Don José Agustín...

En el boletín del Archivo de la Pontificia Universidad Católica del Perú, la historiadora Margarita Guerra escribe un homenaje al doctor José Agustín de la Puente, quien fuera profesor principal de esa casa de estudios y describe varias de sus cualidades como persona y como profesor, entre las que destaca su don de gentes.

Desde antes de la creación del Archivo de la Pontificia Universidad Católica del Perú -su alma máter-, el inolvidable maestro y queridísimo amigo don José Agustín de la Puente Candamo (Lima, 1922 - 2020) lo acompañó de muy cerca, siempre con su inigualable gentileza y sabiduría. Fue un trabajador más a la hora de las decisiones y de la reuniones fraternales. Ahora, camino hacia el centenario de su nacimiento, acaecido en el antiguo y acogedor poblado de la Magdalena Vieja (actual distrito de Pueblo Libre) el 22 de mayo de 1922, Alerta Archivística PUCP presentará notas sobre don José Agustín y su obra, merecido y cariñoso homenaje a su ilustre memoria. Un homenaje cargado de reconocimiento, admiración y mucho afecto a un hombre íntegro. Un homenaje natural y acorde con su decencia y trascendencia como el que en esta oportunidad nos entrega la doctora Margarita Guerra Martinière, distinguida discípula suya, profesora de la PUCP y presidenta de la Academia Nacional de la Historia. Hay tantos temas por tratar como don José Agustín lo hizo en su tiempo: el oficio de historiador, la enseñanza universitaria, la enseñanza de la historia, el mestizaje, la independencia, Miguel Grau, la historia regional, las fuentes archivísticas y periodísticas, la vida cotidiana, su Magdalena Vieja natal y muchos otros que merecen el debido estudio y difusión.

Realmente es difícil escribir sobre un maestro de las cualidades de quien ha sobresalido en cuantas obras ha emprendido, queriendo, sin embargo, pasar inadvertido dada su modestia innata, no obstante su capacidad de liderazgo. Estoy segura, por esto, que uno de los homenajes que le serían más gratos es el que se le brinda en estas páginas que están llenas de cariño y aprecio por el académico que supo valorar la labor archivística y estuvo siempre pronto a brindarle su apoyo, para que el archivo universitario tomara cuerpo.

Entre los muchos recuerdos que se han hecho de don José Agustín, creo que se ha omitido el de la práctica de una actitud inclusiva, término muy de moda, pero en el fondo muy poco aplicado en las relaciones sociales. En su trato con colegas, alumnos, personal administrativo y de servicio, nunca tuvo una actitud discriminadora, por ninguna circunstancia; mantuvo el culto del respeto a la persona humana, por el hecho de ser, de acuerdo a sus vivencias religiosas, obra del Creador. Esta apertura le permitió discrepar caballerosamente con adversarios que lo tildaban de conservador, reaccionario, pero que, a la larga, no pudieron dejar de reconocer su don de gente y su capacidad para mantener una cordial amistad con quienes no comulgaban con sus ideas políticas, sociales y religiosas.

Podemos decir también que fue, en esencia, un demócrata práctico, más allá de la simple teoría que algunos políticos proclaman, pero guardan serias reservas al momento de llevarla a la realidad, pues les resulta incómodo alternar con personas que, ya sea por su menor nivel académico o condición social, les producen rechazo. Ha pasado algo menos de año y medio de su partida. Se fue cuando empezaban a sentirse los estragos del coronavirus, pandemia que nadie imaginaba los alcances que podía llegar a tener en nuestro planeta y que, de haberla vivido le habría resultado muy doloroso ver las dimensiones que está alcanzando tanto en los países más desarrollados, como en los de menores recursos, sin poder hallar la solución al problema sanitario para poder salvar vidas, por falta de recursos hospitalarios.

El papel que ha jugado en la Pontificia Universidad Católica del Perú ha sido múltiple y muy importante, no solo por su función docente, y los cargos administrativos que desempeñó tanto en el Instituto Riva-Agüero al lado de su primer Director Víctor Andrés Belaunde, en su calidad de Secretario Académico, y luego como Director; cuanto en la Facultad de Letras y Ciencias Humanas como decano, y reformador de los estudios humanísticos; y como jefe del Departamento de Humanidades, donde trabajó por el bienestar del cuerpo de profesores; y, finalmente, en las diversas comisiones para las cuales fue convocado. Además, encarnó el espíritu que alentó la fundación de esta Universidad, por su convicción de hombre de fe y en todo momento estuvo dispuesto a defender esta esencia, aun a sabiendas que esto podría volverse en su contra, porque fue un hombre leal a sus principios.

