Henry Bullard, uno de los supernumerarios de su grupo hace aquí un recuerdo suyo, al que agregamos algunos recuerdos de su hija Mariana y de su esposa Susy con el fin de dar a conocer esta reseña de su vida.

Hay dos palabras que podrían resumir la vida de Eduardo Rey: Misión cumplida. Como animaba a todos los matrimonios san Josemaría, forjó un hogar luminoso y alegre junto a su esposa Susana y sus seis hijos: Miguel, Mariana, Daniel, Gabriel, Andrea e Ismael, sus hijos políticos y sus tres nietos: Felipe, Lucas y Almudena.

Eduardo acababa de cumplir 57 años. Muy joven para morir diríamos hoy, pero lo que importa es cómo lo vio el Señor, y lo vio bien, listo, bien listo.

Eduardo siempre fue cercano a los temas de orientación familiar. Una de las últimas cosas que hizo, antes de volver a ser internado en la clínica, fue disculparse porque al día siguiente no podría conectarse a una tertulia virtual con matrimonios jóvenes de Piura, donde él y Susana eran los invitados centrales para hablar de su familia.

Me llamaba la atención que Eduardo recién casado, todavía sin hijos, regentara un nido infantil y administrara la institución que dictaba cursos de orientación familiar. Luego, con su esposa Susana tuvieron seis hijos; y ahora recién disfrutaba de sus primeros tres nietos. Era muy querendón con todos… pero es de imaginarse cómo lo era con sus nietos.

Eduardo era un hombre de gran corazón, capaz de quitarse el pan de la boca para darlo a otros… si pudiera mostrar los muchísimos mensajes de dolor que expresan sus bondades… ¡y con tan pocas horas desde su ida al Cielo!

Creció a la sombra del frondoso árbol de la Obra; su padre, Ricardo fue el primer Rector de la Universidad de Piura y su madre, Elsa una supernumeraria muy querida. Eduardo conoció a nuestro Padre estando niño, en el Club Saeta, y fue recibido por san Josemaría con sus padres y sus siete hermanos durante la visita que hizo al Perú en 1974. La fotografía de esa ocasión era de inmensa alegría para él… ¡cómo no!

¿Qué de extraordinario tenía Eduardo? Nada, era muy ordinario, eso sí, muy acogedor, atrayente, con una personalidad bien plantada, muy confiable. Decía las cosas claras, siempre con sentido constructivo y con el afán de mejorar. Recuerdo sus sugerencias para mejorar el modo cómo se podían desarrollar determinadas actividades de formación. Junto a eso, recuerdo que en el retiro mensual de enero último en su centro, tuvo a cargo la charla. Tenía un corazón que se derretía con mucha facilidad.

A fines del año pasado se infectó con un virus intrahospitalario; estuvo muy delicado y casi dos meses internado. Desde la clínica se conectaba para participar de los medios de formación como los círculos. No dramatizaba su situación, al contrario, tenía un extraordinario sentido del humor. Nos edificaba a todos con su presencia.

Luego de unos meses, la cruz de la enfermedad lo volvió a buscar… presentó síntomas preocupantes y le detectaron una inesperada encefalitis autoinmune, por la que fue internado en UCI. Luego de esto vinieron tres intensas semanas de tratamiento, con una tremenda incertidumbre sobre la efectividad del mismo. Sin darse él cuenta –estuvo sedado durante todo ese periodo- hizo rezar a muchísima gente: Eduardo tenía incontables amigos de todo tipo: jóvenes y mayores, con pensamientos y estilos de vida iguales y distintos al suyo, creyentes y ateos… Todos ellos elevaron oraciones al Cielo por su curación, pero Dios tuvo planes distintos.

Hoy Eduardo ya está finalmente feliz, rebosantemente feliz. Esa es nuestra alegría en medio del pesar de su ausencia… que recién comienza. Pero estamos seguros que muy pronto notaremos su ayuda desde el Cielo.

En la misa de cuerpo presente, el día siguiente a su fallecimiento, su hija Mariana leyó algunos recuerdos de su padre y su amor por la familia que reproducimos a continuación.

“Apasionado” es la palabra que mejor lo describe. En primer lugar, apasionado en su relación con Dios, que cultivaba cada día y de la que daba testimonio ... de manera tan natural. Por eso es que desconcertaba a tanta gente, creyentes y no creyentes...

“Unidad de vida” le decimos en el Opus Dei y es justamente todo lo contrario a la hipocresía: él vivía “una sola vida”, sin caretas y sin fingir: era auténtico, se sabía hijo y amigo de Dios y en eso basaba absolutamente todo lo que hacía. 100% coherente, sin respetos humanos, sin importarle el qué dirán. Dios siempre ha sido su fortaleza, en quien confiaba plenamente y sin vacilar.

Luego de Dios venía inmediatamente su esposa Susy, mi mamá, dice su hija Mariana. Mi papá vivió eternamente enamorado de ella. Han sido treinta años de un amor intenso, fuerte, maduro, consolidado por tantas cosas buenas y malas que han sabido enfrentar y que los hicieron UNO. Un amor de admiración del uno por el otro, de dependencia mutua.

Un matrimonio valiente, generoso, sin miedo al qué dirán y más bien, que supo enfrentar y luego callar miles de críticas, con su testimonio de vida. Él mismo dijo hace poco que por mucho tiempo la gente lo tildó de irresponsable por tener tantos hijos... ¡Qué ironía! Justamente esta familia grande es el tesoro más valioso que nos deja. Mis papás han sabido demostrar que todos los sacrificios y las renuncias valen la pena por lejos.

Mi papá quiso transmitir el valor del amor matrimonial bien vivido: en orden, con respeto y abierto al sacrificio (él decía que el sacrificio es el termómetro del amor).

Esto ya lo transmitía con su propia vida, pero sobre todo en sus últimos años, cuando sus hijos íbamos creciendo, quiso hacerlo también con palabras.

Siempre nos hablaba de estas cosas a nosotros y se preocupaba por que lo descubran también sus sobrinos y nuestros amigos: sin pelos en la lengua, dio varias charlas como iniciativa propia y también tenía como proyecto dar charlas pre-matrimoniales ya de manera más formal. Justo mi mamá hace poco nos dijo que eso era a lo que debían dedicarse los dos cuando mi papa se ponga bien: ayudar a matrimonios jóvenes. ¡Lo cierto es que eso lo venían haciendo desde hace años! Con su palabra y su propia vida, y ahora más que nunca. Creo que es una de las huellas más fuertes que deja.

Me llena de tranquilidad y orgullo saber que ese ejemplo ha calado en mucha gente, y, sobre todo -en nosotros- sus hijos. Cada uno con su camino propio pero muy claro, hemos aprendido lo que es el amor con todas sus letras y nos dejan él y mi mamá la valla muy alta.

En fin, podría seguir repasando cada aspecto de su vida. Mi papá es un grande como amigo; en el trabajo, un verdadero líder. ¡Solo basta leer los testimonios de tanta gente que lo conoció!

¡Se fue en la plenitud de su vida, con tantas metas logradas, con la tarea cumplida con creces! Amó la vida y la vivió con intensidad, y se ha ido exprimido como un limón, como decía san Josemaría que debían morir sus hijos en el Opus Dei. Dios quiso llevárselo antes de lo que pensamos para premiarlo con lo que siempre quiso: el Cielo maravilloso del que sabemos que hoy goza.