Asumió, con todo entusiasmo la intensa labor de formador de juventudes en cumplimiento de lo que significa el ser maestro de verdad. Lo hizo desde el aula y a través de conversaciones personales que llevaba a cabo en su oficina del Departamento de Humanidades, para lo cual nunca escatimó su tiempo, pues comprendía la necesidad que sienten muchos jóvenes, y aun personas mayores, de ser escuchados y recibir un buen consejo. Esta disponibilidad responde al papel de asesor que cumple el maestro fuera de la cátedra universitaria.

El maestro, muchas veces, se convierte en director espiritual porque el estudiante se acerca al profesor en busca de orientación no solo para los estudios, para definir su vocación, para solicitar trabajo, sino también para encontrarle un sentido a la vida y el maestro de la Puente era capaz de ser confidente, amigo y escucha de jóvenes que viven en soledad y les ofrecía el consejo que necesitaban o simplemente escuchaba sus angustias. Todo esto nos muestra el rostro humano del grave doctor de la Puente, que era capaz de solidarizarse no solo con los problemas estudiantiles, a los cuales estaba especialmente dedicado por su calidad docente.

También ejercía la misma misión de consejero con el resto de la comunidad universitaria, que acudía a su oficina con la seguridad de ser bien recibido y de poder ser ayudado en sus problemas personales. Su relación con el Archivo de la Universidad fue muy íntima, porque allí debía conservarse la memoria de la institución, desde su nacimiento; de los aprietos que pasó para poder sobrevivir, de la llegada del auxilio inesperado del legado de don José de la Riva-Agüero que le permitió dar el gran salto material para disfrutar de un campus propio y solvencia económica; de los avatares durante el gobierno revolucionario de la Fuerza Armada (1968-1980), de las huelgas estudiantiles y del personal no docente, de los sobresaltos del terrorismo y de la inflación y, en fin, de todas las circunstancias favorables y desfavorables, por las cuales pasa toda institución que supera el centenario.

Podría decirse que en el Archivo de la Universidad está también parte de la vida de don José Agustín, porque en la Universidad Católica desarrolló su vocación por la Historia y por la docencia y se afirmaron sus valores católicos y nacionalistas. El maestro de la Puente fue uno de los intelectuales que defendió con más solidez la existencia de la comunidad nacional como una de las convicciones más importantes que internalizó el hombre peruano hace doscientos años y esa vivencia fue la que impulsó, diríamos el detonante, que, en 1821 recogió San Martín cuando proclamó nuestra independencia en Lima, aunque precedida por las manifestaciones que ya se habían producido en diversos pueblos de nuestro territorio.

La muerte de este peruano ilustre en el 2020, cuando ya hacía doscientos años el grito de Independencia, de libertad, se oía por toda la América hispana, y el Perú no era una excepción, podemos considerarlo como algo más que una coincidencia, fue en 1820 cuando los pueblos del Perú empezaron a expresar públicamente sus anhelos de libertad y este Bicentenario debemos tomarlo como la confirmación de su tesis respecto a cómo la sociedad peruana del norte y del sur, del este y del oeste, grandes y pequeños, respondían al grito de libertad y de patria.

Evidentemente, como en todo proceso histórico entran en juego, con mayor o menor fuerza, muchos factores esgrimidos por los diversos grupos que conforman una comunidad nacional y que pueden representar intereses, ambiciones, regionalismos, culturas, etc., diversos, pero han coincidido en la búsqueda de dar inicio a una nueva forma de vivir en comunidad que era, es y será siempre peruana. Con estas palabras me sumo a los diversos homenajes a los cuales se ha hecho acreedor quien, en vida, siempre estuvo dispuesto a honrar la memoria de quienes habían trabajado por esta Casa de Estudios, mejor dicho su casa, y por su país: el Perú.

Publicado en el Boletín mensual de archivística “Alerta Archivística PUCP” / número 223. Junio 2021. Páginas 20 y 21.